Capítulo XXIV "El partido"

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Las dos semanas siguientes fueron un sueño para mí. Hacía siglos que no pasaba tanto tiempo con Sirius. Nos veíamos en el Pasadizo, hacíamos la tarea del día juntos, charlábamos en clase como cotorras... Yo era más feliz que nunca. Las pintadas se habían detenido y pronto se celebraría otro partido de quidditch, Hufflepuff contra Slytherin, de manera que los profesores preferían moderarse con los deberes, todo era perfecto. O lo era hasta el mismo día del partido.

Aquella mañana me desperté sonriente, tras un agradable sueño reparador. Me vestí con calma y bajé a desayunar. Allí me tomé mi tiempo, charlando con Lily, James y Peter y observando los estudiantes de Hufflepuff y Slytherin, que se dirijían miradas amenazadoras. Al acabar de desayunar me acerqué a la mesa de Hufflepuff, a desearle suerte a Nina. Ella sonrió y me guiñó un ojo.

-No la necesito -me respondió.

Salí del Gran Comedor y me dirijí al Campo de Quidditch, donde tomé asiento entre Sophie y Sirius. Alice, sentada detrás mío era incapaz de ocultar su impaciencia, agitando un banderín amarillo y negro y chillando lo mismo (o más) que los tejones y las serpientes.

El partido comenzó de manera emocionante. La quaffle pasaba rápidamente de un equipo a otro, mientras que Nina no desviaba las bludgers arrojadas por el bateador de Slytherin hasta que estaban a punto de impactar en su objetivo. No me malinterpreteis, a cualquiera que viera su sonrisa le quedaría claro que era apropósito. El único problema fue aquel grito que se oyó por todo el campo:

-¡Crucio!

Michael Dee, un alumno de cuarto que cumplía la función de buscador de Hufflepuff, se precipitó al suelo. Por suerte Madam Hooch le lanzó un rápido hechizo para que se posara suavemente en el suelo. Aún así, los gritos del chico eran ensordecedores. Michael se retorcía en el suelo mientras lloraba de dolor. McGonagall empuñó su varita, pero, antes de que pudiera hacer nada, Michael dejó de moverse. Lo único que se atrevió a romper el silencio fue un chillido de horror.

-¡Por las barbas de Merlín, mirad esa cosa! -gritó un chico.

Ahogué un grito.

-¡El cielo! -señalé.

El brazo de Sirius me envolvió protectivamente, mientras que yo tomé la mano de Sophie, que miraba hacia arriba petrificada. Sobre nuestras cabezas había ahora un extraño cráneo hecho de lo que parecía humo de cuya boca salía un serpiente.

-Vámonos -fue lo único que fuí capaz de articular.

Todos nos precipitamos fuera de las gradas. Entre empujones y codazos logramos llegar abajo. Una de mis manos aún agarraba la de Sophie, mientras que en la otra portaba mi varita. Me giré y suspiré aliviada al ver a Sirius detrás mío, varita en mano. Sophie tiró de mí y echamos a correr hacia el castillo, igual que el resto de estudiantes. Era como estar dentro de una marea humana. No sé en que momento alguien me empujó y caí al suelo. Me cubrí la cabeza con las manos, pero fuí incapaz de levantarme. Me llevé varios pisotones y más de una patada, pero, por suerte, algo tiró de la manga de mi abrigo, ayundándome a ponerme en pie. La mano continuó tirando de mí hasta que nos apartamos del río de gente. Contemplé, desorientada, que en vez de ir hacia el castillo, había avanzado hacia la salida de las gradas de Ravenclaw. Junto a mí estaban Xeno, Lena y Pandora, que aún sostenía la manga de mi abrigo. La soltó y me dedicó una triste sonrisa.

-Parece que nos hemos dejado llevar por el pánico.

Lena alzó la vista al cielo y se estremeció. La calavera aun seguía allí. Parte del profesorado trataba de hacerla desaparecer, mientras que los demás profesores intentaban (sin mucho efecto) calmar a los estudiantes.

Until the very endDonde viven las historias. Descúbrelo ahora