Capítulo 9

194 12 3
                                    

Vuelvo a coger el cuchillo como me enseñó mi amiga, llevando hacia atrás el brazo y lanzándolo con fuerza hacia la diana que había puesto ayer. El objeto golpea la pared, dejando una pequeña hendidura en él y luego cae al suelo con gran estruendo.

Gruño frustrada, acercándome al cuchillo caído, cogiéndolo y sentándome en el suelo. Me llevo ambas manos al pelo que tengo recogido en una cola de caballo y respiro hondo. Da igual cuantas veces lo intente, cuantas horas me quedo practicando, no consigo lanzar un maldito cuchillo y cada vez estoy más frustrada.

El sonido de la puerta del sótano abrirse me saca de mis cavilaciones y alzo la mirada para encontrarme con mi amiga bajando las escaleras. Me pongo en pie y me acerco a ella. Al ver mi cara una sonrisa se asoma por sus labios y yo frunzo el ceño. ¿En serio se está riendo de mí?

Me cruzo de brazos y ella se para frente a mí.

–Enséñame como progresaste –dice y yo bufo, negando con la cabeza.

–Sigo sin conseguirlo, Clara. No sé qué me pasa.

Ella hace un gesto señalando la diana con la cabeza y yo suspiro. Me giro hacia ella, poniendo mi pie izquierdo delante. Cojo el cuchillo como aprendí y lo lanzo hacia la diana pero, una vez más, rebota contra la pared y cae al suelo con gran estruendo.

Restriego mi cara con las manos y me pongo de cuclillas. Siento la presencia de mi amiga detrás de mí y el sonido de sus pisadas se escucha cada vez más cerca. Pone una mano en mi hombro y se agacha a mi lado. Retiro las manos de mi cara y la miro. Ella solo sonríe, pero no como antes. Esta vez es una sonrisa cálida. Me tiende la mano y me ayuda a levantarme. Se acerca al cuchillo que está tirado en el suelo y lo recoge. A continuación se vuelve hacia mí y me lo devuelve.

–Te presionas demasiado, Hayley –me dice–. Intentas conseguirlo a la primera y cuando ves que fallas te fuerzas más que antes –se pone detrás de mí y me indica que vuelva a colocarme.

Cojo el cuchillo y llevo hacia atrás el brazo. Mis ojos no aparatan la vista del centro de la diana. Estoy a punto de tirar cuando mi amiga me detiene. Se acerca más a mí y me coge la mano, impidiendo que la mueva hacia delante.

–Cierra los ojos –susurra en mi oído y, después de dudar unos instantes, hago lo que me dice–, respira hondo. Bien, relájate. Ahora, abre los ojos –y lo hago, mis ojos vagan por la habitación. Mi amiga suelta mi mano lentamente–. Lánzalo.

Mi mirada se posa en la diana y lanzo el cuchillo. Todo parece detenerse por unos instantes y reanudar su marcha a cámara lenta. Observo como el cuchillo empieza a moverse, girándose sobre su propio eje, sesenta, noventa, ciento ochenta, trescientos sesenta grados hasta que se clava en el material de la diana hasta la empuñadura. Mi corazón salta dentro de mi caja torácica y empieza a latir con tanta rapidez que temo que me dé algo. Mis ojos no pueden parar de mirar el cuchillo con asombro. Está clavado en el cartón, alejado por unos centímetros del centro, pero no le doy importancia a eso.

Mis ojos se vuelven hacia mi amiga y una gran sonrisa se pinta en mis labios haciendo que se le contagie a ella también. Me lanzo a sus brazos, abrazándola con tanta fuerza que ella empieza a quejarse por la falta de aire. Murmuro una pequeña disculpa mientras me aparta y ella se ríe.

–Para llevar dos días practicando, está muy bien –dice–. A mi me llevó una eternidad.

No puedo parar de sonreír y, si no me controlara, estaría saltando de la alegría y aplaudiendo como una niña pequeña.

–¿Por qué no vas a casa a descansar? –propone y es entonces que todo el cansancio de horas de práctica cae sobre mis hombros. No me he dado cuenta de cuán cansada estoy hasta este momento.

Forbidden CreaturesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora