32. Reencuentro.

70 5 1
                                    

Los rayos del sol colándose por la ventana eran algo molestos, abrió los ojos lentamente y vio el techo de la habitación; al caer en la cuenta de lo ocurrido se sentó de golpe.

—¿Irina?— Sandro apareció por la puerta con una charola en mano, —¿tienes hambre?—; ella negó con la cabeza, aún así el consejero se acercó para depositar su desayuno en una pequeña mesa.

—¿Cómo te sientes?— exclamó al sentarse en la cama.

—Creo que... mucho mejor— contestó.

—Entonces deberías intentar comer un poco.

—No tengo hambre.

—¿Irina?—, Raziel llamó y tocó a la puerta antes de abrir.

Irina lo miró; todos hacían su entrada tal y como lo recordaba, no pudo evitar sonreír ligeramente.

—Me alegra verte más animada— dijo el recién llegado, —y pensar que por culpa de Adiel tú... —

—Basta ya—, le interrumpió.

—¿No crees que ya fue suficiente?— Raziel frunció el ceño, —siempre te causa problemas, de una vez por todas deberías decirle que...

Irina le interrumpió poniéndose de pie para tomar a ambos por los antebrazos y guiarlos a la salida; —Escucha bien Raziel, no me importa. No me importa que me digan que es un tonto, un egoísta, que no piensa antes de actuar y que le encuentren mil y un defectos—, se detuvo frente a ellos con el marco de la puerta separándolos; —aún así le quiero—, susurró antes de cerrar de golpe; bajó la mirada y sonrió satisfecha. Si estaba en lo correcto, en ese momento Adiel se encontraba sano y salvo en alguna otra parte de lo que quedaba del castillo.

Caminó dirigiéndose a la mesita, estaba lista para probar su desayuno cuando alguien volvió a abrir, se detuvo y dio media vuelta encontrándose con ella.

—Su alteza—, de inmediato hizo una reverencia; luego se incorporó, la miró por unos segundos y no dudó en correr a sus brazos.

—Gracias— susurró escondiendo el rostro en aquel atuendo con botones de oro.

La princesa acarició la cabellera rojiza, —no tienes nada que agradecer; tú fuiste quien lo hizo todo.

—Pero— se separó para verla a los ojos, —¿cómo hizo eso?

Por ser de los últimos en unirse al servicio de la monarca, no sabía de los poderes que poseía.

—Irina, no sólo ustedes tienen un don especial; Ayleen y yo también poseemos uno.

Los ojos en forma de avellana se abrieron aún más, estaba sorprendida, por lo cual no dudó en preguntar más cosas; —Pp-pero, entonces... eso quiere decir que...—, se quedó pensativa tratando de formular lo correcto, —¿Porqué no hizo lo mismo con sus padres? Los pudo haber salvado.

La monarca suspiró; —Verás; la situación con ellos es distinta—, la tomó del antebrazo para guiarla hasta la cama y que ambas tomaran asiento, —ellos fueron asesinados; ese era su destino; en cambio con Adiel fue diferente, él decidió; eso quiere decir que hubo, al menos, otra opción; y tú la encontraste—, eso era verdad, hablando fríamente, Adiel pudo salir de allí dejando a Irina a su suerte.

—¿Sabía lo que pasaría?

—No; yo puedo regresar y analizar sucesos que ya ocurrieron, pero no lo que aún no está escrito, ya que un ligero cambio en la dirección del viento, la caída de las hojas de un árbol; cualquier acontecimiento, por pequeño que sea, puede alterar lo que viene.

CaceríaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora