Capítulo 4

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Todos los personajes pertenecen a Suzanne Collins

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Capítulo 4

Tengo una pregunta que a veces me tortura; estoy loco yo o los locos son los demás

(Albert Einstein)

Camino aun confundida por lo que acababa de ocurrir, había intercambiado unas palabras con Peeta Mellark después de casi dos años del incidente y aunque mi voz de la razón me exigía que corriera no me pude resistir al escuchar su afable voz y mucho menos apartar mi mirada de los ojos azules claros y sinceros que me recordaba a esos ojos que me llamaron la atención la primera vez que lo vi.

Me detuve en la mitad del camino a la casa principal, ahí en la oscuridad podía ver muy bien la antigua casa donde viví. La casa de la piscina o la casa de los sinsajos, nombre que le dio mi Papá debido a que en las tardes solían pararse en la pared una parva de sinsajos. Él y yo nos sentábamos afuera para cantarles, totalmente atentos se callaban para luego imitar la melodía que acababan de escuchar.

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Mis papas me habían dicho que se pasarían gran parte del día en las terapias y que durante ese tiempo tenía que cuidar a Prim. Esa primera mañana en esa casa extraña y sabiendo que mi Papá estaba enfermo tuve que buscar valor para evitar no llorar. Mis Papas se habían ido primero dejándonos a Prim y a mí desayunando después de terminar nos encaminamos a la puerta para ir a la escuela. Para salir teníamos que pasar por la casa principal, fue ahí que lo vi por primera vez sentado en las escaleras como esperando algo.

En cuanto nos vio sonrió, eso me impresiono porque era la sonrisa más grande que había visto, estaba segura que podía estar a metros de distancia de él y de todas maneras la alcanzaría a ver. Dando saltos por los escalones se acercó a nosotras y nos dijo con timidez:

--Soy Peeta. Mi Papá y yo les hicimos estos panes para la escuela- dijo mostrándonos una caja, de la cual se desprendía un delicioso aroma a pan recién hecho.

-- ¿Tú los hiciste?- pregunto Prim sorprendida.

-- Sí- contesto él- bueno con ayuda de mi Papá.

-- ¿Puedo tomar uno?- pregunto Prim.

-- Sí, son para ustedes- dijo emocionado, abriendo la caja de manera muy torpe.

-- Gracias- le agradeció mi hermana. Contenta la vi darle un mordisco al pan. Agradecida voltea a mirarlo y me encontré con esos ojos azules, que impresión porque nunca había visto unos ojos así de bonitos. Prim tenía ojos azules, igual que mi Madre, pero definitivamente no eran como los de él. Totalmente rojo el niño aparto su mirada de mí para regresarla a la caja que traía, la levanto haciendo que mi mirada se enfocara en esos deliciosos panes.

-- ¿Quieres comer uno?- me pregunto.

Mire los panes que estaban dentro de la caja. Pensé en lo deliciosos que se veían y olían, volví a mirarlo, calcule que debía tener más o menos mi edad. En ese momento me percate que sus ojos azules se movían ansiosamente de los panes a mí. Sin pensarlo más decidí tomar uno de los panes que se veía más delicioso, provocando en él una sonrisa sincera.

-- ¡MUCHACHO IDIOTA! ¿Qué estás haciendo?- escuchamos un grito y los tres brincamos volteando a ver a una mujer que venía furiosa a nosotros. No entendí porque estaba enojada y menos entendí que de un manotazo me tirara mi pan y tomara los panes que estaban en la caja.

-- Mamá, no te enojes- le pidió el chico.

-- Te prohibí que les dieras esos panes.

-- Pero mi Papá y yo los hicimos especialmente para ellas y...- lo callo con una cachetada en su mejilla, una cachetada tan fuerte que sonó en cuanto se la dio.

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