La historia de la licantropía

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Joseph estaba seguro de que tenían la cura en sus manos pero no se animaba a probarla por miedo a lastimar a su nueva jauría. Hamber hubiera jurado que el licántropo les tomó afecto instantáneamente salvo por el hecho de que se negaba a averiguar sus nombres, solo los llamaba lacayo uno, dos, tres, cuatro y "tú, el orejón". Incluso se había opuesto rotundamente a llamar lacayo uno al que había sido el líder; él era el tres.

Inyectaron la cura a los lacayos dos, tres y cuatro, pero al lacayo uno y al orejón los dejaron para una segunda prueba a la noche siguiente. Ese día Hamber no fue a trabajar y se pasaron la tarde preparando más cura para estar listos al día del ataque y haciéndole pruebas a los que habían recibido el antídoto la noche anterior. Hamber se exaltó al recibir la llamada de Sofía y al enterarse que ella y Javier estaban perdidos en un campo periférico a la ciudad Hamber les pidió que destaparan el frasco con fragancia de menta y Joseph corrió a socorrerlos de inmediato.

Cuando los chicos regresaron Sofía ayudó a Hamber a preparar los exámenes de tejidos para el microscopio mientras Javier ayudaba a Joseph con la preparación de más antídoto. Habían logrado fabricar una bomba de antibióticos derivados de la cura que al explotar soltaba un humo que adormecía a los hombres lobo dejándolos dormidos en una transformación intermedia similar a la que Javier se encontró el día que Gabriela fue mordida. Javier y Joseph tuvieron que cerrar todas las ventanas para que los gases no se les escaparan. Sabían que era inofensivo para humanos pero preferían mantener a Sofía y a Hamber lo más seguras posible. Al terminar la noche los resultados habían sido muy alentadores. Los estudios realizados sobre los lacayos dos, tres y cuatro habían sido positivos y estaban listos para probar la cura también en el lacayo uno y en el orejón. Una vez que los inyectaron y observaron que no se transformaban el equipo festejó y los hombres lobo que habían sido curados (salvo por Javier) lloraron de la emoción.

Era un momento muy especial, tenían en sus manos un antibiótico potente capaz de combatir la licantropía y aunque considerarlo una cura definitiva tan pronto resultaba apresurado al menos les permitiría frustrar los planes del circo de la luciérnaga. El gas anestésico demostraba no tener efecto en humanos y eso resultaba muy oportuno. Todos estos avances tan repentinos causaron mucha alegría al grupo, más había algo que no paraba de dar vueltas en la mente de Javier. ¿Cómo podía haber sabido todo esto Joseph si los científicos del padre de Gabriela no pudieron ni acercarse? Algo andaba mal...

En el medio del festejo Javier pidió a Joseph que lo acompañara a un lugar más apartado para conversar y ambos se dirigieron hacia el patio trasero de la casa. Al ver que se habían alejado Hamber se preocupó y quiso ver qué les ocurría. Llegó justo a tiempo al lugar para ver cómo Javier derribaba a Joseph con un golpe en la cara, se le subía encima y lo amenazaba con un enorme cuchillo. Hamber chilló pidiendo que no le hiciera daño y trató de separarlos. Joseph solo reía.

- Javier, ¿Qué te ocurre? ¿Qué rayos pretendes atacando a Joseph? – Le gritó Hamber mientras trataba de mantenerlo lejos del único licántropo que quedaba en el grupo.

- ¡Suéltame Hamber! Suéltame antes de que se escape.

- Pero ¿Por qué?

- Este tipo tiene varias cosas que explicarme. Él no es lo que demuestra y no creo que se trate de un hombre lobo normal.

- ¿Por qué dices eso?

- ¿No lo ves? Acabamos de desarrollar una cura para la licantropía y a pesar de estar desesperado por ayudar no se ofreció en ningún momento para ser voluntario a probarla en él ¿Por qué crees que lo hizo?

- Porque él es el que la está investigando. Si la cura falla no habrá oportunidad de buscar una nueva.

- ¡No! Él sabía tantas cosas...pareciera que ya tenía la cura a medio terminar desde hace rato, él no la probó en si mismo porque sabía que no funcionaría.

El circo de la luciérnagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora