Capítulo 7.

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Me desperté cuando los rayos de luz de la mañana me dieron el cara. Miré a mi alrededor, desubicada. Estaba en la habitación 224, en una de los asientos con la cabeza recostada en el hombro de mi padre. Y ahí, en la cama que había en el centro estaba mi madre. Me puse de pie y me dirigí hacia el baño. Entonces recordé lo que pasó la última vez que fui a ese mismo baño en ese mismo pasillo. Pero por suerte aquella vez no hubo ningún acosador loco para hacerme daño. Me lavé la cara y bajé a comprar algo de las máquinas. Cuando estaba metiendo el dinero en la máquina, unos brazos me rodearon. Me sobresalté.

—¡Eh, que soy yo! — dijo Alice haciéndose la ofendida.

Detrás estaba Daniel con una sonrisa socarrona.

—Venimos a sacarte de aquí — anunció —. Esto de estar tanto tiempo en el hospital no le puede sentar bien a nadie. Excepto a los enfermos, claro...

Sonreí. Por fin algo que me alegrase el día.

—Chicos, esperadme aquí, tengo que ir a avisar a mi padre.

Subí corriendo las escaleras para volver a la habitación número 224. Allí estaba mi padre, que seguía dormido. Cogí un bolígrafo y le dejé una nota para que no se preocupase, así que me puse la chaqueta y volví a bajar con mis amigos. Fuimos a la entrada del hospital y montamos en el coche de Daniel.

—Podemos ir a mi casa, antes, ¿no? Todavía tengo el móvil allí.

—A sus órdenes — y diciendo esto Daniel arrancó el motor.

Cuando llegamos a casa subimos los tres. Esta vez no estaba Ezra a la vista, por suerte. Busqué mi móvil entre los cojines del sofá, debajo de la mesa, por el suelo, pero no lo encontré. ¿Dónde lo había dejado? Si ni siquiera me moví del salón.

—Espera, que te llamo para que suene — Alice buscó mi número en la agenda y realizó la llamada. Un pitido, dos, tres...

Y oímos el "bip-bip" de mi móvil, pero no en el salón. El ruido salía de mi habitación. Nos quedamos los tres con los ojos como platos, ¿cómo era posible? Nos acercamos poco a poco a la puerta con sigilo. Daniel encabezaba la fila. Abrió la puerta de un porrazo esperando encontrar otra vez al acosador del pueblo, pero no, allí no había nadie. Pero todo estaba patas arriba. Las puertas de los armarios colgaban de una sola de las visagras y el interior estaba desparramado por el suelo, todos los cajones estaban abiertos y vacíos, los libros que antes llenaban las estanterías ahora estaban por todos lados y con las páginas arrancadas, la ropa estaba hecha jirones... En resumen, todas las cosas materiales que me importaban estaban o destruidas o en pésimo estado.

—¿Pero qué...? — dije cogiendo el móvil de debajo de la cama.

Me lo metí en el bolsillo restándole importancia. De repente mi móvil me daba igual. Lo único que quería era saber quién y por qué había hecho eso con todas mis cosas. Alice y Daniel estaban tan confundidos como yo, se miraban entre ellos con gesto interrogante. Era como si hubiesen venido buscando algo y al no encontrarlo se hubiesen enfadado. Era horrible.

De repente otro "bip-bip" sonó. Mis amigos me miraron con curiosidad. Alice ya había colgado hacia rato. Cogí el móvil y miré la pantalla. Tres mensajes. El primero decía algo así: "Mi paciencia se está agotando, niñata".

El segundo, recibido esa misma noche, era algo así: "Tienes dos opciones, o me das lo que quiero, o lo cojo yo. Y no me quedaré a medias, te lo aseguro."

Y el último, hace apenas unos segundos "¿Has visto ya de lo que soy capaz? Pues seguiré destrozando tu vida a no ser que me devuelvas la mía. Y no creo que tu amiguito el cachas esté siempre para protegerte."

Miré atónita la pantalla. ¿Qué era eso de que le devolviese su vida? ¿Mi amiguito el cachas? ¿Había sido Ezra? El semblante de Daniel se tornó sombrío.

—Mierda, — masculló entre dientes — mierda, mierda, mierda.

—¿Eh, qué es lo que pasa? — dijo Alice. Le pasé el móvil para que leyese los mensajes y se quedó igual que yo. Pero no parecía tan sorprendida.

—Daniel, ¿qué es todo esto? ¿El tío ese también está con tu bromita de las sombras? Una cosa es querer asustarme, pero...

Alice me puso un dedo sobre los labios. Tenía los ojos llorosos. En ese momento me sentí estúpida. Parecía que ellos dos sabían algo que o no me querían contar o era demasiado tonta para entender. Ay, ojalá hubiese sido eso. Ojalá.

Daniel se puso en pie.

—No te he mentido con lo de las sombras, Kate — dijo él mientras Alice asentía.

Me quedé desconcertada. ¿Alice también? ¿Pero no había sido ella la que se había enfadado por eso mismo?

—Mira, Alice, yo tampoco lo creía — dijo mientras sacaba un cuchillo del bolsillo trasero del pantalón de Daniel — pero él me ha demostrado que es real.

Con el cuchillo en alto, lo lanzó con impetú al pecho de Daniel sin inmutarse. Grité. Pero no ocurrió nada, Daniel se lo quitó con normalidad.

—Sorprendida, ¿eh? — dijo sonriente.

¿Alice estaba loca? Quizás. ¿Daniel era inmortal, una sombra, o lo que fuese? Posiblemente. ¿Nada tenía ningún sentido? Segurísimo.

—Pero todavía hay algo que no entiendo — dijo Alice oscureciendo su expresión —. ¿Qué es lo que quiere el tío ese?

—Estaba a punto de explicárselo a Kate antes de que la llamase su padre — dijo Daniel.

Otra vez estábamos en el salón, como ayer. Los tres entorno a la mesa. Daniel otra vez tenía mucho que explicar. Otra vez estaba aterrada. Otra vez Alice parecía enfadada. Demasiadas emociones para dos días seguidos. Noté como Daniel parecía nervioso. Pero más que el otro día. No paraba de pestañear y morderse las uñas.

—¿Y bien? — dije, para comenzar —. ¿Qué es lo que quiere Ezra de mí?

Daniel se removió en su asiento.

—Solo es una suposición, podría ser otra cosa — contestó Daniel — quizás esté equivocado, porque...

—Ve al grano — cortó Alice molesta.

Daniel me miró como nunca antes me había mirado. Me miró con pena, como si fuese una bola de cristal en una tienda de bates de béisbol, me miró como si fuese a romperme en mil pedazos en cualquier momento.

—Creo... Creo que quiere tu corazón.

Sombras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora