30. Oportunidad.

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Aún cuando sentía un escozor en los ojos seguía sollozando bajo las sábanas, hacía horas que se encontraba despierta, pero no había querido salir de la cama; rogaba porque todo hubiera sido una pesadilla, una horrible pesadilla y que Adiel estuviera esperándola en el patio de entrenamiento como todas las mañanas, pero, en el fondo de su corazón, sabía que eso no era posible.

—¿Irina?— Sandro apareció por la puerta con una charola en mano, el ala sur del castillo estaba intacta, la pelirroja se encontraba en una de las habitaciones, —¿tienes hambre?—; ella no contestó, aún así el consejero se acercó para depositar su desayuno en una pequeña mesa.

—¿Cómo te sientes?— exclamó al sentarse en la cama.

—¿Cómo debería sentirme?— dijo a secas sin asomar el rostro de entre las cobijas; Sandro bajó la mirada al notar que había hecho una pregunta incorrecta, se aclaró la garganta para intentar remediar la situación; —Irina, sé que es doloroso pero... me parece que no es conveniente que te quedes allí todo el día sin comer.

—No tengo hambre— contestó.

—¿Irina?—, Raziel llamó y tocó a la puerta antes de abrir.

Ella se removió pero tampoco contestó al llamado; el menor de los hermanos aún sí entró.

—¡Déjenme sola!— gritó al sentir que Raziel tiraba de las sábanas para dejarla al descubierto.

—¿No crees que ya fue suficiente?— Raziel frunció el ceño, ya no quería ver a su amiga en ese estado; —Deberías...

—¡Basta ya!—, Irina se puso de pie y tomó a ambos por los antebrazos para guiarlos a la salida. —No me importa que me digan que era un tonto, egoísta, que no pensaba antes de actuar y que le encuentren mil y un defectos—, se detuvo frente a ellos con el marco de la puerta separándolos; —aún así le quería... le quiero—, susurró antes de cerrar de golpe.

Se quedó de pie allí unos segundos, con la cabeza baja y los puños apretados; estaba triste, quería llorar, pero parecía que las lágrimas ya se le habían acabado.

Caminó dirigiéndose nuevamente a la cama cuando de repente alguien volvió a abrir, se detuvo y dio media vuelta encontrándose inesperadamente con la monarca.

—Su alteza—, de inmediato hizo una reverencia.

—No tienes porqué ser tan formal—, contestó cerrando tras su espalda y dirigiéndose hacia a ella para abrazarlo con fuerza.

La mayor de las princesas sabía lo que era perder a un ser querido, durante su infancia, su madre había sido su adoración y su padre un ejemplo a seguir.

—Yo—, gimió, —lo extraño... todo es tan injusto, yo debería estar muerta y no él.

—¡No te acerques!—, la voz de Adiel retumbaba en su cabeza; —¡Es peligroso!... ¡No seas necia!

—Basta ya—, le levantó el rostro para mirarla a los ojos, —si hubiera sido al revés, Adiel diría lo mismo; estaría lamentándose y llorando por ti.

Permanecieron en silencio unos segundos hasta que Anelisse volvió a hablar, —si tuvieras una segunda oportunidad... ¿Qué es lo que harías?

—Cambiaría mi lugar con él—, Anelisse frunció el ceño insatisfecha ante la rápida respuesta y negó con la cabeza.

—Irina, creo que no has entendido—, suspiró, —no necesariamente tenía que terminar de esa manera—, le acomodó un rojizo mechón de cabello detrás de la oreja antes de decirle; —él lo hizo por amor, decidió que si uno tenía que irse sería él; sin embargo puede que esa situación en realidad no haya tenido que ser así. ¿Comprendes?

Los orbes marrones observaron de manera curiosa a la monarca.

—¿Irina, tú de verdad le quieres?—, la guerrera asintió con la cabeza sin dudarlo un segundo; —entonces no lo hagas infeliz; no cambies de lugar con él—, Anelisse la atrajo hacia ella para abrazarla muy fuerte; una luz blanca las rodeó haciendo que Irina cerrara los ojos con fuerza. Y cuando los abrió se dio cuenta en donde estaba: en uno de los pasillos del palacio; se miró a sí misma, tenía su vestimenta de batalla, luego una explosión destrozó la pared a su lado; era Adiel que había sido arrojado haciendo un gran agujero en el muro; luego un gruñido provino del boquete y de inmediato un troll lo atravesó para levantar al guerrero tomándolo por el cuello. La pelirroja divisó a su alrededor, con su poder, levantó un arma y lo clavó en el pecho de la criatura.

Irina se acuclilló, tomó el rostro de su compañero entre sus manos y lo besó decenas de veces de manera descuidada por su frente, mejillas, nariz y boca; sin poder evitar que sus lágrimas de felicidad comenzaran a salir.

Adiel se preocupó al verlo, —Irina, ¿Estás bien? ¿Qué te sucede?— preguntó alarmado separándose un poco para observarla mejor. Ella limpió sus lagrimas de manera descuidada y con una sonrisa; esperaba que no fuera un sueño, y si lo era, estaba segura que no quería despertar.

—Te extrañé— susurró hipando a causa del llanto.

Adiel lo miró suavizando su expresión, —Y yo a ti— contestó antes de besarla.

Luego la pelirroja lo abrazó por unos instantesy lo tomó de la mano para ponerse de pie, —debemos buscar a ¡Izan!— sesorprendió cuando este apareció frente a ellos.

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