CAPÍTULO 3: Hay un cuento

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Cuando era pequeña, me encantaba leer acerca de las princesas y de cómo lograron su final feliz. Aún disfruto leer sobre ello. 

Bueno, en realidad me encanta leer cualquier cosa. 

La diferencia es que ahora ya sé que esas historias felices son solo eso, historias. Y no, con ello no quiero decir que todos estamos destinados a ser infelices. Creo firmemente en que, la felicidad llega en forma de destellos a lo largo de nuestra existencia, provocando así que cuando la tengamos con más intensidad, consideremos que somos felices. Y que, cuando nos falte, creamos que nunca la tuvimos o que está se escapó con demasiada prontitud.

A mi parecer, si bien no he pasado penurias extremas en mi corta existencia, se me ha privado del placer de una felicidad aunque sea en su mínimo estado. Al menos, de una que no involucre un pago a larga por ella.

Las personas, cosas o situaciones que me han hecho feliz en algún momento, si es que en verdad lo han hecho, siempre duran muy poco, Y es que se ven apañadas por otras que causan un cambio más inesperado que el anterior. 

Claro, esos podrían ser los destellos que mencioné pero, creo que me encuentro bajo una especie de techo que, quizás, no me permite verlos con claridad. A veces, me parece que en mí se cumple todo lo contrario al utilitarismo filosófico. Creo que la vida intenta brindarme más dolor que placer, con respecto a la felicidad. ¿Suena ilógico? Probablemente. ¿Qué me hace pensar en ello? Todo lo que he vivido. Aún más con los sucesos de los últimos meses.

- ¡ALEXANDRA! - una voz chillona lastima mis oídos.

- ¿Qué quieres? - la chica palillo está frente a mi carpeta interrumpiendo mi razonamiento conmigo misma.

-¿Hiciste la tarea de historia?  - su postura se parece a la de alguien que espera reverencia.

- Sí - rodé los ojos.

- Dámela -  su mano se extiende a la carpeta - Y apúrate que Nikki está esperando.

-¿Me crees idiota o qué? ¿DÁRTELA? - estiro mis manos frente a ella con tranquilidad - No me hagas reír. 

No soy la típica nerd. Jamás lo he sido y probablemente jamás lo sea. 

Solía prestar mis cuadernos hasta hace unos meses pero, cuando mis ex amigos y compañeros empezaron a decir que yo era una egoísta y que no los ayudaba, me quedé anonadada. Cuando había sido amiga de Mónica o de Nikki, lo máximo a que lo que llegaban era a una que otra mofa en voz baja.  

Y es que prácticamente, yo me mataba explicándoles lo que no entendían o apoyándolos con sus deberes. Y todo ello lo hacía antes o después de mis entrenamientos, incluso en clase, hasta el punto de que iban a mi casa para que pudiera ayudarlos con más tranquilidad. Mis padres eran testigos de cuántas veces tocaban la puerta en mi búsqueda y que, yo gustosa, los recibía sin excepción. 

Eso es lo que me motivó a tomar la decisión drástica de empezar a darles la razón. Describían a una Alexandra egoísta, ególatra, indiferente y cerrada, así que esa sería la Alexandra que tendrían. Al menos, la que vieran en clases.

- ¡JÓDETE!

-Después de ti, Lidia - dije mientras salía al recreo.

No me he dejado avasallar por ella antes, así que ¿por qué hacerlo ahora? Una cosa es aguantar sus insultos y burlas, otra muy diferente es permitirle que crea que con eso me tiene intimidada hasta la médula.

Total, si la que debería tener miedo es ella. Me corrijo, ellos, en general, son los que deberían estar intimidados. Solo para explicarlo mejor, me compararé con Lidia aunque hasta eso me resulta desagradable. Soy más alta y peso más que ella, así que lo que habría de esperar es que la que se burlara de ella fuera yo, ¿no? Porque se nos ha hecho creer que los matones son más fuertes o más grandes que uno y que los más desprotegidos son los más pequeños

Pues no, estaban equivocados. 

Todos podemos ser las víctimas así como todos podemos ser los agresores, para eso no debería haber un perfil específico. 

A veces me pongo a pensar en si esto no es como un cuento, cada uno representa un papel y todo ese rollo. Tal vez yo esté a punto de convertirme en el gigante egoísta y mi jardín es mi tarea. Tal vez se me aparezca Jesús en forma de niño como en el cuento, no lo sé, pero la religión no es un tema en el que me provoque profundizar ahora. Y quién sabe, tal vez los niños en general sean mis compañeros de clase. Si todo es tal como lo dije, eso quiere decir que ¿me voy a morir? Porque el gigante muere al final, bueno y amigable con los niños, pero se murió al fin y al cabo. Entonces, ¿mis compañeros llorarán por mí? Porque los niños lloran por la muerte del gigante.

Si me pongo a pensarlo, esto cada vez tiene menos lógica porque dudo que mis compañeros lamentaran mi muerte. Sobre todo Lidia. Ella de seguro bailaría en mi tumba, a pesar de tener dos pies izquierdos. Creo que lo que harían sería festejar el hecho de que por fin me morí. Que la repudiada Alexandra,la maldita sabelotodo, al fin se largó de este mundo.

Pero aún no les puedo dar ese gusto por más que así lo quisiera. Una vez leí una frase en el cuaderno de mi prima. Creo que era de cuando Tati aún creía que se casaría con Joe Jonas.

Ella no buscaba ser parte de un cuento para ser feliz. Lo que ella buscaba era ser feliz sin tanto cuento.

Esa frase me impactó en su momento. Con los años, me he preguntado si es que no será cierto que la vida si es un cuento. De ser así, alguien lo tiene que escribir.

Y quién sabe, tal vez ese alguien sea yo.

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