CAPÍTULO 20

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Melisa se revisaba, en el espejo de la sala, todo su cuerpo. Tenía que asegurarse de estuviera perfecta. Había tenido un gran ajetreo a la hora de escoger su ropa. Al final, se decidió por un par de Jeans y blusa blanca de capas.

El reloj marcaba las 2 y 45, mientras que ella andaba ansiosa de un lugar a otro. Sus manos sudaban y sentía como si sus talones se doblaran.

En sus más románticos sueños, salía con David y, sentados en la banca de un parque, se besaban eternamente. Pero, esta era la realidad, donde lo besaría hasta en medio de un sucio callejón.

Eso era porque Melisa pensaba que el momento no lo hacía el lugar, la iluminación, ni la música. No, pensaba que el momento lo hacían ellos, estando juntos, pensando solo en ellos.

Sonrió imaginándose los labios de David sobre los suyos y soltó una pequeña risita.

Volvió a mirar el reloj: 3 y 5.

Se le hacía raro, debido a la gran puntualidad de su amado.

Se sentó en el sofá y leyó parte de una revista que se encontraba cerca.

Subió la mirada, otra vez: 3 y 27.

"Esto no puede estar pasando" pensó. "Él no me puede dejar plantada."

Cruzo sus piernas y encendió el televisor. Se distrajo viendo caricaturas en Cartoon Network.

Cruzo los dedos antes de volver a mirar y suspiró.

4 y 15.

– ¡Diablos! – exclamó, bufando.

Fue en busca de un abrigo y las llaves. Después, salió de allí, rumbo a cada de David.

Conocía el camino gracias a su hermano y llego en menos de 20 minutos allá.

En ese momento, el cielo ya se tornaba oscuro y las nubes opacas.

Melisa tocó varias veces a su puerta, pero nadie abrió.

Salió de allí, hacia la casa de la abuela de David, más conocida como, Zoraida.

El agua se desplomo del cielo y el cuerpo de Melisa se cubrió de la lluvia mientras caminaba.

No le importo el frio, porque estaba realmente enfadada de estar sola en estos momentos. Se suponía que si se esforzaba las cosas se lograban. Esta vez, no fue de esta forma.

Llego a casa de la abuela, empapada. Toco el timbre, recostándose en la puerta.

Sintió caerse, cuando fue abierta.

– ¿Melisa? – la llamo la anciana. Ella se dio la vuelta –. Oh, Dios. Mira, niña, estás súper mojada. Entra y te secas, cariño.

Ella obedeció y entro al cálido lugar.

Con una toalla y una taza con tinto, la abuela la reconforto.

– Umm, Zoraida – la llamó, con timidez –. ¿Usted sabe donde está David?

– Ni idea, nena.

– Es que se supone que hoy íbamos a salir.

– ¡Una cita! ¡Si, por fin! – exclamó la señora, llena de regocijo. Luego, se encontró con la cara confundida de Melisa –. Es decir, que bien por ustedes. Pero, si tenían una cita, ¿Por qué estás aquí?

La chica suspiró.

– Creo que él me dejo plantada.

– ¡Maldito, David!

– Lo sé, Zoraida.

– Eso es problema de lo que él tiene. El chico es así, ¿Qué más se le puede hacer?

Melisa no entendió las palabras de la abuela, pero no tuvo tiempo para preguntarle. Alguien había llegado.

– ¡Hey, abuela, no vas a creer lo que nos paso! – gritó la tan conocida voz de David.

El chico tenía una expresión de cansancio y estrés, la cual cambió al ver a Melisa allí.

– Hola, David – saludo ella, con una gota de cinismo.

– Mel... – dijo, en un suspiro.

– Nieto, ¿no tienes algo que decirle a esta señorita? – preguntó la abuela.

– Emm... yo...

– No tienes que decir nada, David – hablo Melisa –. Me dejaste plantada. Lo que no entiendo es; ¿por qué?

Ella ya se había levantado de su asiento y lo enfrentaba cara a cara.

– No... yo... veras...

– ¡No intentes remediarlo, David! ¡Me incumpliste!

– Yo lo siento – logró decir, con la cabeza gacha.

– ¡No, no lo sientes! – Gritó, de la rabia que tenía –. ¡Si lo sintieras no me hubieras dejado plantada!

Ella respiro fuertemente.

– ¡Por lo menos, me hubieras avisado!

– Yo, realmente, lo siento.

– ¡No, aghh!

Se quito la toalla de encima y tomo su abrigo mojado.

– Lo siento, Zoraida, por armar un alboroto en tu casa – se disculpó, caminando hacia la puerta –. Adiós y gracias por todo.

No dijo nada más y no espero a que le dijeran algo. Salió corriendo, con lágrimas en los ojos y un vacio grandísimo en el corazón.

Nota de Autora:

Hey, chicos. No me maten por esto: "Es necesaria la tormenta, para que llegue el arcoíris".

Gracias por leer y, a lo mejor, nos vemos mañana.

Abrazos GRAN- DI- SI- MOS

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