9.- Intruso.

44 6 0
                                    

Nabil llegó hasta donde Anelisse se encontraba, —su alteza, el caballo que pidió está listo—, hizo una reverencia.

—Muchas gracias— sonrió y le entregó al muchacho las tijeras con las que podaba las flores y se encaminó al establo.

Al llegar, por costumbre revisó de nuevo las correas y la silla.

—¿A dónde va?—, Sandro apareció en aquella caballeriza.

—A dar un paseo.

—No debería, no está su escolta— se refería a Izan, o en su defecto a Adiel, ellos eran los encargados de la seguridad de la mayor de las princesas; —no permitiré que salga sola.

—Entonces acompáñame.

Sandro la miró dudoso por unos segundos y luego fue a preparar un caballo.

Tras avanzar varios metros, lejos del castillo, Anelisse se emparejó al paso que llevaba su consejero, se aproximó lo más que pudo e hizo una sencilla pregunta.

—Sandro... tú... ¿has notado algo extraño en el palacio?

—¿Como qué?

—No sé, alguien que se encuentre a deshoras o en lugares que no deba.

—Pues la verdad, no.

—¿Seguro?— preguntó.

—Los únicos, además de la familia real, que andan sin ser vigilados por todo el palacio son Fiama, Lino y yo; y por supuesto los dos nuevos, Nabil y Elder, pero ambos están bajo la supervisión de Lino.

Anelisse lo analizó, Sandro y Fiama eran de su total confianza, sin embargo Lino, aunque había sido el mayordomo de su padre desde hace mucho, no hablaba más de lo necesario con ella, además todo aquel que entraba al palacio, como la institutriz de Ayleen, las cocineras o demás gente, era estrictamente supervisado.

—¿Por qué la pregunta?— Sandro la sacó de sus pensamientos.

—Nn-no por nada

—¿Tiene que ver con lo que sucedió con Izan?— parecía que el consejero le leía la mente.

Anelisse asintió pero ya no volvió a hablar, Sandro respetó su silencio. La princesa pensó que lo que había hecho era lo mejor: sacar a sus mejores guerreros del reino; no porque quisiera que el palacio quedara vulnerable, sino porque creía que en caso de un ataque interno debía haber alguien que los ayudara desde el exterior.

Mientras, en el palacio, el mayordomo se dirigió a la cocina, donde como todos los días supervisaba la preparación de los alimentos y exóticos postres que las princesas demandaban.

Cuando se cercioró de que ningún ingrediente faltara, hizo lo que seguía en su lista de actividades diarias: buscar a Fiama para asegurarse que Ayleen estaba con su institutriz; sin embargo esta vez optó por ir primero al ala oeste del palacio, área en la cual se encontraba la habitación de Anelisse, que anteriormente perteneció a sus padres.

Recorrió los pasillos; las alfombras estaban impecables, los cuadros alineados y los floreros limpios y relucientes, tal y como a ella le gustaban; siguió su recorrido y entonces un ruido extraño en la habitación de Anelisse llamó su atención.

Entró cautelosamente y encontró el pasadizo secreto abierto, aquel que sólo la familia real y los de confianza conocían, era una puerta escondida bajo la pesada alfombra al pie de la enorme cama.

—¿Qq-qué haces aquí?— preguntó sorprendido el mayordomo al ver al joven que salía de aquel pasadizo; —¿Cómo? ... Tú no deberías... — pero enmudeció al sentir algo puntiagudo a la altura de su pecho y de inmediato un líquido tibio lo recorrió hasta el abdomen.

—¿Por qué?— exclamó Lino al llevarse las manos en la herida, sólo para comprobar que la sangre salía a borbotones. El intruso no contestó, sólo observó y esperó hasta que la respiración del mayordomo se detuvo por completo.


CaceríaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora