Respiro de amistad

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  La plaza estaba prácticamente vacía a esas horas de la noche y solo el jadeo de un joven mantenía despiertas las ansias de ruido de las criaturas nocturnas que rondaban por el lugar. Un paso, salto, un giro en el aire, patea primero con una pierna, luego la segunda, intenta llegar a dar una tercera patada con la pierna primera sin nunca haber tocado el suelo pero fracasa y otra vez vuelve al suelo de donde hace pocos segundos se había levantado. Espera a reflexionar sobre su último fallo y luego lo vuelve a intentar.

  Javier estaba demasiado molesto con todos como para regresar a su casa así que decidió liberar algo de energía pateando las ramas de los árboles de la plaza central. No era muy común encontrar allí al chico pero tampoco eran comunes las circunstancias que lo motivaban a perder su tiempo de esa manera. Todos los acontecimientos se sumaban en su cabeza como bolsas de plomo sobre su espalda; la licantropía de su mejor amiga, su repentino cambio de actitud hacia la violencia, las horas extra de estudio, el tiempo a oscuras temiendo que la reja esté abierta y la muerte lo encuentre sin más remedio, los enojos de sus padres por desaparecer constantemente, el teléfono siempre a la espera de buenas nuevas de Hamber que nunca sonaba ni daba fin a la expectación, la lejanía que recibía por parte de sus conocidos debido al misterio de Gabriela. Javier había desarrollado un miedo rotundo y conciso a socializar puesto que temía no poder tolerar los secretos de su amiga y, al tomar confianza en alguien, verse comprendido por esa persona y soltar de una vez todo lo que estaba viviendo comprometiendo así la seguridad de su amiga y su propio bien mental. Algunas veces sus padres preocupados trataban de alentarlo a conversar sobre que le estaba pasando; si consumía sustancias ilegales o se estaba enamorando de una chica del curso y ella lo ignoraba o si era una chica la que lo molestaba y no sabía como reaccionar...su padre aventuró la opción de un muchacho, pero eso fue más similar a un chiste. Su padre no era la persona más cercana pero siempre le demostraba que estaba cerca. De uno u otro modo lo estaba.

- Yo no creo que el mundo pertenezca por mucho tiempo más a los humanos. Es probable que cuando me dejen ir libre por las calles convierta a muchas personas más y los licántropos tomemos el control.

- ¿Qué? Pero... ¿para qué harías eso?

- Para no dejar mal parado a Darwin. Es importante que solo el más fuerte sobreviva.

- ¿Para qué demonios te hablé sobre Darwin? Oye, no deberías acostumbrarte a ser una licántropa. No durará para siempre.

- Solo piénsalo. Si dominara el mundo podríamos volver a escribir la historia y volverlo un sitio mejor.

- Pensé que odiabas al mundo.

- No al mundo, tan solo a los humanos.

- Claro...y... ¿qué cosas desearías cambiar?

- Bueno, si los licántropos domináramos el mundo, los humanos pasarían a ser comida, y podríamos terminar con el hambre en el mundo.

- Bueno, eso tiene sentido. Pero... ¿Qué ocurriría cuando se terminen los humanos?

- No creo que eso ocurra. Son una peste persistente.

- Es verdad, pero tengo una idea que quizás te parezca más racional. Si en lugar de matarnos no nos uniéramos ¿No sería todo mucho más armonioso?

- ¿Unirnos a humanos? Jamás.

- Piénsalo, no hace falta que nos comamos los unos a los otros. Siembras una semilla y saldrá una planta. Entonces ¡Ya tienes para comer! Dale de comer esa planta a un animal y tienes carne, leche, huevos, o lo que sea. Mientras tengamos tierras sanas no tenemos por qué tener hambre.

El circo de la luciérnagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora