Eres bueno, lo sé

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  Es difícil explicar las sensaciones que traspasan el alma de un animal cuando es abandonado. Dolor, tal vez algo de rencor, culpa por lo que pudo haber mejor teniendo la oportunidad, nostalgia por los buenos tiempos, añoro al pensar en los seres amados, tristeza al saber que no es correspondido, que algo hizo mal, que tal vez nunca los volvería a ver...estos sentimientos no le fueron ajenos a Javier al comenzar su viaje en búsqueda de una nueva familia. Todo se le entremezcló violentamente como si su vida entera acabara de cambiar, como si un antes y un después confluyeran en su interior, y le resultaba muy difícil acostumbrarse.
  Deambuló cansadamente por las calles sin saber ni en qué ciudad estaba, sin poder volver con sus padres, pensando de qué manera podría llamar la atención de alguien como para que lo adopte. Javier tenía bien presente que no podría obtener alimentos por su propia cuenta y si esa situación lo llevaba al deterioro físico nadie querría llevarlo a su hogar. Necesitaba encontrar a una familia que desinteresada de su tamaño y edad, quiera brindarle abrigo y necesitaba hacerlo pronto.

  Al adentrarse en las calles del lugar descubrió que ese pueblo era bastante más grande de lo que parecía y caminó por las avenidas principales buscando ayuda pero allí la gente estaba demasiado apurada como para notar que había un pequeño pidiendo ayuda. Intentó quedarse en la puerta de un local de mascotas como diciendo"soy gratis" y soy todo lo que buscas, pero en lugar de acercarse la gente lo pateaba cuando intentaba llamar la atención y seguían mirando con ternura a los cachorros de caniches, coquer y labrador que daban respingos e intentaban olerles las manos a través de las vidrieras. Javier pudo escuchar sus voces pidiendo ayuda y clamando por sus madres de quienes hace poco habían sido separados. El futuro es incierto para ti si repentinamente descubres que eres un perro.

  Javier decidió que era hora de ir caminando hasta encontrar alguna persona en la vereda compartiendo unas charlas entre amigos y así hacer un contacto que esperaba fuera provechoso. Caminó por calles verdes y azules repletas de canteros con flores de estación y unas cuantas artificiales que solo permanecían de adorno en los bulevares y las esquinas. Pisó el suelo de plazas, peatonales, colegios y hasta la vereda de un museo, pero lo hacharon de todos lados. Había calles llenas de ladrillos rojos y otras donde los pintorescos adoquines hacían gala de su decoro pero Javier no podía disfrutarlos.

  El muchacho comenzó a notar que las familias de esa ciudad no eran como las de la suya. Eran las siete de la tarde según el televisor que impregnaba su imagen en la vidriera de un local de electrónica a pocas cuadras de la avenida y las familias no estaban tomando mate con galletitas en las veredas o en los bares. La mayoría de la gente solo salía para irse o entraba para quedarse. No había nada especial en eso, todos trabajaban y luego corrían a comprar comida gastando el poco sueldo que llevaban consigo, pero nadie aprovechaba para darle unas palmaditas al joven canino. En algún momento una señora se inclinó para darle de la rosquilla que se estaba comiendo, pero ningún gesto fraterno tuvo lugar en esa patética imagen. Javier comenzó a temer que Joseph lo haya dejado allí apropósito porque sabía que no había forma de que volviera a su expresión humana y lograra algo constructivo. Solo la completa oscuridad lo convertiría de nuevo pero eso no lo ayudaría porque necesitaba de la luz para poder volver con Hamber y seguir con su propósito.

  Pronto cayó la noche. La ciudad no perdió el brillo y eso le sentaba bien. Aún convertido en un lobo completo Javier buscó algo que comer en la basura pero solo consiguió que lo patearan nuevamente por romperla bolsa de los residuos. Es que no era su culpa, su olfato le delataba que allí había algo y fue tanta su excitación que no pudo contenerse. El hecho de no tener manos con pulgares le resultaba irritante.

  Caminó buscando aromas hasta detenerse en un pequeño bar a mitad de una galería. La gente se quedaba a comer en unas mesas afuera del local y eso le vino de maravilla.

El circo de la luciérnagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora