nueve

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     La soledad nunca se presentó ante el chico como algo malo. Para él, la soledad era una oportunidad para aprovechar un momento en que podía perderse en sí mismo, conocerse, redescubrirse.

     Las tardes en las que Heidy estuvo en casa y estuvo pendiente de sus niñas, de ofrecerles el tiempo que no había podido prestarles durante su horario de trabajo, Harry se escapó a la cabaña. Sus ojos se acostumbraron a ese mundo y la magia era cada vez más visible ante sus orbes. Ya no estaba solo.

     Mientras se columpiaba en el balancín que construyó junto a Louis vio seres merodeando cerca de él, pequeñas criaturas que se desplazaban de un lado a otro entre los matorrales, las malas hierbas y las ramas de los árboles. Al levantar la mirada se encontró con las cuerdas que colgaban del árbol envueltas por mariposas de todos los colores.

     El martes Harry llegó al bosque con la intención de avivar el lugar. Había comprado margaritas y rosas de plástico y un alambre. Hizo desaparecer la flor marchita que colgaba de la entrada de la cabaña y pasó la tarde enredando las flores ficticias en el hilo de alambre, que luego colocó alrededor de la puerta y enganchó a la madera oscura. Satisfecho con su trabajo se sentó en el sofá y se puso a leer.

     Los ruidos en el ático y en el tejado de la casa eran algo a lo que ya se había acostumbrado, y le agradaba, porque de alguna manera, sentía la presencia de Louis. Él era el causante de que hubiese prestado atención al mundo que se abría a su alrededor. Él le había enseñado la magia.

     El miércoles plantó flores alrededor de la casita, alhelí, felicias y geranios, y el jueves montó otro columpio, porque muy en el fondo tenía la ilusión de que algún día pudiera volver a repetir con su nuevo amigo la tarde que vivió el viernes pasado.

     El viernes por la mañana se levantó con pocos ánimos. Había pasado una semana desde la última vez que había visto a Louis y desde que se habían repartido los días de la semana para ir al bosque. De lunes a jueves el bosque sería de Harry. Viernes, sábado y domingo el bosque sería de Louis. Eso no quería decir, sin embargo, que  Louis fuera a presentarse cada fin de semana. El joven de veintidós años estaba ocupado con la universidad y no siempre podía escaparse de su residencia para perderse entre árboles y caminos eternos.

     Harry pasó parte de la tarde con Dana y Zoe. Las ayudó con los deberes que les habían mandado en el colegio durante la semana y jugó con la enorme casa de muñecas que guardaban en el armario. Las gemelas contaban con muñecos de todo tipo y de todos los tamaños, des de princesas hasta superhéroes y villanos, por no hablar del gigantesco Mike Wazowski oculto tras los vestidos que le había arrancado un grito de terror a Harry. Ese día, a Harry le tocó ser tres personajes distintos: Blancanieves, Spiderman y el Oso Yogi.

     Spiderman estaba siendo rescatado por Cenicienta, que era Zoe, en el momento en que algo cayó al suelo en el ático y resonó por toda la casa. Ni Zoe ni Dana, a diferencia de Harry, parecieron reparar en el tajante golpe.

    ―¿Qué ha sido eso?

    ―Kenya ―contestó Zoe tirando a Cenicienta sobre Spiderman―. Se habrá caído de la cama.

    ―No sería la primera vez―murmuró Dana.

     Harry esbozó una sonrisa, se puso en pie y se encaminó hacia la puerta.

    ―¿A dónde vas, Harry?

  ―Voy a echar un vistazo, a asegurarme de que Kenya está bien. Vuelvo en un momento―informó a las niñas.

    Subió a la segunda planta, y golpeó la puerta del ático con el puño. Nadie contestó, pero los sollozos de Kenya procedentes del interior eran más claros que el agua misma.

Mariposas Perdidas | Louis & HarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora