11.- Culpable.

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El largo paseo con su consejero hizo que Anelisse pensara mejor las cosas y estuviera segura de las decisiones tomadas hace algunos días, o al menos eso creyó.

—¡An!— Ayleen salió a su encuentro cuando la vio llegar por el gran portón, —¡hermana!

La mayor la miró preocupada, ya que bajaba a toda prisa por las escaleras principales, recogiendo su largo vestido color arena para no tropezar, con una expresión en el rostro entre angustia, miedo y al borde del llanto.

—¿Qué sucede?— la monarca bajó de su caballo.

—Ée-el esta...—, se refugió entre sus brazos y comenzó a sollozar; —hay mucha sangre—, la chica comenzó a temblar por la escena que había presenciado.

—¿Dónde? ¡Habla claro!

—Lino... esta muerto.

Lo último fue escuchado por Sandro, quien de inmediato entró al palacio encontrándose con su hermana, en lo alto de las escaleras que llevaban al ala oeste.

—Fiama— la llamó, —¿qué sucedió?

—Ll-la princesa fue a la habitación de su hermana y... allí encontró... encontró el cuerpo de Lino— respondió algo temerosa y titubeando, nunca había ocurrido algo así en el palacio. Sandro subió las escaleras y la abrazó con la intención de tranquilizarla.

Y no era para menos, al entrar a la habitación Sandro se encontró con una escena escalofriante; en el centro del cuarto, un enorme charco carmesí rodeaba el cuerpo delgado del mayordomo, su rostro estaba pálido y sus ojos abiertos; junto a él había unas tijeras, muy parecidas a las que usaban para podar las plantas de los enormes jardines.

—Su alteza, es mejor que salga de aquí— dijo el consejero al notar que Anelisse estaba detrás de él; —vaya con su hermana, ella le necesita—, tomó suavemente a la monarca por la espalda y la guió fuera de la habitación.

Anelisse se sentía responsable, o mejor dicho, culpable; desde hacía varias semanas sospechaba que había un traidor en el palacio, alguien que estaba filtrando información y por seguridad no le había permitido a Izan hablar, era preferible que nadie supiera de sus descubrimientos; sin embargo, no pensó que llegara a tanto.

¿Acaso la confianza y seguridad que hace unas horas sintió sobre sus decisiones había sido para nada?

Entró a la habitación de su hermana, ella estaba descansando en su cama mientras Fiama acomodaba los enormes edredones.

—Su majestad—, dijo la hermana de Sandro —lo siento, es mi culpa, yo no debí...

—No, no tienes la culpa; gracias por estar con Ayleen.

—Sabe que la aprecio mucho, es como si fuera parte de mi familia— miró a la princesa y trató de esbozar una sonrisa; la situación no la ameritaba pero trató de demostrar su sinceridad.

—Lo sé y te lo agradezco mucho—, sabía que era difícil criar a una jovencita; —ahora, si no te molesta, me gustaría estar a solas con mi hermana.

Una vez que Fiama salió, Anelisse se sentó a la orilla de la cama; Ayleen se removió y después de unos segundos abrió los ojos.

—¡An!—, se incorporó; —no pude hacer nada; era demasiado tarde— sollozó.

—Lo sé—, la abrazó.

—Ya no había forma de salvarlo; él ya estaba... llegué muy tarde.

—Calma, yo sé que de haber podido sanarlo lo hubieras hecho— la meció entre sus brazos.

Sólo contadas personas sabían que algunos miembros de la familia real, al igual que los guerreros, tenía un don especial; Ayleen podía curar hasta las heridas más graves, sin embargo, como ella misma había dicho, había sido demasiado tarde para Lino.


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