No paso nada

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Siento dolor, siento tristeza, siento miedo, angustia, pánico. Me siento mal, me duele, duele mucho, no sé qué hacer, ahora ya no sé qué hacer. No quería eso, yo no quería pasara eso... yo... yo todavía lo quería a él.

Todavía de madrugada, las estrellas seguían en el punto más alto del cielo y la luz de la luna resplandecía, iluminando cada calle y casas de fuera. La ciudad, de gran escala todavía mostraba las luces artificiales que le daban vida al lugar y se esperaba que continuara así toda la noche.

El viento se adentraba en una habitación por la ventana. Movía las cortinas con ligereza, la habitación tenía una luz clara encendida. Un cuarto elegante y en una cama grande, con la mitad de las cobijas en el piso y unas cuantas prendas de ropa igual, estaba Eliot, sentado, levemente recostado, recargado en la cabeza de su cama.

El viento que entraba por la ventana movía su cabello, solo llevaba puesto un pantalón y su vista estaba enfocada en el cuerpo a lado suyo, el chico que tenía alado de él, era su hermano, Adrián, un chico de 16 años aunque a vista no lo pareciera.

El niño estaba recostado boca abajo, con una sábana cubriendo de su espalda baja y piernas. Su cabello, ahora más largo, estaba desacomodado, su rostro mostraba una mueca, sus cejas estaban fruncidas y sus labios torcidos pero estaba durmiendo. Sin siquiera moverse un poco. Su cuerpo tenía muchas marcas rojas, en su cuello y su espalda, sus brazos tenían moretones y sus muñecas con mascas rojizas.

Eliot lo observaba con detenimiento. Sin una sola expresión en su rostro. ¿Cómo habían llegado a ese momento? Ese niño que observaba entre las sabanas, era el mismo al que le quito su inocencia y termino de quitarle la poca esperanza que le quedaba. Era su hermano menor.

¿Por qué le había hecho eso? ¿Cómo debía reaccionar ante esa situación? Era una de las preguntas que más se repetía en su mente, sus emociones estaban revueltas y estaba seguro que le faltaba más que la cordura.

Desvió su mirada hacia la ventana, a pesar de estar a principios de otoño, el clima ya comenzaba a hacer de las suyas. Sintió un temblor junto a él. Volvió a mirar al pequeño que tenía a lado suyo. Este estaba temblando con cada brisa de viento que atacaba su cuerpo, todavía en sueños, se acurruco acercándose más al mayor y tomando con fuerza su pantalón.

Una brisa de aire más fuerte que las anteriores provoco un temblor más en el cuerpo del menor, que causo su despertar. Abrió sus ojos, lentamente, mostrando sus dos pupilas verdes, claras como las esmeraldas. Su mirada era de completa confusión. No sabía dónde estaba, ni que pasaba, su mente le jugaba una mala pasada. Trato de moverse pero un tremendo dolor lo hiso seguir quieto comenzando a asustarse. Dio gemido por el dolor y sus ojos se mostraron irritados.

Eliot solo lo miraba.

La respiración de Adri empezó a acelerarse, ahora si recordaba todo, el día sin trabajo, el desayuno, la fiesta, el sótano, las luces, Eliot. Unas lágrimas salieron de sus ojos con fuerza, observo su mano enfrente de la aferrada a una tela café, desvió su mirada un poco y sus ojos se posaron ante la figura que tenía a lado, golpeándose con aquellos ojos verdes, de un tono opaco. Entonces se asustó más.

Su rostro cambio a espanto y sin importarle el horrible dolor de su cuerpo se levantó de la cama lo más rápido que pudo caminando hacia atrás alejándose, sus pies se enredaron con las sabanas debajo suyo y se cayó recibiendo un tirón muy dolor en su trasero que lo hicieron gritar.

Eliot se levantó rápidamente en cuanto vio las reacciones aceleradas del menor, trato de alcanzarlo pero el otro se alejó.

No quería que se acercara, no quería que lo mirara, no quería que lo tocara.

No fue mi culpaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora