Capítulo veinte y siete

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   Podía sentir mi corazón palpitando en mi boca. El lloriqueo me vislumbró la vista en cuanto el miedo se había apoderado de todo mi cuerpo. Volví a comenzar a temblar bajo mis torpes forcejeos. Me tenían bien sujetada y la mitad de mi cuerpo ya estaba amarrado lo que me hacía pensar que se estaba haciendo demasiado tarde.

— ¿Ahora quieres compasión, chiquita?

   El viejo me tiró en la cajuela de su camioneta con ayuda de las demás personas que lo rodeaban. La mujer se burlaba de mí mientras los otros dos hombres que sobraban seguían las instrucciones que él les daba. Aunque mis brazos ya estaban amarrados, aún y así me sujetaron para inmovilizarme el torso. La mujer se montó en los asientos traseros que daban vista a la cajuela en donde me amordazó tan repentinamente que no pude reaccionar a tiempo. Ahora mis gritos se amortiguaban con la mordaza sin importar cuán fuerte siguiera haciéndolos.

— ¡¿Ahora quieres chillar y berrear después de que te encargaste de que me dejaran la cara así?! — gritó escupiéndome el rostro.

   Se hizo espacio entre mis piernas temblorosas que colgaban de la cajuela de la camioneta y comenzó a tocarme. Me ahogaría en mis propios gritos y lágrimas si él no sacaba la jodida mano. Ya había sido suficiente una vez y pensé que jamás iría a recordarme de eso. Una segunda vez significaba misión cumplida para ellos.
   Hasta que se detuvo de golpe. Sacó la cabeza de mi cuello dubitativamente y se giró para mirar por encima de su hombro cuando las luces delanteras de un auto nos habían iluminado. Sentí que mi corazón volvió a resucitar cuando sentí una punzada en el pecho y comencé a volver a patalear y a gritar bajo la mordaza. Ellos comenzaron a actuar rápido intentando meterme por completo en la cajuela. Pero no se las dejaría fácil cuando podría estar a punto de liberarme.

— ¡Rápido! — gritó — ¡Rápido, malditos!

   Cuando la camioneta estuvo a punto de arrancar se detuvo de golpe. El impulso me sacó fuera de la cajuela estrellándome contra la nieve. Aproveché para restregarme los brazos hasta que pude sacarme uno y luego me arranqué la mordaza. Me respingué cuando uno de los tipos cayó como morsa al suelo pero me cubrí el rostro cuando la camioneta encendió su motor para salir corriendo.

Entonces Exton quedó al descubierto machucando a golpes una vez más al mismo viejo. De ésta sí que se moría el maldito.

— ¡Eres un hijo de puta, maldito! — masculló

Se me nubló la vista intentando creerme que se trataba de él en realidad. El puño le iba desde Júpiter hasta la cara del maldito ese, tal y como lo había hecho la primera vez.

— Hey... — susurré tratando de buscar mi tono de voz — ya basta.

Intenté ponerme de pie cuando la nieve ya estaba quemándome la piel. Me tambaleé en el primer intento y al segundo la cabeza estaba pensándome demasiado. Ni si quiera podía mirarlo bien.

— Exton...

—¿Que lo deje? — vociferó — ¡Es un maldito hijo de puta que sino lo mato yo va a pudrirse en el infierno!

Se me llenó la cabeza de punzadas que me llevaron directo al suelo. Tal vez ésta era la peor parte del susto: aceptar que había acabado.

— ¡Dylan! — Exton llegó de un salto — Dylan... Dylan — susurró cuando me agarró de la cintura y me hundió la cabeza en su cuello. — ¿Te dije o no que me llamaras para pasar a recogerte? ¿Por qué nunca me escuchas?

Afternoon » njh Donde viven las historias. Descúbrelo ahora