CAPÍTULO 14: Encuentros cercanos del tercer tipo

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"Nadie no advirtió que extrañar es el costo de los buenos momentos."
Mario Benedetti

Las clases de matemática ya empezaban a resultarme aburridas. Pero, ¿cómo podía alguien esperar que fuera de otro modo? Algo debía andar mal en aquella currícula escolar si debíamos dar exámenes con las fórmulas a nuestro lado. Es que no era lógico que, a estas alturas de la vida escolar, el noventa por ciento del salón fuera incapaz de aprenderse las fórmulas trigonométricas. Es decir, a mí me gustaban las matemáticas hasta el tuétano. Ello también se lo atribuía a mi amor por la lectura. El día en que mi prima Tati me encontró leyendo su libro de álgebra, fue cuando me di cuenta de que mi gusto por leer excedía el estándar de la población menor de dieciocho años.

- ¡MAMÁ! ¡ALE ESTÁ HUSMEANDO MIS COSAS OTRA VEZ Y LO PEOR ES QUE NI SIQUIERA INTENTA HACER MI TAREA!

- ¡TATIANA JOAQUINA ZEGARRA DEL CARPIO! – dijo mi tía Nora furibunda - ¿QUÉ TE HE DICHO DE  GRITAR EN ESTA CASA Y HABLARLE ASÍ A TU PRIMA?

- ¡AY! – Tati intentaba soltarse del agarre que su mamá tenía en su oreja – Ya entendí. ¡YA, MAMÁ! – ahora sobaba su maltratado sentido de audición, el cual estaba tan rojo como las manzanas que estaban sobre la mesa -  Pero si es una cerebrito de ocho años, para algo bueno debe servir.

- De verdad que ya no sé qué hacer contigo – mi tía tomó el bolso que colgaba de la silla – Me voy antes de que te ahorque. Una chica de quince años no puede estar peleando con una niña solo porque esta tomó un libro que estaba sobre la mesa. Adiós cariño – depositó un beso sobre mi sien – Espero que para cuando llegue don José y mi mamá, ambas estén calmadas.

- ¡ADIÓS MAMÁ! – gritó Tati mientras mi tía decía algo sobre que debía recordarse a sí misma el porqué la adolescencia solo se consideraba una fase del desarrollo humano – Bueno, ahora sí terminaré con esta basura de una vez – me miró sonriendo – Así que te sugiero que muevas tu pequeño trasero una silla más allá que sacar todos mis libros de la escuela. Necesito mucho espacio.

- Si quieres te ayudo.

- ¿A sacar los libros? – se carcajeó – Wow, claro. Es que yo soy una debilucha.

- No. A resolver tu tarea de matemáticas.

- Es tarea de cuarto de secundaria. Tú ni terminas la primaria. ¿Cómo vas a saber qué es una razón trigonométrica si ni yo lo sé?

- Lo sé. Tu libro lo dice.

- ¿Has leído este estúpido libro? – dijo sorprendida mientras alzaba el libro entre sus manos - ¿De verdad?

- Sí. Y, por lo que estabas fallando en resolver los problemas, es porque no estabas aplicando bien la fórmula del coseno – dije atrayendo su cuaderno a mí y abriéndolo en sus últimas páginas – Mira, aquí está el error. El coseno es igual a la adyacente entre la hipotenusa, no al revés - señalé con mi dedo el error en cuestión - Recordé que en el libro no estaba así y, lo resolví para ver si estaba en lo cierto. Estaba esperando que aparecieras para explicártelo.

Recuerdo demasiado bien la boca de pescado que tenía Tati aquel día. Daba la impresión de que no podía cerrar la boca. Juraría incluso que un hilo de baba estaba por escapar de sus labios. Superada su sorpresa inicial, procedió a corregir lo que le indiqué. Luego de ello me hizo prometerle que jamás le contaría a nadie que la había ayudado con ello. No entendía el porqué de ello pero, por su insistencia, terminé sujetando su meñique con fuerza.

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