- ¿Será así siempre? – dije mientras fijaba mi vista en los lapiceros que escapaban de mi cartuchera.
Aquellos bolígrafos multicolores me recordaban a mí. Intentaban escapar de aquel contenedor que posaba sus dientes en su estructura. Todos queriendo salir, al mismo tiempo, como las preguntas en mi cabeza. Demasiadas dudas, demasiado miedo de saber las respuestas a ellas. Todas contenidas en algo que podría colapsar con el tiempo.
- ¿A qué te refieres?
- A si te sentarás junto a mí toda la semana excepto en matemáticas. Ya sabes cómo es el tutor con el orden de los sitios. Nadie debería estar cambiando su lugar después de lo que él ha designado.
- Que Vílchez sea nuestro tutor no quiere decir que uno le va a hacer caso en todo – aquella ceja de Nikki ya parecía tener vida propia – Además, ¿cómo esperas que hablemos si estamos en extremos del salón? Ya no tienes por qué estar sola.
- Bueno, tampoco es cómo que quiera que el profesor me reclame algo después.
- Ni lo dudes – dijo sentándose y poniendo aquel cuaderno espiralado de la muerte sobre su carpeta - Está demasiado concentrado forzando a todo el equipo de fútbol a ir a sus asesorías.
Ese cuaderno guinda me provocaba asco, tanto como la mayoría de los que se encontraban anotados ahí.
- Creí que solo era al de básquet.
- Pues no. Parece que no se le ha ocurrido mejor forma de subir su sueldo que amenazarlos con jalarlos – tomó uno de sus rizos que caían sobre su frente y lo depositó tras su oreja – Aunque no lo culpo. Si yo fuera maestra y, encima, de un colegio estatal en medio de la selva, también haría lo mismo.
- Si yo fuera estudiante de una escuela estatal en medio de la selva, probablemente me preocuparía eso – Nikki me miró con extrañeza – Pero mira, ya lo soy. Creo que lo último que dije es peor en comparación.
- Es que te salvas por ser la mejor alumna.
- De la clase – la interrumpí.
- De este maldito colegio entero – fijó su vista en la pizarra a cinco carpetas de nosotras – No solo de la promoción, sino probablemente de toda la ciudad. Aún así, decir la provincia o la región es quedarse cortos. Quizás decir que lo eres a nivel nacional sea lo más correcto – suspiró sin voltearse a mirarme - Eres una maldito genio y, no tengo idea de qué haces aquí junto a nosotros cuando tienes un futuro brillante.
Era raro ser testigo de una Nikki expresando tales opiniones. Usualmente, sus palabras siempre venían acompañadas de un tono amable que, rápidamente, podía atribuirse a un intento de burla por parte de ella. Pero, algo en lo último que había dicho me resultó totalmente desconocido. Era como si alguien, con la apariencia física de Nikki, hubiera enunciado esas oraciones. Alguien con cerebro. Alguien a quien parecía que le importaba mi persona o mi porvenir. Alguien que hablaba más allá de sus intereses personales. Alguien que parecía auto considerarse mi amiga.
No tenía ganas de ahondar en si la Nikki frente a mí era diferente a la de hace un año. En realidad, a pesar de lo que había escuchado, dudaba que hubiera un ápice de preocupación por el prójimo que la rodeaba. Si lo hubiera tenido, lo de Hugo no hubiera pasado. Jamás. Aquella chica de cabello ensortijado me recordaba tanto a su mentora. Mónica no podría haber formado a una mejor discípula. Y, como dice aquel viejo dicho, el alumno supera al maestro. Y Nikki lo había hecho con creces.
- Quizás tienes razón. Probablemente todo el mundo se pregunta el por qué sigo aquí. Yo lo hacía – sus ojos oscuros se encontraron con los míos – Pero, con el tiempo, he entendido algo. Y eso es que, si hoy estoy aquí, es por algo más allá del entendimiento humano.
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JugendliteraturA sus 16 años, Ale conocía muy bien la montaña rusa que es la vida. Solo se dio cuenta de que era popular ante la traición de su mejor amiga y ello la condenó al destierro social a cargo de la misma. Tras un largo tiempo de reflexión, ya no está di...