CAPÍTULO 12

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Melisa se encontraba esperando en la entrada de su casa. Ella siempre había considerado a David como alguien puntual, pero hoy era la excepción. Llevaba media hora esperándolo.

Su mirada recorrió la calle de un lado a otro. Nada por la derecha, nada por el frente y el tan esperado chico por la izquierda.

Se aliso las puntas de su vestido hasta la rodilla blanco y se levanto para encontrarse con él. Quedo anonadada al verlo.

Llevaba un pantalón formal negro y una camisa azul claro que resaltaba sus ojos. Contando a ello que su cabello iba despeinado como si hubiera acabado de salir de la ducha.

Sí, ella también lo consideraba guapo.

– Disculpa la tardanza, mi despertador no sonó – se excuso. Ella sonrió.

– No importa. ¿Nos vamos?

– Vale – contestó y ella comenzó a caminar a su lado –. Por cierto, buenos días.

– Lo son – susurro Melisa.

– ¿Qué dijiste? – preguntó, al no poder escucharla.

– Oh, buenos días a ti también.

Después de aquello, hablaron de lo que habían hecho en los últimos días y David le contó sobre el libro que estaba leyendo.

– Aquí es – dijo, al llegar a una casa estilo colonial.

– Tus abuelos se toman en serio lo antiguo.

– Sí, lo sé – le sonrió a ella –. Espera a verla por dentro.

David saco sus llaves y le cedió el paso a la chica, dejándola asombrada por segunda vez en el día. Aquel lugar te transportaba, por lo menos, 100 años atrás aunque seguía contando con las comodidades tecnológicas actuales.

– Es como estar en...

– La época de la independencia – completó él. Ella asintió –. ¡Abuela, llegamos!

Escucharon un leve taconeo y, segundos después, salió una mujer de cabello plata con un vestido beige y chal negro.

– Oh, David, menos mal que llegaste. Tu abuelo necesita que lo ayudes a conectar la antena de la parabólica. Ve con él, mientras yo me conozco con la señorita.

– Vale, nona – respondió, luego se volteo hacia ella –. No me demoro.

Él se fue por uno de los largos y rústicos pasillos de la casa.

– Entonces, niña, acompáñame a la cocina – demandó la señora mayor, empezando a andar –. Te hago un cafecito mientras hablamos.

Al entrar allí, ella se sorprendió de que cocinaran con leña, como en el antaño. No obstante, aquella cocina era una obra del diseño de interiores.

– Siéntate en aquella silla – señaló la abuela y ella obedeció. – Dime, ¿Cómo te llamas?

– Melisa Pineda.

– ¿Eh, Melisa? – La susodicha asintió – David tenia escrito tu nombre en uno de sus cuadernos.

La chica quedo en shock. Eso significaba que... ella le podría gustar a él. Bueno, eso dependía de qué forma estuviera escrito.

– Debe ser algún trabajo o taller. Somos compañeros de clase.

– No, no, cariño. Tú estabas dentro de un corazón – corrigió, entre risas, la abuela.

Ella bajo la mirada, pensado.

– Tú tinto, reina – anunció la señora, poniéndole una taza enfrente de ella.

– Gracias...

– Zoraida, nena.

Mientras ella tomaba la bebida, la abuela picaba ciertos vegetales para el almuerzo. Ellas conversaban cómodamente, hasta que volvieron al mismo.

– Y bueno, mija, ya que sabemos que mi nieto esta flechado por ti... ¿Tu lo estas por él?

Melisa estaba a punto de responder, cuando David entro.

– Abuela, eso no es tu incumbencia – dijo, fríamente. Decir que estaba sonrojado, era un eufemismo.

La cocina quedo en un silencio total en ese momento. Melisa tuvo la vista y la mente enfocada en su taza de café, hasta que subió la mirada encontrándose con David.

Él articulo un "Perdón". Ella apretó los labios. Le dio rabia que él pidiera perdón cuando ella, realmente, deseaba gustarle.

Nota de Autora:

Y en ese momento, donde todo va perfectamente y ¡Boom!, se arruina. Sí, bueno, así.

Aloha, lector@s. Aquí con un nuevo, emotivo y, ejem, sentimental capítulo. Sé que las hice odiar/amar a David. Ese es su particular efecto en las chicas. Gracias por leer y hasta la próxima.

Con amor.

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