El Diablo y las gatas

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—¡AAAATEEER! ¡AAAARBUUUS!

    El grito del Diablo resonó por todo el castillo Blancblack. Las dos gatas, la negra y la blanca, se giraron lentamente hacia su amo, con los bigotes manchados de nata.

    —¡Meooow! —exclamó Ater.

    —¡MYAAAUUU! —respondió su hermana, mientras se le erizaba el pelo.

    Las dos adoptaron rápidamente su forma humana, y miraron a Kcalb con sus mejores caritas de inocencia.

    —¿Sí, amo? —dijeron las dos al unísono.

    El demonio las señaló, con los ojos teñidos de ira.

    —¿¡Podéis explicarme lo que le ha ocurrido a mi pastel de nata!? ¡Ese que mi hermano había preparado para Eti y para mí!

    —Kcalb, cálmate... —intentó tranquilizarle el ángel desde su asiento.

    —¡Eti, lo tengo todo controlado! ¿¡Y bien!?

    —No sabemos de qué habla —respondió Ater con vos melosa.

    —De qué habla no sabemos —ronroneó Arbus

    —¿Ah, no? —Kcalb pasó su dedo por la boquera de Ater, manchándoselo de nata, y se lo mostró a las dos gatas— ¿Y cómo explicáis esto?

    —Bueeeeeno... —La gata blanca lamió el dedo de su amo y se hizo la víctima— Puede... que probáramos un poco de su pastel.

    —Su pastel probamos... un poco —confirmó Arbus, acariciándose entre las piernas del Diablo.

    Ater aumentó su carita de niña buena para poder soltar la bomba final:

    —Y luego yo le di un pequeño bocadito de nada, Arbus lamió algo de nata, tomé un pellizco de bizcocho, tomamos algo de su deliciosa crema, y lo que sobró lo partimos por la mitad y lo comimos. Pero no sabíamos que era suyo, señor Kcalb.

    —Ni de la señorita Etihw...

    Kcalb apartó de una patada a su gata negra y miró a Etihw.

    —¿¡Pero tú las has oído!? —exclamó.

    —Claro que sí, Kcalb. Estoy en la misma habitación que vosotros.

    —¿¡Y no vas a hacer nada!?

    —Bueeeenoooo... —Dios se encogió de hombros y cruzó las piernas— En verdad, no me importa demasiado. Sólo es un pedazo de pastel.

    —¡La señorita Etihw es taaaan buena! —exclamó Ater.

    —Es taaaan buena la señorita Etihw —ronroneó Arbus.

    Kcalb miró incrédulo a Dios. Entonces suspiró y se giró a sus gatas con el ceño más fruncido todavía.

    —Está bien —aceptó a regañadientes—. ¡Pero a la próxima, os cuelgo de mi pared por los bigotes! ¿Me habéis oído?

    Como respuesta, las dos hermanas salieron corriendo de la habitación entre maullidos.

    Kcalb suspiró de nuevo y se volvió a Etihw, mientras que la rabia le comía por dentro, pues a él sí que le importaba lo del pastel. Y no sólo porque le encantara el dulce, sino porque había estado deseando poder haberlo compartido en la mesa con Etihw. Pero ya era muy tarde para eso.

    Se sentó en su silla negra, frente a Dios, que le miraba con una pícara sonrisa en la cara.

    —¿Qué pasa ahora? —preguntó el demonio, hartándose de la mirada que le estaba dirigiendo su compañera.

    —Me parece muy tierno que te enfades por lo del pastel —respondió ella.

    —¿Qué...? —Kcalb se ruborizó un poco y se encogió algo en su asiento— ¿Y eso por qué?

    —Pareces un niñito al que le han quitado sus chuches...

    —¿Estás insultándome?

    Etihw se rió levemente. Entonces se bajó de su salto de su trono y, mientras se dirigía a la salida dijo:

    —Voy un rato al jardín de flores... —Se giró hacia Kcalb y sonrió— ¿Vienes?

    —B-bueno... —tartamudeó él— A lo mejor, en un rato...

    —Está bien... ¡allí te espero, Kcalbito!

    Dio media vuelta y salió de la sala.

Killer SunlightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora