Capítulo 5.

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—Daniel, me tengo que ir — dije. No quería irme, quería seguir escuchando todo lo que me tenía que decir y resolver las dudas que aún seguían ahí. Pero mi madre estaba en el hospital, y no podía dejarla ni a ella ni a mi padre.

Daniel me miró comprendiendo. Menos mal que él sabía lo del hospital. Cogió su chaqueta, yo la mía, y salimos por la puerta, ya que al fin y al cabo, estábamos en mi casa. Cuando llegamos al portal vi el coche de Daniel aparcado en la acera de enfrente.

—¿Quieres que te lleve, o la princesa prefiere ir en un magnífico autobús como el otro día? — preguntó con una sonrisa.

Era curioso. Parecía que todo lo que había pasado hace apenas unas horas no había ocurrido nunca. Que no nos había hablado de las "sombras", o lo que fuesen. Parecía que un tipo loco llamado Ezra no había irrumpido en mi casa poniéndolo todo patas arriba. Esa tranquilidad que transmitía Daniel en ese momento, me reconfortó por unos momentos.

—Bueno, la princesa esta vez prefiere tener chófer — contesté sonriendo.

Cruzamos a la otra acera. Él abrió la puerta del copiloto haciendo una exagerada reverencia.

—Como guste, señora.

Me senté mientras que Dani entraba por la otra puerta y se acomodaba en el otro asiento. Arrancó el motor y empezó a conducir en dirección al hospital.

En ese mismo momento, en otra parte de la ciudad.

Alice estaba enfadada. O cansada. O simplemente loca. O quizás todo a la vez. Se estaba empezando a cansar de Daniel. Un tío loco había entrado en casa de Kate por la fuerza y él como toda explicación se inventaba historias de inmortales o de cosas así. Vale, Daniel las había liberado del tío ese raro que se llamaba Ezra, pero eso no era excusa para tratarla como si fuese tonta. Suspiró. Quizás todo fuese más fácil si no quisiera a Dani. O si él sintiera lo mismo.

Ella iba caminando por una calle amplia aunque extrañamente vacía y silenciosa. Un buen lugar para pensar. Fue dándole patadas a una pequeña lata de refresco que alguien habría tirado en el suelo. Realmente no sabía a dónde iba, pero no quería volver a casa con sus padres para que empezaran a gritarla. No quería volver con Daniel y Kate. ¿Y ahora, entonces, qué?

Dio media vuelta para ir a algún sitio en el que hubiese más gente. Estaba empezando a sentirse muy sola. Al doblar la esquina vio una alegre cafetería que no estaba muy llena. Se sentó en una mesa de la terraza y esperó a que la tomasen nota. Pero entonces se dio cuenta de que alguien la miraba. Era un moreno, de pelo largo y hojos marrones. Era el chico. El mismo que había entrado en casa de su mejor amiga y las había retenido. Se levantó de un salto de la silla y empezó a correr tan rápido como pudo.

Ezra se limitó a sonreír con maldad.

Alice cogió el móvil mientras corría por unas calles que eran desconocidas para ella. Llamó a Kate: un pitido, dos, tres... Y el buzón de voz.

En ese momento, en el hospital.

Daniel y yo habíamos llegado al hospital hacía ya casi media hora y todavía no sabíamos nada ni de mi padre ni de mi madre. Genial.

—¿Y si llamas a tu padre? — propuso Daniel.

—Buena idea — dije mientras me llevaba la mano al bolsillo para coger mi móvil. Pero allí no estaba —mierda, me lo he dejado en casa.

—Yo no tengo batería — dijo Daniel mientras me enseñó la pantalla apagada de su móvil.

Por suerte en ese momento vi bajar a mi padre por las escaleras buscándome con la mirada. Cuando me vio corrió hacia mí para abrazarme.

—¿Dónde estabas? Estaba preocupado. Llevo aquí mucho tiempo y no te he visto el pelo, además, te he llamado más de diez veces — añadió.

—Me he quedado el móvil en casa — expliqué.

Él se limitó a asentir y me cogió de la mano para llevarme a la habitación en la que estaba mi madre. Me despedí de Daniel agitando la mano que tenía libre y seguí a mi padre. Entramos en la habitación 224 abriendo la puerta con cuidado de no hacer ruido. Y allí estaba mi madre, tumbada en la cama, solo que esta vez había más cables que salían de ella. Miré a mi padre alarmada. Por toda respuesta el se sentó en una de las sillas y hundió la cara en las manos.

—Ha... empeorado, mi niña. Está muy grave — dijo con la boca seca.

Entonces me culpé por todo lo sucedido en las últimas horas. Por preocuparme más de un estúpido acosador, de unas estúpidas sombras, que de mi madre. Le cogí la mano y noté como las lágrimas me empezaban a resbalar por las mejillas. Tenía que ser fuerte. Por mi padre. Por mí. Por mi madre. Y así pasamos casi dos horas, mi padre sentado con la mirada más triste que le había visto jamás y yo agarrándome a mí madre como si así pudiese darle mis fuerzas.

No muy lejos, mi mejor amiga corría detrás de Ezra. ¿Le había despistado? ¿O es que acaso esta vez no se había dignado ni siquiera a perseguirla? Alice paró en seco a coger aire. Empezó a caminar con normalidad, estando alerta mirando a ambos lados cada dos segundos. Se relajó un poco. Y mientras unos ojos marrones la observaban, listos para atacar en cuanto ella estuviese un poco desprevenida.

Cuando Alice llegó a una calle que conocía puso rumbo a su casa. Prefería estar en casa que en la calle con un tío super raro siguiéndola. Fue caminando con normalidad hasta que llego a un cruce. Se dirigió al otro lado de la acera cuando oyó un pitido. ¿Ezra? No, no era Ezra. Era otro chico. Su chico.

Daniel la miraba desde el asiento del coche.

—Te llevo, ¿imbécil? — preguntó sonriendo.

Alice levantó el dedo corazón como toda respuesta, mientras que se sentaba al lado de Daniel. El coche cruzó las calles mientras que Ezra maldecía a ese estúpido de Gabriel...

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