2.- Troll.

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Sandro, el joven de cabello castaño, ojos expresivos y cálida sonrisa exclamó, —sean muy cuidadosos—, al mismo tiempo que ayudaba a Irina a ensillar el caballo,

—Lo seremos.

—Aunque tengan habilidades especiales, no se confíen.

—Sí; no lo haremos.

—Y Adiel, no seas tan impulsivo, piensa las cosas antes de actuar, ¿de acuerdo?—, el mayor dio un par de palmadas en el lomo del animal al terminar de ajustar las correas.

—¡Lo hago!— se apresuró a contestar el nombrado.

—¿Ves? De inmediato tienes que refutar; ojalá eso no te haga echar las cosas a perder—, Sandro levantó las cejas para darle énfasis a su consejo; —espera, toma las cosas con calma y verás como todo sale mejor—; Irina reía ante lo que escuchaba, todos los días era lo mismo: Sandro siempre sereno y Adiel la mayoría de las veces explosivo.

—Cuando los encuentren, salúdenlos, díganles que los extrañamos— exclamó Sandro refiriéndose a los hermanos.

—Yo no creo lo que dicen—, dijo la pelirroja, —Izan y Raziel son buenas personas, son nuestros amigos, jamás traicionarían a la princesa y mucho menos a su pueblo.

—Estoy de acuerdo contigo, creo que tienes razón, pero fueron órdenes de Anelisse y deben ir a buscarlos.

—Y al parecer las cosas son serias— agregó Adiel, —no quiere que regresemos sin ellos.

El mayor suspiró, —lo sé, pero tal vez cuando los encuentren ellos les digan qué fue lo que ocurrió en realidad.

—Sandro, su alteza le llama—, un joven, más o menos de la edad de Irina y aprendiz del mayordomo del palacio, apareció en las caballerizas, interrumpiendo aquella charla.

—En un momento, gracias por notificarme Nabil—, contestó el consejero con una sonrisa, el muchacho le contestó con el mismo gesto y se retiró.

—Bien, es hora de partir— anunció Adiel.

—Tengan mucho cuidado— repitió el mayor, y en gesto amable revolvió el cabello de Irina, —suerte, y regresen pronto.

Tras abandonar el territorio y la gran muralla que rodeaba y protegía el reino de Alda; los dos guerreros aún dudaban del camino que debían seguir.

—Creo que debemos ir por aquel sendero—; indicó Irina señalando hacia un pequeño y poco visible camino entre los árboles.

—Mejor echaré un vistazo para estar seguros—, dijo él, bajó del caballo, miró al cielo y en instantes se elevó.

—¡¿Ves algo?!— preguntó Irina luego de unos segundos, mirando hacia arriba y colocando su mano muy cerca de su boca a manera de altavoz para que su compañero la alcanzara a oír; Adiel negó con la cabeza al momento que descendía.

—El bosque es alto y demasiado espeso, sólo veo árboles— informó al poner los pies sobre el suelo.

—Entonces... supongo que debemos guiarnos por nuestro instinto.

—Nos llevará mucho tiempo; ¿dónde los buscaremos?— preguntó el muchacho antes de tomar impulso y volver a subir a su caballo.

—No lo sé, pero Su Alteza ya lo dijo, no debemos regresar sin ellos

Ambos, sobre sus caballos, continuaron avanzando buscando riachuelos, lagos o cuevas, donde era más probable que Izan y Raziel pudieran montar un campamento.

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