Un lobo bajo la luz roja

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  Los siguientes días Javier la pasó mucho mejor en el colegio. Poder contar con una presencia amiga resulta un descanso en cualquier ambiente y le quita frialdad. Iba con ánimos a las clases y esperaba aún con más ánimos el recreo para poder ver a Caleb. Estuvo casi una semana sin visitar a Gabriela y realmente no sentía la necesidad de hacerlo, se sentía libre, pero al cavo de unos días comenzó a sentir culpa por haber dejado de lado a su amiga. Una mezcla de remordimiento y preocupación por el ánimo con el que ella lo recibiría se le colaba entre los pensamientos pero aún así el muchacho seguía sin desear ir a visitarla.

  Había dejado de tener esos horribles sueños hace un par de semanas y sentía que todo estaba demasiado bien como para andar preocupándose por hombres lobo.

  No obstante a todo esto, una mañana algo inesperado lo sacó de su indiferencia hacia Gabriela. En mediod e una clase de historia a su celular llegó un mensaje que decía:

"necesito q vengas a verme, tengo algo especial q mostrarte. Ponte ropa linda jaja. GaBrIeLa"


  Eso era completamente inusual. Para empezar, Gabriela no tenía celular. Lo había arrojado contra la pared en una de sus primeras transformaciones y sus padres consideraron imprudente el comprarle otro. En segundo lugar, ¿qué querría esta chica de él ahora?¿Acaso pensaba comérselo al fin? Tal vez se haya enojado tanto por su ausencia prolongada que decidió que ya no lo necesitaba y lo quería devorar. O tal vez no le hayan dado alimento por semanas y pensó que sería un buen plan atraer a su presa hacia la guarida...De todas formas, él iría.

  Esa tarde casi a la hora del ocaso (para asegurarse que si ella pretendía transformarse, la luz no la acompañe) Javier cargó su mochila con comida y un gas pimienta y partió a la casa de Gabriela. Al llegar se dispuso a saltar la reja como de costumbre para luego meterse por el fondo, como lo venía haciendo hace tiempo, pero eso no fue necesario. En la reja de entrada el ama de llaves de Gabriela lo atendió, le abrió las rejas y le dio una copia de las llaves de la puerta principal. Javier estaba atónito. Su pecho retumbaba en un latido disparejo y contundente a pesar de que no había signos de violencia en la atmósfera. El chico se acercó a la puerta tratando de adivinar con qué se encontraría adentro, pero no había signos de cambio alguno, salvo por el ama de llaves que lo observaba con su sonrisa maternal de antes.

  Javier entró. Toda la casa de Gabriela se veía diferente. Una luz roja intensa bañaba aquel ambiente y le daba un tono alegre. Las marcas de garras en la pared habían sido reparadas y los cuadros fueron puestos otra vez en su respectivo lugar. El olor a grasa quemada ya no estaba y en su lugar había olor a jazmines, el favorito de Gabriela. Una melodía instrumental como un vals moderno completaba ese aire hogareño que hacía difícil la idea de que una mujer lobo estuviera allí escondida, esperando por su presa. Javier tenía miedo de seguir adentrándose, toda la situación era extraña y el hecho de que haya tanta luz significaba que Gabriela se convertiría de un momento al otro y perdería el control. Vaciló unos instantes antes de seguir caminando pero luego se decidió y pasó a la siguiente sala. Allí, en el medio de la habitación Gabriela estaba esperándolo. Llevaba puesto un vestido rosa algo aniñado que le llegaba hasta por arriba de los tobillos, tenía aros de perlas y el pelo suelto, no llevaba puestos los anteojos, su rostro estaba limpio y descubierto, sin marcas, como si nunca se hubiera convertido en un monstruoso licántropo. Sus sandalias complementaban el atuendo que debería tener una princesita en un día habitual. La luz roja le daba un tono especial de ensueños a la figura de su amiga parada en el medio de la habitación. Era hermosa. Gabriela se acercó alegremente a Javier dando respingones y saltitos de marioneta hasta tomarlo de las manos. El muchacho no supo como reaccionar, quería huir pero su cuerpo no le obedecía. Ella lo llevó hasta la mesa y lo invitó a sentarse. Irradiaba felicidad como un cuadro lleno de color e infancia. Javier no pudo seguir más con ese estúpido silencio y lo interrumpió para preguntar:

El circo de la luciérnagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora