CAPÍTULO 5: Camina como pato

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La risa aún volvía a mí por instantes así que, agradecía con toda mi alma que mis padres no estuvieran en casa porque sino, pensarían que había terminado de volverme loca.  Aunque no estarían muy alejados de la realidad. Si alguien supiera por todo lo que había pasado el último año, lo que se preguntarían sería como no había terminado por perder la cordura. 

 Y es que no era para menos. Es duro darte cuenta de que el noventa y cinco por ciento de las amistades que tenías habían sido solo bonitas ilusiones que, azotarían tus entrañas sin compasión a la menor oportunidad de flaqueza. Y que, tal vez, se las comerían aún viéndote agonizar. A buena hora me había sacudido de ellas tal como uno se sacude del polvo que se pega a la ropa.

Me había reído de Nikki en su cara. 

Sí. Después de que terminó de proponerme mi "regreso" a ese grupo de idiotas, no puedo creer que en verdad imaginara que aceptaría gustosa. ¿Acaso no recordaba todo lo que me habían hecho? ¿Todas sus burlas? ¿ Su "destierro" social? Aunque lo que más me provocó risa fue su argumento de que yo llamaba mucho la atención y eso era perjudicial para ella si es que no era parte del grupo. Yo no pensaba volver a sacrificar mi felicidad por la de alguien más. Si les gustaba el veneno, dejaría que todas esas abejas se intoxicaran en paz. Creo que nunca había soltado una carcajada tan placentera como la que di hoy en la mañana. 

Y es que escuchar tanta estupidez junta no es algo de todos los días.

Estaba a punto de reírme nuevamente al recordar aquello cuando, el sonido de una notificación en mi celular me interrumpió. Me estaba olvidando de que hoy tenía reunión del club de lectura. Rayos, ahora tenía que salir corriendo si quería llegar a tiempo. Aunque no es como si el mundo se fuera a desmoronar porque uno de los cuatro gatos que asistíamos llegara tarde. Total, sabíamos muy bien que los cuatro ya habíamos leído el libro del mes hace años y que, si seguíamos viéndonos en la biblioteca, era porque no soportábamos del todo la soledad. Pero no tolerábamos que los otros tres se inmiscuyan en nuestra vida.

Era algo así como una regla implícita. Yo no los juzgaba por sus aficiones tan extrañas como el espiritismo y, ellos no me juzgaban por mi pasado como abeja reina. Bueno, como ex abeja reina. Pero yo ni siquiera me había autodenominado así. Me enteré de ello días después del incidente y, como nunca me molestaba en contestar o voltear ante la mención de aquel apodo, asumo que algunos estudiantes olvidaron que mi nombre era Alexandra, y no un título noble perteneciente a la escala social de un panal. 

Por eso es que mi teoría de que la estupidez es contagiosa cada vez cobra más fuerza para mí. Es más, hasta ha provocado que considere el estudiar medicina no como un beneficio autopersonal, sino también como en pos del bienestar comunitario para poder dotarlo del descubrimiento de una cura para tal pandemia mundial.

Como la escuela me quedaba solo a tres cuadras de mi casa, no me tomó mucho el correr pero sí me dejó sin aliento. El ya no hacer ejercicio físico me estaba pasando la factura. Para cuando entré a la biblioteca, vi a los tres gatos del club centrados en sus respectivos libros y, en la esquina contraria a ellos, una cabeza castaña se encontraba escondida entre dos pálidas manos.

Para cuando me senté junto al resto de mi camada, seis ojos se posaron en mí con extrañeza.

- Les dije que los espíritus me revelaron en la mañana que hoy llegarías tarde - los ojos grises de Trina se asemejaban demasiado a la típica idea de aquellos entes con los que decía poder contactarse. Nunca había visto ni a un fantasma o una aparición espiritual corpórea pero, me imaginaba que tal vez serían del mismo tono de los iris de la chica al lado mío.

- ¿No te habrán dicho también que tengo una buena explicación? - intenté esbozar una pequeña sonrisa. Sin resultados buenos, claro.

- El olvidarse de la reunión mensual del club no es una buena explicación - interrumpió Diego mientras dejaba el libro sobre la mesa - Si yo olvidara cada cuánto tiempo debo regar mis plantas, ten por seguro que ya me habría ahorcado con una enredadera - aquellas rajas que tenía por ojos no lo ayudaban a que se notara cuando quería ponerlos en blanco.

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