Al día siguiente, la señora Brownson organizó una tarde de té e invitó a sus vecinas y amigas más confiables. La señora Hayward decidió asistir y disculparse por la ausencia de su nuera. Valentina insistió en acompañarla, aprovechando la ocasión para hablar con su mejor amigo.
Esa tarde era especial para disfrutar del aire libre y la señora Brownson no desaprovechó semejante oportunidad. Mandó a preparar las mesas de los jardines de Barworth y ofreció a sus invitadas la mayor de las comodidades.
Valentina y John, tan ansiosos por conversar, dieron unas vueltas por el bosque.
—La señora Adelaida ha sido demasiado injusta. ¡Era tiempo que alguien le pusiera un alto! —opinó él—. No pareces alegre por la noticia. ¿No era acaso lo que tanto deseabas?
—No puedo.
John suspiró.
—¡Oh! Se trata de tu padre de nuevo, ¿verdad?
—Si —confesó ella—. He estado pensando mucho en él. Quiero saberlo todo, ya no quiero que me oculten lo que pasó. Quiero saber lo que ha sido de su pobre alma...
—¡Vaya! —observó—. No me atrevería siquiera a convencerte de dejar de pensar en ello.
Él arrancó una ramita y molestó a su amiga con la misma durante el camino.
—Esa nota, sé que hay mucho más... Sé que ellos deben saberlo, pero prefieren ocultarlo. ¡Ya basta, John! Esto es un asunto serio. ¡No me dejas pensar!
Los empleados prepararon un picnic para el joven Brownson y su acompañante; con un mantel de hilo, un juego de té y una canasta llena de dulces, los amigos disfrutaron de la tarde a su manera. La doncella los vigiló bien de cerca, cómo su señora estrictamente se lo pidió.
—¿Más té, señorita Hayward? —pronunció John, remedando la voz de su padre.
—Seguro —siguió Valentina, ofreciendo su taza—. ¡Gracias, señor Brownson!
La doncella protestó. Los niños continuaron burlándose, poniendo a prueba su paciencia.
John hurgó la canasta hasta el fondo. No le bastaba con probar las tres clases de pasteles que la cocinera preparó especialmente para esa tarde, siempre abundaba en él un apetito voraz por los dulces. En cambio, Valentina, optó por las frutas frescas que acostumbraba a su dieta habitual.
—¿Chocolate? —replicó.
—Sí —exclamó, con la boca llena—. ¡Oh! Lo siento, mis modales. ¿Quieres?
—¡No!
—¿Cuál es tu problema? —protestó John.
—¿Ya lo has olvidado? Soy alérgica al chocolate. Si probara tan solo un poco me brotaría, me llenaría de urticaria y moriría. ¿Qué no sabes lo terrible que puede ser para tu salud?
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Valentina [Bilogía Cenizas De Luna 1]
Historical FictionDurante el siglo XIX en el pueblo de Hemfield hubo un trágico suceso que cambió por completo la vida de la familia Hayward, en especial para la hija menor: Valentina. La muerte de su padre se convirtió en un enigma por resolver. A su corta edad Vale...