Enseres de la noche

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  Javier apagó las luces y la sala entera se tornó en oscuridad. El joven buscó torpemente el lugar de donde había provenido la voz de su amiga pero no la pudo hallar. Sintió como si su mente lo estuviera engañando, demasiado cautivado como para alzar la voz frenó su búsqueda quedándose a mitad del living parado y en silencio, con los brazos colgándole a los costados del cuerpo. Fue Gabriela la que volvió a hablarle.

- Lárgate de mi casa.

- ¿cómo dices eso? Gabriela, he venido a verte ¡No supe nada de ti en meses! ¿por qué me tratas así?

- ¡¡¡Lárgate de mi casa!!!

- No.

- ¿Quieres que llame a la policía?

- Hazlo, no me importa. La cárcel es poco comparada a no saber nada de ti.

  Gabriela produjo un sonido raro, muy similar a un gruñido y luego su voz se volvió aún más áspera que antes.

- ¿qué quieres?

- ¡Respuestas! ¿por qué estás aquí en medio de la oscuridad? ¿Qué te pasó? ¿Que fue de ti desde esa noche? ¿Por qué nunca declaraste cuando tu padre me quiso enviar a prisión?

  Gabriela permaneció en silencio. Algo en el aire se tornaba cada vez más tenso como si hubiera miles de mundos que los separasen. A él, Javier, y a su mejor amiga ahora tratándolo como si lo detestara más que a nada en el universo. Gabriela al fin respondió:

- No declaré por ti porque quería que permanecieras en prisión. La gente como tú no es digna de la libertad que se les otorga.

  Javier enmudeció. ¿Qué quería decir eso de "la gente como tú"?...¿qué clase de gente era él? y ¿desde cuándo? Algo en el estómago del muchacho le impedía seguir con esa charla y le indicaba a su vez que ya era el momento de marcharse, pero aún así se resistió a esa sensación. Era necesario continuar.

- ¿por qué dices eso?

- Porque por tu culpa estoy en el estado en el que estoy.

  A Javier se le hizo un nudo en la garganta. De repente sintió como si todos sus miedos se materializasen, como si una mano invisible le oprimiera el pecho, como si él mismo fuera algo malo que debía ser remediado.

- Yo no pretendí que así fuera.

- Pero lo es. Y me causa mucho desprecio saber que te has atrevido a entrar a mi casa a pesar de todas tus cobardías y desatinos. Eres simplemente basura que no conoce su lugar.

  Javier hizo fuerza, pero aún así fue en vano. Las lágrimas ya empapaban su rostro y resultaba evidente que no iba a poder detenerlas. Las palabras de Gabriela eran frías y contundentes. Él jamás hubiera imaginado que su amiga fuera capaz de decirle eso. Tardó unos segundos en controlarse antes de poder contestar.

- ¿por qué?

- Por que ¿qué?

  Gabriela esperó por unos instantes, pero Javier fue incapaz de formular una respuesta y eso la puso furiosa.

- Si hubiera hecho lo que siempre me recomendaba mi padre, si tan solo hubiera dejado de hablarte, jamás me hubiera topado con ese animal. Eres una mala influencia para mí. Me hiciste romper con las órdenes de mis padres que solo buscaban protegerme y a causa de eso ahora me encuentro grave, sin saber como mejorar. Eres despreciable.

El circo de la luciérnagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora