Perdidas

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Junto con el resto de las chicas, Macarona se agarró fuertemente al brazo de Kcalb. Él las miró a todas, con expresión preocupada. Entonces suspiró y agachó la vista hacia Gris, que estaba sujetando su mano como si fuera una niña pequeña y estaba más roja que un tomate.

    —¿Estás segura de que esto es lo mejor? —repitió por quinta vez.

    Ella suspiró y miró al Diablo intentando parecer natural.

    —Claro que sí —respondió—. ¡Vamos, no podemos hacer esperara más a Etihw!

    Kcalb también suspiró y cerró los ojos. Tomó mucho aire y separó los labios para murmurar unas cuantas palabras que sonaron bastante siniestras. Macarona notó una terrible presión en el pecho y un insoportable dolor de cabeza.

    —Cerrad los ojos —ordenó casi a gritos Kcalb, con una voz que no parecía suya.

    Todas las chicas obedecieron al instante. De repente, Macarona dejó de sentir el suelo bajo sus pies, lo que la asustó bastante. Apretó aún más los ojos, y escuchó las voces de sus amigas chillando.

    —¡Kcalb! —gritó con un hilo de voz Gris.

    —¡Tranquilas... queda poco! —exclamó él.

    Macarona ahora escuchaba más voces, voces que no pertenecían a ninguno de los presentes. Eran gritos ahogados y susurros que ponían el vello de punta. Era cierto que se sentía aterrada, pero la curiosidad le pudo. Entreabrió un ojo, y lo que vio la dejó sin palabras: a su alrededor se encontraban extrañas sombras girando junto al resto de sus compañeros, susurrándoles cosas al oído. Justo en ese momento, una de ellas se le acercó y se enrolló en su brazo. La demonio gritó y soltó a Kcalb. Sacudió el brazo para espantar a la criatura, pero justo en ese momento, sintió como un puñetazo en el pecho que la mandó hacia atrás. Chilló, viendo como se alejaba de sus amigos. Giró hacia todos lados su cabeza, pero lo único que fue capaz de ver fue esa temible oscuridad y las sombras que deambulaban por los alrededores.

    Entonces, algo captó su atención: algo que no era una sombra también se movía a mucha velocidad, en la misma dirección que Macarona. Ella gritó aún más fuerte que antes, al distinguir el pelo verde de esa figura.

    Se giró, y para alivio (o espanto, no sabía que sentir en ese momento) suyo, pudo ver a lo lejos un punto de luz, y se estaba acercando velozmente. Cuando ya se encontraba a sólo unos cuantos metros, apretó fuertemente los párpados y se sintió caer a la nada. Tras unos segundos de caída, aterrizó de espaldas sobre el suelo, lo que le paró la respiración unos instantes debido al dolor. Abrió de golpe los ojos para encontrarse con el cielo, tan azul como estaba antes de irse. Se levantó entre jadeos y se pudo dar cuenta de que tampoco podía haber llegado muy lejos, pues la zona en la que se encontraba era muy parecida al desierto del que habían partido. Entonces, en la lejanía, distinguió "algo" tirado sobre la arena. Corrió hacia él haciendo muecas de dolor. Era, efectivamente, Yosafire.

    Ella tenía los ojos cerrados, y respiraba con dificultad. La mirada de Macarona se posó sobre su costado derecho, el cual estaba ensangrentado. Yosafire se estaba agarrando con fuerza éste, intentando detener la hemorragia.

    —Dios mío, Dios mío... —Macarona se arrodilló frente a ella, sin saber que hacer— Yosafire... Yosafire, ¿¡me puedes oír!?

    Ella gimió y movió la cabeza afirmativamente. Rápidamente, Macarona deshizo el lazo rojo que llevaba siempre atado al cuello de la camisa y envolvió la cadera de Yosafire con él, para detener la hemorragia.

    —M-Macarona... —jadeó Yosafire.

    Ella la miró, con lágrimas en los ojos.

    —¿Qué pasa, Yosaf? —preguntó intentando no estallar en llanto.

    La peli-verde tosió algo de sangre, lo que alarmó a su amiga. Entonces sonrió y abrió los ojos.

    —Es que... me entró curiosidad... —dijo con la voz apagada— Abrí los ojos para ver y... sin querer, me solté... Una de esas extrañas sombras me atravesó todo el costado... —Entonces, también empezó a llorar— Y ahora me voy a morir... por no hacerle caso al viejo...

    Macarona se miró el brazo en el que la criatura se había enganchado. Se levantó la manga, y para su sorpresa, pudo ver que tenía la piel cubierta de arañazos sangrantes.

    Sacudió la cabeza y volvió a centrar toda su atención en su amiga.

    —Hey, no te vas a morir, ¿vale? —dijo, aunque no sabía si se lo había dicho a Yosafire o a sí misma— Te voy a sacar de aquí, ¿vale?

    Yosafire volvió a sonreír y cerró los ojos, cayendo inconsciente.

    Macarona abrazó a su amiga.

    —Resiste, Yosaf... —lloriqueó. Entonces, levantó la vista al cielo y murmuró— Señor Kcalb... Ayúdenos, por favor...



Killer SunlightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora