Es la tercera vez que recorro el aparcamiento del instituto. Mi mano derecha agarra mi teléfono móvil y mi vista está fija en aquel botón verde que permite iniciar la llamada. Me muerdo el labio inferior indecisa mientras muevo mis ojos hacia mi mano izquierda que sostiene la pequeña tarjeta blanca con caracteres en negro. Me cercioro una vez más de que marqué bien el número de teléfono y vuelvo mi mirada hacia la pantalla dispuesta a pulsar el botón pero mi estómago se encoge cuando estoy a punto de hacerlo.
No entiendo por qué estoy tan nerviosa, no es como si no hubiese hablado con él antes.
Desde que había encontrado la pequeña tarjeta en el bolsillo de mi cazadora me había decidido a hacer lo correcto, a hacer lo que estoy destinada a hacer. Por eso ahora estoy intentando llamar a aquel agente que vino a interrogarme en el hospital, aquel que lleva mi caso. Estoy dispuesta a contarle todo, a decirle la verdad simplemente porque yo debo acabar con los hombres lobo y sola no puedo hacerlo. Quizás así todos mis problemas acabarán pronto.
Tomo una inspiración por la nariz y suelto el aire lentamente por la boca antes de pulsar el botón verde de llamada, llevándome el aparato al oído. Siento cópmo mi corazón sube a mi garganta y provoca un nudo en ella. No estoy segura de si seré capaz de hablar cuando responda a mi llamada.
Antes incluso de que suene el primer timbrazo, alguien dice mi nombre detrás de mí. Me giro sobresaltada y corto la llamada al ver al chico de ojos verdes mirándome extrañado. Por alguna razón, escondo la pequeña tarjeta en el bolsillo de mi pantalón cuando me fijo en él y bajo el teléfono de mi oreja.
–¿Qué haces aquí? –interroga–. ¿Quieres que te lleve a algún lado?
Trago duro y aprieto mi móvil en mi mano mientras miro nerviosa hacia los lados.
–Eh... Nada –digo y sueno tan patética mintiendo que quiero golpearme–. Solo estoy esperando al bus.
No me creo que haya creído una palabra de lo que he dicho pero no dice nada al respecto, sólo asiente y se rasca la nuca, nervioso.
–Puedo llevarte a casa, si quieres –se ofrece y yo me muerdo el labio inferior.
–No hace falta –respondo y mi voz se vuelve extrañamente ronca–. No quiero ser un estorbo, seguro que ya tienes planes.
Una sonrisa aparece en sus labios y mi corazón pega un salto por alguna razón. Me obligo a mantener mis emociones a raya, recordando que él está del lado de los hombres-lobo y que intenta venderme a ellos.
–Si realmente fueras un estorbo no te habría preguntado.
Mis mejillas empiezan a tornarse rojizas en contra de mi voluntad y bajo la mirada. Escucho como una leve risa se escapa de su boca y añade: –Venga, te llevaré a casa.
Sin darme tiempo a replicar se da la vuelta y empieza a caminar hacia su coche de color gris oscuro, uno de los pocos que quedan en el aparcamiento del instituto.
Me espera en la puerta del copiloto pacientemente y me abre la puerta para que pueda entrar. Le doy las gracias en un susurro y me asiento en el coche. Una vez que él entra, pone en marcha el auto y sale a la carretera en dirección a mi casa.
El viaje es silencioso. Él no se atreve a hablar y yo estoy nerviosa a más no poder. Estar a su alrededor me produce escalofríos pero a pesar de que me diga a mí misma que es porque hay algo mal en él, me temo que es por otra cosa totalmente diferente y no quiero que sea verdad.
Lo miro de reojo mientras presta toda su atención al tráfico de la ciudad. Mis ojos lo analizan a detalle. Lo que más resalta ahora mismo son sus ojos. El verde de sus iris es más oscuro de lo normal y brilla de una manera extraña. Mi vista se mueve hacia su pelo que está ligeramente revuelto, como si hubiese pasado los dedos por él hace poco. Bajo la mirada hacia su torso que está cubierto por una cazadora negra y sigo hacia sus brazos. La prenda se ajusta en sus bíceps, marcándolos y haciéndolos ver más voluminosos de lo normal. Sigo hasta quedarme en sus manos, las cuales agarran el volante con suavidad. Su postura es relajada y podría apostar que todavía no se ha dado cuenta de que lo estoy mirando. Vuelvo a subir mi mirada pero esta vez se posa en sus labios. No sé cuanto tiempo pasa pero cuando me doy cuenta él empieza a hablarme y me veo obligada a apartar la mirada.
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Forbidden Creatures
WerewolfHayley Lowell es una chica de 17 años a la que, al empezar el último año de instituto, le empiezan a suceder cosas extrañas. Las pesadillas no la dejan tranquila, un hombre de característicos ojos rojos no para de perseguirla, alguien empieza a habl...