Capítulo 17.

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Víctor entró en el autobús con naturalidad, pagó su billete como haría cualquier otra persona y se dio la vuelta. Él sabía que yo estaría aquí. Sus ojos recorrieron los asientos uno por uno hasta que nuestras miradas se cruzaron. Entonces él sonrió con satisfacción y caminó hasta llegar a mi lado. Era inútil intentar huir dentro de un autobús, así que me limité a agachar la cabeza y a apretar los puños.

—¿Qué hace una chica como tú en un bus como este? — dijo mientras se sentaba.

Noté como la vergüenza me subía por el rostro. Al fin y al cabo, no hacía tanto tiempo que me había besado a cambio de su ayuda. Intenté no dar la apariencia de niña pequeña que seguramente estaba dando en ese momento, aflojé la presión de mis puños y le miré descaradamente.

—Supongo que esperar a un chico como tú.

Él respondió con una carcajada y se sentó a mi lado. Quería algo, lo intuía. No parecía el tipo de personas que se sienta a tu lado simplemente por el placer de conversar. Noté que me miraba mientras yo fingía que respondía a un mensaje de texto imaginario. Cuando empecé a alargar demasiado mi actuación, bloqueé el móvio y volví a hablarle.

—¿Y bien?

—¿Y bien qué? — respondió con una media sonrisa.

—Dime qué quieres — dije tajante —. Y si lo que quieres es otro beso, mejor ni te molestes.

Otra vez respondió con una sonora carcajada que atrajo la mirada de algunos curiosos. La verdad, es que es normal que le mirasen: llevaba puesto un traje completamente blanco con una camisa naranja fluorescente. Naranja. Fluorescente. Podría iluminar la ciudad entera con su alegre atuendo.

—Por desgracia para ti, no quiero otro beso. Quiero tu ayuda.

—¿Ayuda? — repetí sorprendida — ¿De qué manera podría ayudarte yo a ti? 

La expresión de su cara cambió. Se volvió seria, más seria de lo que jamás pensé que pudiese estar Víctor. Pero ahí estaba, serio, y fluorescente.

—Podrías ayudarme más de lo que crees — dijo —. Pero deberías callarte para ti misma todo lo que te diga. ¿Vale? Luego ya decidirás si aceptas o no.

Me mordí el labio. No perdía nada por escuchar.

—De acuerdo.

Víctor suspiró.

—Quiero que seas mi ladrona — dijo —. Quiero que vayas al apartamento de Ezra y le robes algo que me pertenece.

Aquello me pilló por sorpresa. La verdad, supuse que conocería a Ezra (¿quién no lo hacía?), pero aquello de que él le hubiera robado algo era tan... raro. ¿Qué pasaba, que Ezra era el matón en el mundo de las sombras o cómo va ésto?

—No — fue mi primera respuesta —. Bueno, quizás. No. Definitivamente no. Pero espera, ¿qué te hace pensar que querría ayudarte? ¿Qué ganaría yo? — tenía curiosidad, no lo niego.

—Ganarías poder investigar — contestó —. El mundo social de las sombras es bastante popular, y Ezra tiene un puesto bastante importante en la mayoría de los rumores. Hay quien dice que acosa a una adolescente llamada Kate... ¿No la conocerás verdad?

Suspiré. El pequeño rayo de sol que había supuesto el despertar de mi madre se estaba viendo amenazado por nubarrones. Por nubarrones oscuros, muy oscuros. Se avecinaba tormenta.

—Vale. Quizás Ezra y yo tengamos algún que otro asunto sin resolver. Pero, ¿por qué no vas a robar tú? Quizás te sorprenda, pero aunque me apasione besar a desconocidos robar no entra en mi lista de prioridades.

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