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Las noches normalmente son frías durante toda la época del año en su ciudad, con otoños largos y veranos cortos.

Las notables desventajas de desigualdad social abundan en aquella ciudad, los ricos, son ricos y los pobres, pobres, las pocas personas que se encuentran en medio de esa fina línea, son a afortunadas de vivir con bienestar.

La vida de la personas de nivel social alto, viven en zonas residenciales y privadas de las diferentes avenidas. El viento de aquella helada noche movía los arboles con angustia. El cielo estaba despejado y la luna lucia en lo más alto de su esplendor, logrando iluminar aquellas casas de residencia.

Las casas de ese tipo de lugares, a pesar de ser grandes y de un diseño precioso, al momento de entrar en ellas no se podían sentir el amor o cariño que deberían brindar. Las personas eran capaces de olvidar lo que realmente importaba en su vida si remplazarlo con el dinero. Pero entre toda las casas solo una que otra llegaba a otorgar lo más bonito de tener una familia.

Una de esas casas se encontraba en lo más profundo de los sueños debido a las alturas de la noche. En una de las tantas habitaciones, estaba recostado en su cama un chico de 14 años, dormía de una manera sumamente tranquila, con la relajación en su rostro reflejada, su respiración iba despacio encogida sobre las cobijas.

Su habitación estaba algo desordenada y había dejado las cortinas cerradas por lo que la luz de la luna pegaba en su cuarto y alumbraba su rostro, el menor cambio su posición enredando las cobijas, dando la vuelta para que la luz no le diera en la cara para luego volver a moverse y enredarse más.

En esa misma casa, del otro lado del pasillo había otra habitación, donde dormía otro joven de una edad más adulta, este a comparación del otro, no se movía, se mantenía quieto en la misma posición. No había nada que afectara su sueño, siempre tranquilo y serio.

El menor de cabellos castaño seguía cambiando de posición cada 15 minutos, hasta que, en un movimiento en falso giro de más y termino cayendo de la cama. Un golpe se escuchó por casi toda la casa lo suficiente fuerte para despertar a Eliot, el mayor abrió los ojos y sentándose en la cama reviso la hora, pasadas de media noche.

Se puso de pie amarrándose una bata y camino hasta el cuarto del que provenía el sonido, abrió la puerta con cuidado y prendió las luces, observando con confusión la escena frente a él.

El menor seguía durmiendo, sin preocupación alguna en el piso y había comenzado a babear. La expresión de Eliot paso de rareza a ternura que le hizo sacar una sonrisa, se agacho hacia el más bajo y lo movió ligeramente.

-Oye despierta- le dijo de manera dulce. El menor comenzó a hacer un puchero con su nariz, abrió los ojos levemente y observo al mayor si moverse.

-E-Eliot...- lo llamo, el mayor se acercó más a él para poder escucharlo, hasta que una almohada le dio un golpe en su cabeza revolviendo todo su cabello -¡¡No me despiertes!!- grito el más bajo comenzando a pegarle.

-¡¡Oye!!- le volvió a gritar el más grande entre risas, tomo otro de los cojines y comenzaron una pelea de almohadas para luego pasar a cosquillas que llenaron la habitación de risas.

Las cobijas estaban en el piso así como otros objetos y los cojines enredados, Adri se moría de risa sobre los cobijas, mientras su hermano le hacía cosquillas en su estómago.

-¡¡Para!! Jajaja- gritaba el menor mientras reía, se podía ver como una lágrimas comenzaba a salir de sus ojos.

Cuando Eliot vio las lágrimas se detuvo algo alarmado, creyendo que lo había lastimado, pero en cuanto lo hiso el más bajo se levantó de repente y se aventó contra el mayor abrazándolo del cuello, ambos empezaron a reír.

No fue mi culpaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora