La mansión a oscuras

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  Pasaban las tres de la tarde cuando Javier tomó su mochila y salió por la puerta delantera rumbo a cometer lo que tranquilamente podría interpretarse como un crimen. Ingresar a una propiedad privada siempre es suficiente motivo como para que te encierren por un buen tiempo, pero hacerlo en la casa donde se te acusa de haber herido gravemente a una de las propietarias resulta ser algo así como una idiotez .

  Javier miró con cariño su casa antes de partir, quizás no volviera a verla en un buen tiempo. Caminó disfrutando de la brisa fría en sus manos. Pateó un par de piedritas hacia el asfalto y recorrió con la vista todos los frentes de los hogares de las personas que valoraba. Resultaba agradable vivir en ese pueblo. Reconoció todas las formas que pudo, elaboró historias sobre cómo las cosas habrían llegado al estado en el que estaban ya sea de dejadez o el aire a nuevo que poseyeran. Jugó con sus recuerdos y también con su visión de lo que podría ser su futuro si lo atrapaban. Le dolió imaginar el rostro de sus padres al ver que otra vez su hijo estaba en prisión, pero siguió su camino de todas maneras. Eso lo hizo sentir seguro y cruel.

  El camino le pareció corto a pesar de que los separaban casi dos kilómetros y que los había recorrido a pie decenas de veces. Miró la fachada de la casa de Gabriela desde lejos, tragó saliva y saltando la reja con una acrobacia rápida entró. Él había pasado tantas tardes en esa propiedad que le resultó muy simple escabullirse entre los cuidados jardines sin que nadie diera seña de haberlo visto. Bordeó la casa despacio tratando de evitar todas las ventanas. Él sabía que los padres de Gaby no estaban presentes y que el ama de llaves confundía absolutamente TODO con un gato, así que no se quiso preocupar por de más. Su plan estaba formulado para no fallar, al menos hasta entrar a la casa. No tenía idea que vería de relevancia adentro, posiblemente nada que valga semejante vandalismo a una familia conocida pero ya era tarde para pensar en eso. Llegó de inmediato a una puerta que llevaba al sótano y estaba escondida entre arbustos y tablas de madera el fondo de la casa. Levantó todo lo que la cubría con extremo cuidado de no hacer ruido y sacó de una maceta la llave que la Gabriela había escondido por si volvía a quedar sin forma de ingresar a su hogar como había ocurrido un verano atrás después de un verano de playa con su novio y unos amigos cercanos.

  El sótano de la familia estaba completamente desprovisto de cualquier objeto de valor. Era un simple lugar donde amontonar la chatarrería que nadie quería tirar y por eso siempre había resultado idóneo para los chicos a la hora de entretenerse o solo buscar privacidad para ver una película o contar secretos que Gabriela no quisiera que sus padres oyeran. Javier recordaba miles de charlas que había tenido con ella en ese sitio. Muchas habían sido momentos de pura amistad divirtiéndose con tonterías, estudiando para exámenes en un silencio que únicamente podía ser interrumpido por algún chiste casual que alguno de los dos preparara para sacarle una sonrisa al otro y demás. Recorrió en su memoria centenares de charlas sobre el estado emocional de Gabriela cada vez que ella y su novio tenían problemas. Era mágico, Javier se sentía protegido en ese sitio a pesar de que de ninguna manera podía estar en lo correcto.

  Caminó sosteniendo su celular que funcionaba a manera de una pequeña linterna en su mano hasta encontrar la escalera donde tuvo que apagar la luz para no ser descubierto. Las piernas le temblaban, pronto llegaría a los pisos superiores y era necesario no dejar huellas de su presencia en ese sitio. Trató de no hacer ruido al abrir la puerta y luego, sigilosamente, se abrió paso al vestíbulo de la casa de su amiga pero sorpresivamente encontró todo a oscuras. La casa de Gabriela solía ser un lugar luminoso, con muchas ventanas abiertas aunque nadie estuviera dentro. Le resultó raro encontrarse allí, solo, a oscuras a mitad de un cuarto que no demostraba absolutamente nada. Un extraño olor a grasa quemada lo invadió mientras avanzaba hacia el comedor. Javier empezó a creer que nadie había habitado en esa casa desde hacía semanas por el avance del polvo sobre los lujosos muebles de mármol que el padre de Gaby solía presumir en tiempos mejores. La situación en que se encontraba lo hizo sentir un poco estúpido. Recorrió en silencio algunas habitaciones pero no encontró a nadie y en todas ellas se sentía el mismo olor. Pronto la frustración lo abordó y deseó retirarse antes de que sea tarde. Ya no había nada por salvar, no había encontrado más que una casa en absoluto silencio y muchos recuerdos que dolían aún más que todos los que venía guardando. Al fin llegó al living ya completamente resuelto a marcharse pero pensó que antes de irse necesitaba volver a ver la cara de su amiga aunque fuera en un cuadro o algo más grande que lo que él tenía en su casa y que siempre venía admirando por ser de los pocos recuerdos que guardaba de su amiga de manera que decidió prender la luz para mirar los cuadros que la madre de Gabriela había enmarcado tan artesanalmente exhibiendo la felicidad de su familia unida.

  No entendió bien el por qué pero antes de encender la luz sintió una gran paz como si con ese acto pudiera ponerle fin a toda la tormenta que lo venía abordando en estos días. Caminó como arrastrado por un hilo de plata invisible que lo elevaba cual una marioneta en pleno vuelo, dejándole la libertad de disfrutar del final de ese desagradable capítulo de vandalismo. Antes de presionar el interruptor de la luz se prometió en silencio que nunca más volvería a entrar a ningún lugar de ese modo y procedió. Cuando la sala se iluminó el espanto recorrió el rostro de Javier como no lo había hecho jamás. Toda la situación de la cárcel, los abogados, las semanas frías en la escuela y la crítica de la gente de su barrio no eran nada comparados con la sensación de estar ahora ahí, solo, frente a las paredes del living de la casa de Gabriela completamente desgarrados como si una bestia los hubiese destrozado. Las marcas eran profundas sobre todo en las zonas que quedaban expuestas a la altura de la cabeza de un hombre. No había rastros de sangre pero Javier estaba convencido de que no eran de un animal que decidiera alojarse aprovechando la ausencia de la familia de su amiga. La forma de los cortes, su profundidad, las cuatro garras marcadas y el rasguño vestigial de una quinta. Una persona normal hubiera pensado en un oso o una pantera quizás, pero Javier no. Él no necesitaba suponer nada pues ya estaba seguro de qué había sido lo que causó todos esos cortes. Sin dudas, se trataba de un hombre lobo. Lo más seguro era que haya vuelto por su amiga y que nadie se haya enterado. Javier sintió como si el mundo se le cayera a pedazos pero una voz lo despertó de su estado de insipiencia devolviéndolo a la realidad pero sin salir de la pesadilla.

- Apaga esa luz ahora.

  El abrupto resultó chocante frente al silencio que lo estaba consumiendo, pero sin embargo, el chico no tardó en obedecer. Esa voz estaba llena de odio pero eso no cambiaba nada. Seguía siendo la misma voz de siempre. Era la voz de Gabriela.


El circo de la luciérnagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora