Agradecía con toda mi alma el que, después de mi encuentro con Danny, aún tuviera libre el resto del sábado. Aunque, en realidad, ello no me había servido de nada, porque me la pasé divagando acerca de la puntuación de Kat. Me parecía una reverenda exageración, ni siquiera Mónica se había atrevido a dar un tres desde lo de Hugo. Supongo que, muy en su interior, hasta ella creía que se le había pasado la mano en aquella ocasión y que, si bien según ella solo quería asustarlo, sus estupideces habían sido el desencadenante que desató la depresión del pobre chico. Debo de confesar que yo también me culpo de ello. Si solo me hubiera dado cuenta de la clase de personas que me rodeaban, estoy segura de que jamás se habrían dado tales excesos, ¿o sí?
Yo había estado al borde de la depresión aunque mis padres se nieguen a aceptarlo. Me es imposible entender cómo puedes ver, tan tranquilamente, a tu hija recluirse en sí misma y ya no salir de casa, cuando solía ser una persona muy extrovertida a la que le encantaba ocupar su tiempo en actividades extra currículares. ¿En verdad no les parecía raro? ¿Ello no representaba para ellos ni siquiera la mínima señal de alarma?
Era médicos. Pero, ¿acaso sufrían de miopía frente a la salud mental?
Había quedado con Diego y Trina acerca de encontrarnos para ir a gestionar un permiso que permitiera que el club de lectura se juntara oficialmente cada semana. Ya lo hacíamos pero, Diego insistía en que aquello estuviera autorizado por la directora oficialmente. A mí me parecía una tontería pero no dije más cuando Kat, Arnie y hasta Trina dijeron estar de acuerdo con ello. Habían venido a esperarme al laboratorio ya que tenía clase de química pero a mi salida, tuve el infortunio de cruzarme con Nikki y su séquito. La nueva abeja reina me miró y sonrió como si esperara que fuera atraída a su miel. Pero aquel almíbar no podía ser más putrefacto ante mis ojos.
Mientras caminaba con aquel par de compañeros lectores míos y, hablábamos acerca de si la directora cedería fácilmente, vimos a Mónica salir del cafetín con aquella postura que aún conservaba de sus otrora tiempos gloriosos. Su mirada coincidió conmigo y, no pude evitar fijarme en su mueca de desdén. Apuré el paso rumbo a la dirección y, felizmente, ni siquiera Diego protestó acerca de mi repentina prisa.
El toparme con Nikki de por sí me arruinaba la mañana. Pero, el encontrarme con ella y Mónica con menos de cinco minutos de diferencia, me arruinaba el día entero. Verlas aún me causaba ansiedad, la cual había logrado dominar a lo largo de un año tedioso donde había tenido que cuidar mal que bien mi pellejo pero, que había llegado al punto de provocarme náuseas. Lo cierto era que el vómito me asqueaba, sí, el vomitar me daba ganas de vomitar por más irreverente que suene. Si no había caído en la bulimia cuando empezaron a atacarme por mi peso, era por lo repulsivo que me parecía vomitar. La anorexia queda descartada para mí porque, soy incapaz de matarme de hambre, no puedo pasar más de tres horas sin ingerir alimento. Además, aunque ya no practicara deporte, aún conservaba un peso ideal para mi estatura. Así que me auto enorgullecía el que no hubiera cedido ante la presión ni cuando formaba parte de esa cúpula de idiotas, ni cuando estos intentaron hacerme flaquear de todas las formas posibles.
- Tengo que ir al baño - intenté ocultar la ansiedad en mi voz con una sonrisa.
- ¿Justo ahora? - la molestia en la voz de Diego era notoria - ¿Cuándo debemos ir a gestionar el permiso para el club? Yo no vine a buscarte hasta el laboratorio para escoltarte al baño, princesita.
- En serio necesito ir - ignoré su mofa sonriendo aún más - No tardaré.
Y salí corriendo. Gracias a Dios el baño estaba desierto, quizás porque este era el más cercano a la dirección y, a nadie le apetecía que alguno de sus comentarios llegaran a orejas de la auxiliar que merodeaba por ahí. Lo primero que hice fue echarme agua a la cara. Estaba fría. Así que me hizo centrar mi atención en no romperme los dientes de lo fuerte que los estaba presionando por sonreír. Aunque lo que el espejo me mostró era una sonrisa grotesca, de esas que ve uno en las historietas donde el villano sonríe, o al menos eso era lo que me recordaba el ver tal mueca en mi cara. Las ojeras que tenía ayer habían quedado en el recuerdo. Todo gracias al té de manzanilla que tomé antes de dormir y, que me sumergió en un sueño completo de ocho horas. Las gotas de agua que caían por mis mejillas me hicieron fijarme en ellas. Me parecía que, antes eran un poco más llenitas, porque mis pómulos lucían más sobresalientes. Quizás estaba equivocada con lo de mi peso pero, no creo haber perdido más de unos dos o tres kilos.
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Novela JuvenilA sus 16 años, Ale conocía muy bien la montaña rusa que es la vida. Solo se dio cuenta de que era popular ante la traición de su mejor amiga y ello la condenó al destierro social a cargo de la misma. Tras un largo tiempo de reflexión, ya no está di...