CAPÍTULO 6: Sé lo que hago

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Katerina les cayó bien a todos. Excepto a Diego, claro está. 

Aunque es difícil saber quién le podía agradar a él aparte de Arnie. Cómo se habían conocido esos dos chicos me resultaba tan desconocido como aquello que mantenía que su amistad floreciera. Eran tan diferentes entre sí, y ello era más notorio con sus aficiones por el fútbol y la botánica. No podía decir que Arnie me agradara pero era debido a que casi nada sabía de él. Es más, el chico casi no hablaba en las reuniones del club y, cuando lo hacía, casi todo lo que soltaba eran monosílabos.

Si tenía que elegir a quien me caía mejor de ese grupo, esa era definitivamente Trina, con sus rarezas y todo. Escucharla hablar acerca de la alineación de los astros o de su "facultad" de vidente me resultaba mil veces más soportable que escuchar las mofas de Diego. Con la integración de Kat, como Katerina me había dicho que prefería que la llamaran, sentía que al menos mi vida social podía resultar menos agobiadora al tratar con alguien que casi ni sabía de mí más que como una compañera de lectura. Además, me sentía extrañamente bien al saber que Kat tendría al menos cuatro personas con las que podría contar al menos para compartir alguna inquietud, por más literaria que fuera, pero que la ayudaría a hacer más soportable su exclusión en su propio salón. Eso era algo que no estaba en mis manos, ¿o sí?

Para ser un día sábado, no era raro que la escuela se encontrara casi desierta. A excepción del campo atlético, claro, donde se encontraban entrenando los equipos de fútbol y básquet a estas horas de la mañana. De seguro el equipo de vóley  ya volvería a entrenar cuando se recuperaran de sus bajas. 

Pero como la biblioteca quedaba a una distancia considerable del punto de reunión de aquellos deportistas, se me presentaba un panorama prometedor donde por fin podría develar los nuevos tomos que habían llegado la semana pasada. Me encontraba a tres pasos de entrar a mi paraíso prometido hasta que cierto individuo interrumpió mis planes.

- ¿DÓNDE ESTABAS? ¡TE ESTABA BUSCANDO!

Esa voz me auguraba lo mismo que podía esperar al escuchar la de Nikki o la de Mónica. Es decir, nada bueno. Si había cambiado mi número de celular, era básicamente por ellos. En mayor y en menor medida dependiendo de la persona.

- ¡Hey, tranquilo! - respondí despectivamente. No tenía otro tono de voz para usar ya con él - No soy alguien a quien puedes tener a tu disposición las veinticuatro horas del día. Y, teniendo en cuenta que eres tú quien me buscaba, mucho menos pienso dedicarte parte de mi precioso tiempo.

- Mira Ale, tenemos que hablar de algo urgente - Danny me jaló al pasillo escondido donde Nikki también me había llevado hace unos días. Su tono calmado era algo que me descolaba tanto anímicamente como racionalmente - Y en serio lo es.

- Primero, ya estamos hablando - mis oídos aún retumbaban por sus palabras - Segundo, no me llames Ale, no te he dado la mínima confianza para hacerlo.

- Cuando andabas con nosotros no te molestaba - su sonrisa me producía naúseas así que tomé mi mochila con más fuerza y me dispuse a volver a la puerta de la biblioteca.

- ¡Espera!¿Podemos hablar en serio? O Nikki me matara - sus ojos se desviaron al final de  aquel hueco entre las construcciones.

- ¿De qué otra forma quieres que hablemos? - alcé mis hombros - Somos humanos, nos comunicamos así. Si Nikki te mata o no, eso no es de mi incumbencia - chasqueé la lengua -Tampoco creo que le vayas a hacer mucha falta al mundo.

- Quiere que vuelvas a pensar acerca de su propuesta.

- Ya lo pensé. Es más, tantas veces como los dedos que te muestro - le enseñé el dedo medio de mi mano derecha - Ahora sí, con tu permiso, jódanse todos ustedes.

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