CAPÍTULO 1: Pepino

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Al final del camino de la vida, me encontraba en una selva oscura...
Dante Alighieri, La divina comedia

- ¡Alexandra! ¡Levántate!

Esas dos palabras empiezan a colarse en mi, hasta entonces, dormido cerebro, el cual se resiste a desperezarse del todo aún. Al abrir mis ojos, miro la ventana de mi habitación y, al verla con las cortinas cerradas, me levanto y me acerco a ella. 

Nublado, todo el cielo se encuentra nublado, no parece muy prometedor que el sol salga después de unas horas. 

Pero sé que lo hará. Tarde o temprano. O eso espero.

- Alexandra, por Dios, ¡APÚRATE O SE TE HARÁ TARDE!

A veces siento que mi madre exagera porque ¿cómo demonios voy a llegar tarde a la escuela si vivo a dos cuadras de ella? Es más, creo que si saliera faltando un minuto para la hora de entrada, aún así llegaría a tiempo. Nunca he llegado tarde. Y, no me gustaría ver mi agenda escolar tan bonita con todos sus sellos azules que rezan puntual, siendo profanada por un gran sello rojo que diga tarde. No, me niego rotundamente.

Antes de que oiga otro furibundo Alexandra, empiezo a cambiarme mi adorado pijama por mi uniforme escolar, hasta que llega la hora de ponerme el corbatín. Aquí hace demasiada calor como para usar uno de esos perifollos. No sé qué habrá tenido en la cabeza la persona que decidió, de repente, que mi escuela cambiara de uniforme y se le ocurrió agregar un corbatín. Tal cual cereza de un pastel, pero a media cocción. ¿Acaso nos han visto cara de perro o qué?

Firulais, Firulais, ven.

Ponerte esa cosa significa estar sofocado durante todo el bendito día. Y es que ver el condenado corbatín logra exasperarme demasiado. Pero me lo pongo. Salgo de mi habitación hacia el comedor para tomar mi desayuno y me encuentro con mis padres ya en la mesa.

- Buenos días.

- Buenos días.

- ¿No irás con chompa a la escuela?

- Sí - tomó el mal intento de choker escolar que tengo puesto y lo estiro - Pero me la pondré después porque, con este corbatín, muero de calor.

Mochila, mochila. Mochila, mochila.

Maldita Dora, por su culpa siempre recordaré esa canción toda mi vida.

- Ya me voy.

Estoy a punto de cerrar la puerta, cuando recuerdo que no he guardado mi fólder, así que vuelvo a mi cuarto por él. ¿Por qué llevo un fólder? Pues bueno, porque este no es uno cualquiera. Con ello me refiero a que no es un fólder que contenga alguna tarea. Es más como un archivador en el cual guardo todos los garabatos que hago, cuando tengo tiempo libre en clase y no me interesa participar de la plática estúpida por parte de mis compañeros. Ambas no son muy inusuales en mi rutina.

¿Antisocial? No me sorprendería que esa sea la impresión que doy al referirme así de mis compañeros de salón pero me estoy limitando a decir lo que pienso y lo que creo así que me da igual. Pero la palabra correcta es asocial, porque yo no intento atentar contra la sociedad.

Si me creen antisocial, créanlo.
Si me creen callada, créanlo.
Si me creen reservada, créanlo.
Si me creen rara, créanlo.
Me vale un pepino lo que crean.

Camina. Eso es lo que me recuerdo durante  el trayecto de mi casa a la escuela. Si me la paso pensando y discutiendo conmigo misma, no sé a dónde voy a llegar. O quizás sí. Después de que mi agenda es sellada, me dirijo al pabellón donde se encuentra mi salón.

Un día más con compañeros a los cuales no les agrado.

Un día más de aprender que, por más que en algún momento encajé, esto ya no es así. 

Tal vez algún día vuelva a ser la que era antes, ¿no? 

He desechado esa idea desde hace un par de semanas. Me pregunto qué es lo que verdaderamente pasó y, al intentar formular una respuesta lógica, me confundo más aún. 

Debo dejar de pensar en ello porque aún duele.

Un día más de ser tildada como alguien frívola, mala gracia e inteligente pero indiferente. 

¿Así da gusto ir a la escuela?

Solo continúo yendo porque, sé que cuantas más veces asista, el tiempo pasa más rápido. Eso solo significa que está más cercano el día en que, por fin, deje de venir a ella y ya no me sienta tan excluida.

Porque así es como me siento.
Porque alguien tan frívola no llora con un libro.
Porque alguien tan mala gracia no intentaría jamás hacerte reír.
Porque alguien tan inteligente jamás dejaría que lo que piensen de ella le afectara.

Pero es una lástima que yo no sea lo que ellos creen, porque sino hace tiempo los hubiera mandado al demonio.

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