Huellas. 11

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Hay dos huellas en el cemento del patio de mi casa. Una es tu mano marcada en el suelo, la otra es la mía.

Cada vez que voy a mi patio la observo con tristeza y trato de no pisar aquella inscripción.

En mi cabeza, aquella es la huella que dejaste en mi. Eterna. Visible. Inolvidable.

Desearía poder sacarte de mi cabeza, pero cada día oigo hablar sobre vos y tus aventuras de prostituta y me paso toda la tarde intentando descifrar un por qué sin sentido.

Tu hermano dijo que volviste a casa con olor a aceite de auto, jabón barato, perfume de hombre y varios moretones. Tus padres no dijeron nada, la psicóloga se los está prohibiendo. Y a mi casi no me importa.

Tengo que admitir que sí imagino por las noches, antes de cerrar los ojos, que hubiese pasado si no me hubiera callado cuando me enteré de tus problemas con la comida. Me persigue la culpa. Pero no me duele.

Últimamente no quiero que estés en mi vida otra vez y no sé bien qué pensar de eso. Tal vez está bien y no lo sé. Pero quizá soy una muy mala persona y tampoco lo sé. La peor parte es que ninguna de las dos opciones me interesa mucho.

Debería conseguir amigos, lo sé, pero nadie me quiere cerca. Saben que el pasado está ahí y que vos fuiste mi mejor amiga. Algunas chicas creen que podría robarles el novio, eso me da tanta gracia que no me acerco por miedo a reír en sus caras. Otras chicas piensan que sólo me acerco para contarte lo que piensan de vos y que todo esto es un plan de venganza o algo así.

Ojalá fuese un plan.

Pero que bueno que no lo es.


Hoy no te quiero cerca.

Mañana tal vez sí.




Un octubre sin vosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora