cinco

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    Harry no había pisado un mercado de productos artesanales desde hacía mucho tiempo, y hasta que no estuvo allí no se dio cuenta de lo mucho que lo había echado de menos.

     Las mañanas agarrado a la mano de su madre, siguiendo a su hermana mayor con la mirada allí a donde fuera, picado por la curiosidad de las cosas que eran novedosas para sus ojos, los olores que lo embriagaban, la diversidad de culturas concentrada en un solo lugar… ¡Cuánto lo había añorado!

     Hacía quince minutos que Harry, Heidy, Dana y Zoe andaban por la transitada calle, cerrada al tráfico para que los transeúntes pudieran desplazarse por el asfalto sin peligro alguno, y sólo habían recorrido diez metros, pues nada más llegar las gemelas corrieron al primer puesto que vieron: una tiendecita dónde vendían peluches de toda clase hechos a mano.

     ―¡Mami, este es muy bonito! ―gritó Zoe señalando un osito con largas orejas caídas.

     Harry, a quien le encantaban los peluches, los observó desde la distancia y se dijo que en cuanto tuviera un día libre y dinero sobrante en la cartera volvería para comprarse un cerdito rosa de lo más adorable y un unicornio de enormes ojos brillantes.

     ―Estamos dando clases en la tiendecita árabe de al lado―explicó la chica que se encontraba detrás del tenderete, una joven de cabello corto y castaño― para aprender a hacer peluches en casa. ¿Por qué no os apuntáis, chicas? Estoy segura de que os gustará―continuó―, y, ¡Oh! Si termináis uno podéis llevároslo a casa totalmente gratis.

     ―Qué buena oferta―musitó Harry frunciendo los labios.

     Heidy soltó una risita al oírle pero negó con la cabeza.

     ―Primero daremos una vuelta alrededor del mercado―informó mirando a las chicas y dedicándole una sonrisa afable a la joven tras la mesa de madera cubierta con un manto rojo―, y si cuando hayamos terminado nos queda algo de tiempo libre podéis venir a hacer peluches, ¿de acuerdo?

     Las niñas asintieron, y rápidamente buscaron a Harry.

     ―Harry, ¿querrás hacer peluches con nosotras?

     ―Claro―reconoció, mostrando sus hoyuelos en una deslumbrante sonrisa―. Será divertido. Tengo muchos peluches en mi habitación en casa de mi mamá.

     ―¿De verdad? ―las niñas lo miraban con la cabeza alzada y con unos enormes ojos azules.

     ―De verdad―afirmó él―. Algún día os los enseñaré.

     ―¡Bien! ―levantaron el puño en el aire y se abrazaron a sus piernas.

     ―Cuando hagamos nuestros peluches en esta tienda podrás dormir con el tuyo por las noches y así ya no te sentirás solo.

     Harry frunció el ceño al escuchar la declaración de Zoe.

     ―No me siento solo.

     Las gemelas analizaron su mirada, se encogieron de hombros y salieron corriendo hacia el siguiente puesto.

     Dicho y hecho.

    Harry sintió que algo abandonaba su corazón cuando vio a Zoe y a Dana alejarse como si nada. Heidy le lanzó una mirada preocupada y le hizo un gesto con la barbilla para instarlo a seguirla.

    Caminaron un largo trecho parándose en cada puestecito que les llamó la atención. Zoe y Dana corrían de un lado a otro y no dejaban de chillar, les gustaba absolutamente todo, incluso las cosas de las que no tenían ni la más mínima idea de para que servían, se sentían atraídas por la magnificencia que envolvía el mercado y no se molestaban en ocultar su asombro. Harry, por su parte, era más discreto, y aunque a él también le emocionaba el hecho de conocer cosas nuevas y descubrir maneras de crear a partir de la destrucción, se mostraba más sosegado y calmado. Lo único que delataba su exaltación era la graciosa sonrisa que caracterizaba su rostro.

Mariposas Perdidas | Louis & HarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora