Recuerdos y poesías

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  Esa mañana al despertar, Javier estaba decidido a visitar a Gabriela. Ella le debía muchas explicaciones: ¿Cómo estaba su salud? ¿Porqué no dio testimonio? ¿Qué había pasado esa noche en realidad?¿Realmente habían visto los chicos a un hombre lobo? No importaba cuántas veces lo rumiara en su cabeza, él necesitaba de Gabriela para terminar de entender todo lo que había pasado, pero primero haría una pequeña parada en un lugar que hace rato deseaba visitar.

  Dicen que el criminal siempre regresa a la escena del crimen, pero era la primera vez que Javier entendía para qué: para demostrar su inocencia.

El joven caminó lentamente por todos los lugares en los que recordaba haber estado aquella noche; el parque, las calles, cada esquina en la que doblaron. Logró perderse como aquella vez y después de un buen rato de andar llegó al lugar tan anhelado.

¿Porqué este adolescente se arriesgaba a regresar al sitio de su peor catástrofe? La respuesta es simple; si Gabriela no había dicho nada aún eso quería decir que nadie había revisado ese espacio.

Si bien era cierto que pasaron varios días como para que quedaran huellas de su infortuito encuentro paranormal, también era cierto que una mente poderosamente deductiva podría sacar lustre de cualquier detalle por más pequeño que fuera, y dada la situación en que se encontraba, todo detalle era útil.

  Javier revisó cada sitio, cada esquina, dio vuelta cada papel y metió la mano en todos los basureros (con algunos resultados más desagradables que otros) pero el callejón no resultó ser una gran ayuda. No había rastro alguno de hombres lobo, ni siquiera un pelito de algún animal para llevárselo al laboratorio.

Los tachos y la basura contra la que él había chocado ya habían sido retirados y la sangre que se derramó en el piso había sido limpiada por la lluvia. Jugó con la idea de preguntarle a algún vecino de la zona si logró ver algo, pero recordó que eran más de las doce de la noche y que no había ningún farol encendido en las cercanías, ni siquiera en ese callejón. Solamente algunos reflejos provenientes de las luces de las ventanas de los edificios y la claridad de la luna llena acariciaban las siluetas de los chicos esa noche al andar, así que, frustrado, tomó camino nuevamente hacia la casa donde vivía su amiga.

Harto de tanta búsqueda infructuosa, decidió por fin dirigirse a la casa de su amiga. Le costó mucho más tiempo que aquella noche el llegar, y pronto se arrepintió de haberse tomado semejante molestia ya que al tocar el timbre, sólo el ama de llaves lo recibió y lo echó inmediatamente diciendo que su amiga no se encontraba.

Javier se sintió aún más frustrado, ¡ni siquiera le dio tiempo de preguntaren qué hospital o centro de salud podría encontrarla! Todo su plan solo lo había llevado a un día perdido.

Tomó el teléfono y resolvió llamarla a su celular, pero ella lo tenía apagado. Marcó luego el número de la casa pero otra vez le contestó el ama de llaves y nuevamente no le dio tiempo a hacer ninguna pregunta relevante antes de colgar.

En cierta forma, eso era extraño. El ama de llaves de la casa de Gabriela siempre lo había tratado con dulzura, no tenía sentido que ahora lo despreciara así. Pero si acaso ella también estaba convencida que el que dejó en semejante estado a su amiga había sido Javier, no importaba cuanto se moleste, jamás lo volvería a tratar bien. Había criado a Gabriela como una madre, a pesar de que la madre biológica jamás estuvo ausente y ese amor la podía volver en contra de cualquiera en un segundo. Él no podía culparla.

Luego de esa experiencia tardó unos días en reincorporarse a la escuela. Después de haber oído que sus compañeros pensaban que él tenía algo con su mejor amiga y que por eso la habría herido no tenía un gran interés de volver a clases. Al principio fue obligado, e intentaba escaparse del colegio en cada ocasión que se le presentaba, pero cada vez que lo hacía lo único en lo que pensaba era en volver a visitar a Gabriela y aclarar todas esas dudas, por lo cual desistía en pleno intento porque sabía que eso sería en vano. Todas las veces lo atendía la misma persona y siempre era la misma reacción antipática.

  Javier estaba enloqueciendo, y en ese estado, el estudio al menos podía mantener su mente ocupada . Eran épocas de exámenes y como no podía soportar más todo el tema de la ausencia, las situaciones extrañas y las preguntas de sus compañeros decidió enfocar toda su energía en los cuadernos para no tener que pensar en nada más. Pronto comenzó a sacar dieces en todas las materias, aún en las que anteriormente no soportaba y esto le dio una pequeña tranquilidad parcial, pero como todas las cosas superficiales, en poco tiempo se sintió vacío y con el correr de los días volvió al estado de paranoia inicial.

  Ya se estaban cumpliendo casi dos meces desde el ataque del licántropo, y Gabriela no había venido a clases ni tampoco había dado ninguna señal de vida. El asunto se volvió insoportable y él necesitaba poder sacárselo de la mente...

  Los exámenes habían acabado y la presión por los pensamientos que lo frecuentaban estaban enfermándolo, de manera que decidió quedarse aunque sea una tarde en su casa para aclarar su mente. Tomó todas las cajas de recuerdos y de cada una de ellas extrajo una pequeña pila de papeles escritos por Gabriela, algunas fotos de los dos juntos, dibujos y regalos pequeños que ella le había hecho. Se sorprendió de la cantidad de cosas que juntó. Se conocían hace pocos años, pero los vestigios físicos de su amistad eran demasiados. Poco a poco los fue revisando, mientras recordaba con cada garabato sobre el papel el motivo de la fuerza de esa amistad.

Entre las pilas de papeles con tonterías escritas, esas que generalmente dos personas se mandarían a mitad de una clase muy aburrida de física, matemáticas o historia, encontró una poesía que Gabriela le había escrito hacía un par de meses. Javier siempre decía que ella era una poeta potencial. A pesar de no presentar el talento de un maestro de la lírica, ella siempre transmitía algo y sabía tener la poesía justa para cada situación. El verso citaba así:



Invierno, dulce invierno

frío, lluvias y un abrigo

un abrazo, mil historias

compartidas con amigos.

Invierno, largo invierno

tus zapatos y tus botas

las bufanda vuela el viento

sale humo de las bocas

invierno, triste invierno

tus ojitos aún brillando

cuéntame un cuento, ¡vamos luna!

que la noche está llegando.

invierno, eterno invierno

del futuro hasta el ayer

hazte vida, hazte eterno

junto al nombre de Javier.


No te lo tomes tan en serio, es solo una poesía. No me vuelvas a cortar el teléfono. Te quiero.

Gabriela



  Ese poema le había llegado con un mail en sus vacaciones de aquel año después de haberle cortado el teléfono a las apuradas a su amiga porque su madre no paraba de gritarle a causa de una discusión que habían tenido, y que lo había dejado muy afectado. Tal vez haya sido un error el haber revisado todas esas cosas, pero era tarde para pensar en eso. El haberlas visto le dejó algunas ideas en claro y una sensación refulgente en su pecho removido por los recuerdos.

  Estaba decidido, esa misma tarde, sin importar los riesgos que corriera, iría a la casa de su amiga y entraría de todas maneras. Algo tenía que encontrar.


El circo de la luciérnagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora