6.

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—¿De quién es este lugar? —pregunto, observando el amplio recibidor, varias personas caminan de allá para acá, dándonos una corta mirada a Daen, Arman y a mí.

Daen no responde, simplemente tira de mi brazo, obligándome a caminar con rapidez hacia el que parecía ser el encargado del hotel... o el gran resort.

—Petrov y Hamilton. —El hombre levanta la cabeza de la pantalla de su ordenador y por un momento luce perdido, luego, su ceño se frunce con algo de enojo.

—Y yo soy Beyonce. Regresen por donde vinieron, al señor Petrov no le gustan los mentirosos.

—A mi padre no le gusta las personas prepotentes como usted —digo, rebuscando mi identificación en el interior de mi bolso, mi carnet de conducción es el primero en aparecer en mi campo de visión e, irritada por el cansancio y por el hambre, la dejo de mala gana frente a él—. Y solo para aclarar, exijo más respeto en el nombre de mi padre, que en paz descanse.

El hombre entrado en edad boquea al igual que un pez al leer mi identificación, una de mis cejas se elevan cuando sus ojos entran en contacto con los míos.

Un teléfono negro entra en mi campo de visión cuando levanta la bocina, luego, sin quitar la vista de mí, presiona un botón.

—¿Erick? Si... La señorita Petrov está aquí junto al señor Hamilton. ¿La suite presidencial? Entendido, señor. —el hombre frente a mi cuelga el teléfono, luego, nos ofrece una sonrisa tensa.

—Sonriendo no mantendrás tu puesto, Harman, cuando regrese de la habitación te quiero fuera del hotel. —intento abrir la boca y detener a Daen. Si, talvez el hombre había cometido un error, pero no era necesario ser tan duro.

La mano de Daen se cierra en mi brazo, pero me libero del agarre con rapidez, ganándome una mirada enojada.

—No puedes correr a nadie sin mi consentimiento, Daen. Él solo hace su trabajo. —hablo lo más bajo que puedo, tratando de no llamar la atención—. No tienes derecho de hacerlo. Ni lo harás.

Cuando me giro nuevamente hacia el hombre detrás del mostrador, este me agradece con una mirada algo aterrada, pero no respondo nada.

Tomo mi carnet de conducción y sin esperar por Daen y Arman, hago mi camino por el gran recibidor.

Sabía de los hoteles que estaban bajo el poder de mi padre, pero nunca había imaginado que él era dueño de uno en Australia.

Cabe recalcar que era uno de los óreles más caros.

Una vez que llego al ascensor una mano entra en mi campo de visión al mismo tiempo que intento presionar el botón de llamada. Lo tatuajes apareciendo en su muñeca me confirman que se trata de Daen, por lo que lo ignoro.

El recuerdo de las horas vividas desde que había puesto un pie en Australia vienen a mí con rapidez.

El ojo en mi pastel de chocolate, luego, los disparos en el auto y, por último, la muerte de Bertha.

Bertha era la única mujer que había ayudado a mi crianza, ganándose algo de mi cariño.

Podría ser mi nana y no tener la misma sangre que yo, pero ella era importante y merecía una buena despedida.

—Las niñas ricas no van conmigo. —Ruedo los ojos, ignorando las palabras de Daen. Sí, tenía dinero, pero eso no me hacia mejor o peor persona.

Yo era igual a los demás.

—Eres libre de largarte, nadie te está reteniendo. —Los ojos azules me fulminan con algo más de enojo en ellos y presiona el botón para cerrar las puertas del ascensor luego de que Arman se encuentra en el interior con nuestras maletas.

KILLER © |SIN EDITAR|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora