Nueva amenaza

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—Bah, ya sabía yo que no funcionaría... Ivlis es demasiado débil. ¡Mira que ser derrotado por unas niñas...!

    Una silueta que desprendía un brillo cálido que se paseaba tranquilamente por su habitación, iluminando la oscuridad de la estancia. Era un ángel rubio, de ojos naranjas y piel pálida. Vestía un elegante vestido de cuero, sujeto a su cuerpo con un cinturón del mismo material alrededor de su delgada cintura.

    —Yo habría logrado robarle el poder a ese Diablo en menos que canta un gallo. Y no sólo el suyo, vaya. ¡Si me lo propusiera, podría hacerme con el poder de Dios y a apoderarme de su mundo!

    La puerta del cuarto se abrió de golpe. Por ella entró un murciélago rodeado por el mismo brillo que la mujer, de color negro y con los ojos radiantes como el sol. Se acercó al ángel y emitió unos cuantos sonidos bastante parecidos entre ellos.

    —¿Hum? ¿En serio? —preguntó la mujer, observando a su fiel aliado— ¡¿Cómo?! ¿Le han... capturado? ¿Quién? ...... ¿Ese tipo del parche, el ángel jefe? Cómo se llamaba... ¿Sombra? ¿...Ah, no? ¿Wodahs? Hum, entiendo...

    Una sonrisa se dibujó en el rostro del ángel. En la palma de su mano apareció un pequeño sol blanco que casi no desprendía calor. Sus llamas lamían la mano de la mujer, enredándose entre sus dedos y moviéndose de un lado a otro.

    —Pues... tendréis que ir más. Pero, cambio de planes, chicos. No vamos a por el Diablo... -La sonrisa de la mujer se hizo más grande y fría aún. Cerró el puño, ahogando la luz del pequeño sol, y dijo entre risas-: Busco el poder de su Dios.

    El murciélago emitió un sonido parecido a una risa, y salió de la habitación, listo para informar a todos sus hermanos de la nueva misión que la señorita Igls les había encargado.

    Mientras tanto, no muy lejos de ese lugar, dos siluetas contemplaban aquel extraño mundo luminoso desde lo que debía ser una montaña.

    —Aquí es... —murmuró Ater.

    —Es aquí —confirmó su hermana.

    —¿Seguro que el señor Kcalb nos mandó a este lugar en concreto?

    —Él lo hizo.

    Ater suspiró y extendió sus alas negras.

    —Entonces, vayamos a investigar, Arbus.

    Arbus también estiró sus alas blancas y retrocedió un par de pasos, lista para alzar el vuelo.

    —Lo que tú digas, Ater.

     Y las dos empezaron a volar por el cielo, teñido de un blanco amarillento y por el que paseaban murciélagos resplandecientes.

    —Oye, Arbus —dijo la gata blanca, observando a su hermana, cuyos ojos rojos como la sangre despedían un brillo cálido al reflejar la luz del cielo.

    —¿Sí, Ater? —respondió ésta, girándose hacia la peli-blanca.

    —¿De verdad son éstos... esbirros de Ivlis?

    La gata negra frunció el ceño y puso cara pensativa. Era cierto que, aunque fueran murciélagos, tenían bastantes diferencias con los demonios que Ivlis había contratado para atacar el Jardín Gris.

    —Lo que yo pienso —comenzó Arbus—, es que estamos frente a un nuevo peligro. Y me parece que... es incuso más grave que el anterior.

    Ater asintió y volvió a centrar su atención en el vuelo.

    ¿Qué podía estar pasando?

Killer SunlightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora