Cada mañana despierto y miro mí celular, con la esperanza de volver a leer alguno de tus mensajes. Y luego vuelvo a dejar el teléfono en la mesa de noche. Me quedo un rato más en la cama, observando el techo; pensando en los mensajes que nunca aprecié.
No he olvidado las veces que me preguntabas que tan mal me había ido en los exámenes, yo te decía que me castigarían por años y vos corrías a mí casa para llevarme a pasear en bicicleta.
Solías sacarme sonrisas sin ningún esfuerzo.
Aun recuerdo el día en que me di cuenta de que todo había cambiado. Después de esa madrugada, tus abrazos llegaban a veces, como con timidez, como sin querer, como si no fueran para mí.
Una noche, te llamé para escaparme a tu casa, pero vos no respondiste.
Bajé por la ventana de mí cuarto y robé la bicicleta de mí vecina. Pedaleé lo más rápido que pude, sabiendo de memoria el camino hacía tu casa. Me colé por la ventana de la cocina que siempre dejaban abierta. Tu hogar estaba casi muerto y no creí que hubiese nadie. Pero alcancé a oír música muy bajita que parecía no querer ser oída justo cuando estaba por irme. Reconocí esa canción que cantabas mientras te peinaba y entré en tu habitación esperanzada de ver tu sonrisa y oír tu voz, diciendo que todo estaría bien mientras me rodeabas con tus brazos.
Lo que vi me dejó la sangre helada.
Estabas fumando marihuana, junto a un par de chicos que yo no conocía. Tenías los ojos inyectados en sangre cuando tu mirada se encontró con la mía. Me sonreíste con los labios torcidos y los ojos cerrados. Levantaste una mano para saludar y me encontré observando una muñeca con marcas rojizas de heridas casi cerradas. Casi sanadas. Casi olvidadas. Cerré la puerta con un portazo, dejando el humo de aquella planta venenosa dentro de tu santuario.
Nunca había estado enojada con vos. Y tampoco lo estaba. Pero una parte de mí exigía tu atención. Capaz que sólo por unos días. Capaz que sólo por un ratito.
Salí por la ventana y pedaleé. Devolví la bici y me fui a la cama.
Al día siguiente dijiste que habías soñado conmigo. Te pregunté por qué no respondías el teléfono y me dijiste que estabas durmiendo.
Me dolió que me mintieras. Me dolió que te alejaras.
Pero lo que más me dolió fue verte partir con tus nuevos amigos.
Me cambiaste por un porro.
Destrozaste mí alma para drogarte en silencio.
Y hoy te extraño, pero no me arrepiento.
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Un octubre sin vos
Cerita PendekSentáte, voy a contarte una historia sobre nosotras dos. Y sí, sé que no te importa.