Capítulo treinta y cuatro

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   El domingo en la mañana me desperté muerta del frío. Aunque ni tanto después de haberme dormido con una tonelada de telas encima. Aún y así, el frío conseguía colar aunque fuera un hilo. En eso decidí sentarme en la cama. Me tallé la cara para adelantar el proceso de despertarme y realicé que me encontraba en una habitación. Estaba penumbra gracias a las ventanas cerradas. No habían muebles a excepción de la cama y una mesita de noche. Tampoco me pareció la habitación de Exton pero de todos modos -fuera de quién fuera la jodida habitación- no recordé cómo llegué a aquí. Tal vez estaba metida en el sueño todavía.
Salí de la cama caminando de puntitas y abrazándome el cuerpo. Había demasiado silencio departe del bosque. Tanto que me extrañó un poco. Nunca había sentido la sensación del bosque tranquilo en su mejor punto y ésta tampoco era la que me esperaba. Mientras fui encaminándome me di cuenta de que también me encontraba sola en la casa. ¡Jodidamente perfecto! ¡Lo único que me venía faltando! ¡Já, amanecer sola en una casa ajena! ¡Wuju!
Por los santos, era totalmente irónico. ¡Se caía de la mata como un rábano! ¡¿Cómo se le ocurría irse sin dejar rastro?! ¿Acaso no pudo dejar algo; una nota? ¡Algo que me dejara saber en dónde iba a estar por si ocurría alguna emergencia; pero no! Él nunca piensa cuando debe hacerlo. Oh, pues claro que no.
Tuve que volver a la misma habitación en plan de rebuscar mi celular por todos lados. No sé para qué si la última vez que estuve con él estaba a punto de morirse. Todavía no creía que Exton no contara con otra de las cosas que debían estar en la lista de «esenciales». No obstante, me calló la boca cuando lo encontré conectado al cable. Bufé pensando en todo lo que pudo haberse ahorrado si solo me hubiera dicho en dónde lo metía. Sin contar nuestro beso...¿cierto?
Cuando encendí la pantalla de bloqueo en plan de fijarme en la hora nada más, fue inevitable no ver el sinnúmero de notificaciones con el icono de mamá. Supe al instante que no había dormido nada en toda la noche. Así que, opté por compadecerme de ella y reportarme diciéndole en un mensaje de texto que me encontraba bien -a comparación con los doscientos que me había enviado.- Pero en eso escuché la puerta de entrada cerrarse, provocándome levantarme de la cama de un salto.

— ¡Imbécil! — grité apareciéndome en el pasillo.

Mientras iba acercándome lo escuché bufar. — Buenos días para ti también, Dylan.

— ¡No, no son buenos días! — lo encaré cruzándome de brazos — ¿En dónde estabas que me dejaste como un perro abandonado? ¡Pudo haberme pasado cualquier cosa en el medio de la nada! ¿Estabas al tanto?

— ¿Te pasó algo? — me miró enarcando una ceja y luego se alzó de hombros — Sigues completa, así que deja de exagerar tanto las cosas. — dijo restándole tanta importancia que estuve a punto de reírmele en la cara. ¡Era un zángano!

De todos modos debía decirme de dónde venía y por qué no traía camisa.

— ¿Qué estabas haciendo?

— ¡Como tu sequedad de humor no puede ver el bonito día que es, me fui a buscar más leña para la fogata! — ironizó, metiéndose en un papel de entusiasmado que parecía más bien un payaso asesino — ¿Contenta?

— ¿Y no tienes frío, Exton? — pasé por alto la mitad de las estupideces que me dijo porque después de todo había contestado a mi pregunta.

— Nop. ¿Y tú? — me señaló con el mentón.

— Estoy congelándome, ¿no lo ves?

Eso era casi imposible. Estaba sin camisa, en una casa metida en el bosque sin calefacción y no tenía frío. ¿Cómo... ¿Cómo lo soporta tan bien? ¡No lo he visto ni una vez temblando o tiritando, joder! Y ahora no podía fijarme sin parecer una embobada mirándole el torso lleno de lunares.

Afternoon » njh Donde viven las historias. Descúbrelo ahora