Un regalo llamado comprensión

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  Javier no confiaba en Sofía. Pensaba que antes de terminar el almuerzo ella lo delataría, pero no fue así. La comida familiar transcurrió como lo hubiera hecho cualquier otro día del año. Sofía no habló más que para pedir más papas fritas y quejarse en dos ocasiones de cómo trataba su hermanito menor a una chica del colegio que le había escrito una carta romántica y a la cual el niño esquivaba con todo su esmero.

La chica lavó los platos, luego preparó te para su padre y se sentó a acompañarlo mientras lo saboreaba. Barrió los pisos e inmediatamente después salió a colgar la ropa que su madre había lavado. El joven comenzó a impacientarse puesto que nunca había visto a la muchacha hacer tantas cosas en la casa y pensaba que lo estaba evadiendo. Al ver que la joven terminaba de colgar la ropa para luego empezar a ordenar un mueble Javier se puso a ladrar histéricamente por lo cual los padres de la familia le pidieron a la muchacha que lo sacara a pasear. Sofía no demostró alegría por tener que realizar dicha tarea.

Ambos salieron tranquilamente como lo habían hecho todos los días pero al llegar a la esquina Javier dobló en dirección a la estación de trenes tirando de la correa y con ella de su amiga humana. Llegaron a la estación donde Sofía sacó el boleto de mayor distancia y viajaron en el furgón rodeados de obreros y personas que fumaban diferentes hierbas mientras cantaban cánticos de sobre el equipo de fútbol local y sus rivales. Javier notó que varios de los allí presentes miraban demasiado a su acompañante y se puso delante de ella con gesto guardián a lo cual los obreros respondieron con comentarios y risas entre ellos e inmediatamente después ponían su mirada en el paisaje verde de los campos por los que el tren transitaba. Resultaba desagradable verlos llenar de piropos inapropiados a las muchachas que recorrían los andenes al pasar cada estación. Sofía estaba nerviosa y susurraba promesas de amenazas a Javier en sus orejas peludas cada vez que algo o alguien pasaba cerca suyo.

Tardaron más de cuarenta minutos en llegar al puerto donde bajarían para caminar por un cuarto de hora más hasta encontrar el laboratorio donde trabajaba Hamber. Sofía tardó varios minutos en decidirse a hablar puesto que era una chica muy tímida y no sabía qué decir a pesar de que Javier se lo había escrito en la tierra usando sus garras. La recepcionista los recibió y tras mencionar a Javier los llevó de inmediato con la Doctora Hamber. Al llegar donde los esperaba la profesional ella se puso a buscar entusiasta a Javier pero solo se encontró con una adolescente y su perro.

Sofía, Javier y Hamber se quedaron solos en el laboratorio. Hamber estaba desconcertada. Sofía fue la primera en hablar.

- Le puedo pedir el favor de apagar todas las luces menos ese foco.

-¿Por qué?

- Así podrá hablar con Javier.

- ¿Él está por aquí?

- Si. ¿No lo reconoce?

Hamber no respondió, solo apagó todas las luces dejando únicamente un pequeño foco de bajo consumo. Sofía sacó un trapo rojo de su mochila y con el cubrió el foco por completo. Luego, rápidamente sacó la túnica de Javier de su mochila y cubrió al joven con ella. Ante la mirada aterrada de Hamber Javier recuperó su forma humana y se incorporó vistiendo su haraposa túnica.

- Podrías haberle explicado mejor que el perro era yo. Mira cómo se ha quedado la pobre. – dijo Javier indignado con la actitud de Sofía.

- ¡Hey! ¿Cómo iba a saber que nunca te mostraste en forma de lobo frente a ella? Es tu culpa y la debes aceptar. – Respondió Sofía molesta por el reproche. Ella jamás dejaba que le reprocharan cosas injustamente. Siempre detestó a los malagradecidos.

El circo de la luciérnagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora