4.- Refugio.

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La pelirroja tosió varias veces por la falta de oxígeno, aún no se acostumbraba a viajar de esa forma.

—Lo siento— se disculpo Raziel.

—No te preocupes—, contestó Irina al reponerse de aquello.

—Siéntete como en casa— intervino Izan y con la mirada señaló a su alrededor; se encontraban en una pequeña cabaña hecha de ramas, lianas y hojas, se veía realmente cómoda.

Los hermanos se dirigieron a una habitación para recostar al más alto que aún estaba inconsciente.

—¿Dónde estamos?— preguntó Irina mientras los seguía.

—Muy lejos de Alda— respondió Raziel; —a los alrededores de Baekja—; ella se sorprendió, ya que estaban en realidad muy, pero muy lejos de Alda.

—Aquí pasaran la noche— anunció el mayor de los hermanos una vez que recostaron a Adiel, —mañana les daremos los detalles de la situación, ahora descansen. Raziel y yo estaremos en la habitación de al lado.

—¿Pero qué...? Se supone que vinimos por ustedes— dijo Irina.

—Primero deben descansar— insistió Raziel al salir de la habitación para seguir a su hermano, ignorando el comentario de la joven.

El ceño fruncido de la pelirroja denotaba su claro disgusto y duda ante toda esa situación, pero un quejido por parte de quien se hallaba sobre una delgada cama de suaves hojas la hizo voltear.

—¡Adiel!— corrió hasta él y se arrodilló para acercarse a su rostro; —¿cómo te sientes? ¿te duele?—, tocó su cabeza y por su expresión supo la respuesta. —Lo siento— de inmediato retiró su mano y lo ayudó a incorporarse.

—¿Qué es este lugar?— preguntó.

—Yo...En realidad no lo sé. Raziel nos trajo.

—¿Los encontraste?

—No; ellos nos encontraron.

—¿Pero cómo suced..?¡ah!— se volvió a quejar y llevó de inmediato su mano a su cabeza.

—Deja de hacer preguntas y descansa de una vez— le indicó ayudándolo a meterse nuevamente bajo un grueso tejido de raíces y hojas.

Adiel no apartó en ningún momento la mirada del rostro de su compañera, hasta que, de la nada, dijo —no lo sé—, susurró una vez que se encontraba arropado, —no lo sé; ésa es la respuesta a tu pregunta— exclamó.

—¿Eh?— Irina ladeó la cabeza confundida; por ello Adiel continuó, —no sé qué haría sin ti; gracias—, sonrió.

Irina sólo atinó a bajar la mirada y trató de ignorar esa sensación extraña, como un hormigueo en las mejillas y en la boca del estómago.

—Perdóname— exclamó Irina refiriéndose a su situación, —por mi culpa tú...

—No es tu culpa.

—De verdad, lo siento.

—No tienes porque sentirlo; no sucedió nada, recuerda que soy fuerte como una roca— bromeó.

—¿Regresaremos con ellos a Alda?— preguntó Raziel; ambos se encontraban fuera de la cabaña, a cientos de metros sobre el suelo, ya que aquella pequeña construcción había sido hecha en lo más alto y entre las ramas de un viejo árbol.

—No; ahora que están aquí necesitaremos su ayuda si queremos que todo salga bien—

—Pero... ¿Y si la princesa...?

—Ya no importa lo que diga— Izan frunció el ceño, —aunque ella no haya confiado en mis palabras, debemos proteger el reino.

—Hermano, ¿sabías que mandarían a Irina y a Adiel por nosotros?

—Lo supuse; Anelisse a veces es algo predecible— exclamó el mayor mirando hacia el cielo; un cielo color púrpura, con miles de estrellas y dos enormes satélites naturales, aquel cielo mágico y propio de Angae.

—Es mejor que entremos— indicó el menor de los hermanos tras unos instantes, —pronto hará frío.

Izan asintió pero permaneció unos segundos más admirando el firmamento estrellado y luego se refugió la cabaña de hojas. Las noches en aquellas tierras eran muy heladas.


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