Capítulo 1.

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¿Qué era eso de que mi madre había sufrido un accidente? 

—¿Hola? ¿Sigues ahí?

Colgué el teléfono y fui corriendo a buscar a mi padre. 

—¿Qué ocurre Kate? ¿Por qué lloras...?

Intenté explicarle lo que había pasado entre lágrimas. Pero fui incapaz. Al cabo de un rato cuando fui capaz de respirar otra vez, le dije lo de la llamada, y muy alarmado, fue a buscar su teléfono.

Cinco minutos después estaba sentada en el asiento del copiloto en dirección al hospital. Había dejado de llorar. Eso era bueno. Mi madre estaba muy grave en el hospital por un accidente. Eso era malo.

Cuando llegamos a la recepción del imponente edificio blanco, esperé a mi padre mientras que rellenaba unos papeles. "Bip-bip". Otro mensaje de Alice. 

"Eh, Kate, comprendo que estés enfadada pero al menos contéstame para que sepa que sigues viva. Perdóname, ¿vale? -A."

Mierda. Se me había olvidado contestar antes. Tecleé con manos temblorosas unas pocas palabras para decirle a Alice que no podría quedar con ella esa noche. Preferí omitir la parte de que estaba en el hospital, puesto que eso lo único que haría sería preocupar a Alice y a Daniel y prefería que estuviesen tranquilos. Al menos ellos podían estarlo, así que, ¿para qué darles quebraderos de cabeza? Ya tenían bastante con los que tenían entre ellos dos.

—Eh, mi niña, ¿estás mejor? — era mi padre, que venía con dos refrescos en las manos. Tenía ojeras de cansancio, de haber estado todo el día trabajando.

—Sí — mentí —. ¿Y mamá? ¿Cuándo vamos a poder verla? — pregunté rápidamente.

—No lo sé. Por ahora lo único que he podido hacer ha sido rellenar su formulario. Pero no pasa nada, seguro que todo irá bien, ¿vale? Hay cientos de accidentes al año, este no tiene por qué tener nada de especial.

Es curioso cómo la gente dice que todo va a ir bien aunque no tenga ni idea de lo que va a pasar. Aunque me gustaría que mi padre tuviese razón. Suspiré.

Me bebí la lata de refresco que me había traído mi padre. El tiempo en los hospitales es eterno. Los relojes no se mueven. Todos los pasillos son iguales. Y además es asfixiante.

Al cabo de una hora empecé a notar como se me estaban cerrando los ojos. Apoyé la cabeza sobre el hombro de mi padre y me quedé dormida.

No sé cuánto tiempo había pasado, pero cuando desperté eran las tres de la madrugada y mi padre estaba de pie delante de mí.

—Despierta mi niña. Tenemos que ir  a ver a mamá.

—¿Qué...? ¿Cómo? — y recordé lo del accidente, lo de la llamada, y todo lo demás. 

Se me formó un nudo en la garganta. Mi padre me condujo por uno de esos pasillos que son exactamente iguales al resto de los pasillos. Paró ante una habitación con el cartel "224". Me abrió la puerta y entré.

Era una habitación individual, pintada del mismo tono que los pasillos y con las cortinas de las ventanas echadas para que entrara la luz. Y en el centro de la habitación había una mujer tumbada en una cama. De ella salían un montón de cables y que se conectaban a trastos médicos que no había visto en mi vida.

—¿M-a-má? — tartamudeé.

Me acerqué a ella y le cogí la mano.

—No puede oírte.

—Está en coma, ¿verdad? — corté. No quería mentiras. No quería que adornase la realidad con palabras bonitas. 

—Sí. Lo está — mi padre se desplomó en el sillón que estaba al lado de la cama y hundió la cara en sus manos. 

Ahora es cuando de repente entraba un médico y decía que todo iba a salir bien, que no nos preocupásemos más. Pero eso no ocurrió. Me quedé de pie en frente de la cama.

"¿Y ahora qué? ¿Qué se supone que hago ahora?", pensé. Esa es otra de las cosas de los hospitales: nunca sabes qué hacer en ellos. 

Cogí el móvil. Y salí a la puerta. El pasillo estaba desierto, excepto por un chico que se sentaba en el suelo apoyado en la pared de en frente. En cuanto me vio salir se levantó y esbozó una sonrisa. Era más alto que yo. Tenía los ojos marrones y pelo negro alborotado. Le devolví la sonrisa.

Busqué el cuarto de baño al final del pasillo y entré a lavarme la cara. 

"Esto no puede estar pasando", pensaba. Pero sí, estaba pasando. Entonces alguien abrió la puerta. Era el chico del pasillo. 

—Eh, creo que te has equivocado — dije. Él se dio la vuelta y me miró. Esta vez no sonreía. 

—Quizás te hayas equivocado tú.

—¿Perdona...? Creo que no te entiendo — entonces él se acercó a mí.

 Retrocedí hasta darme de espaldas contra la pared. Él seguía acercándose y yo seguía atrapada. "Grita, imbécil, grita." Pero no salió ningún sonido de mi boca. Me cogió de las muñecas. 

—Ahora tú te vas a calmar, y me vas a dar lo que quiero — me susurró al oído.

—¿Darte qué?

—No hagas como si no supieras de lo que te estoy hablando.

—Pero es que no sé de lo que me estás hablando — gemí.

El me apretó las muñecas con más fuerza.

—Si no me lo das voluntariamente, tendré que hacerte daño. 

Noté cómo empezaba a llorar. ¿Qué quería de mí? 

 Intenté liberarme, pero fue inútil. Yo seguía llorando y el cada vez me apretaba más fuerte. Empecé a notar calor, mucho calor. 

—Muy bien, como tú quieras....

Entonces conseguí gritar. O eso creí yo. Porque quien en realidad gritaba era él. Estaba envuelto en llamas. 

Sombras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora