Prólogo.

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—¿Ahora la culpa es mía?

—La culpa siempre es tuya.

—Oh, perdona que no todos queramos ser como tú.

—No todos pueden.

—¿Podéis parar de discutir? — dije cansada.

Me estaba empezando a cansar de repetir la misma escena una y otra vez. Gracias a los que eran mis dos mejores amigos habíamos atraído la atención de toda la cafetería. Genial, otra vez. Siempre que íbamos a un restaurante, bar, o lo que sea, acababan montando una escena. Eran como un par de niños pequeños, en cierto modo. Aunque los niños pequeños se comportan mejor normalmente.

Me levanté de mi silla, dejé un billete sobre la mesa para pagar el café y empecé a andar hacia la puerta.

—Eh, ¿adónde crees que vas? Tendrás que perdonar a Daniel que sea tan estúpido, me saca de mis casillas.

—En realidad me quieres — dijo Daniel.

—Sí. Te quiero ver lejos de mí — contestó sarcásticamente Alice.

Otra vez empezaban. Pasé por el mostrador para pagar y salí a la calle. El calor abrasador me golpeó en la cara. Sentía como me iba derritiendo a medida que avanzaba hasta mi casa mientras oía discutir detrás a Alice y Daniel. Ya no podía más.

—Mirad chicos, me voy casa. Me he cansado de oíros discutir. Llamadme cuando hayáis resuelto vuestros problemas, si es que termináis antes de que tengáis ochenta años, ¿vale?

Y dicho esto, seguí calle arriba hasta llegar a mi edificio. Como siempre, la puerta estaba abierta. Como siempre, el ascensor estaba averiado. Y como siempre, cuando abrí la puerta de mi casa no había nadie.

Me desplomé en el sofá, agotada. Era la primera semana de vacaciones. Y ya me moría de aburrimiento. Es lo que pasa con las vacaciones: te pasas todo el curso esperándolas y luego no sabes qué hacer con ellas.

De repente oí un "bip-bip". Hurgué en mi bolso hasta dar con el móvil.

 "Eh, Kate, siento mucho lo del bar. Prometo que no se volverá a repetir. ¿Quedamos esta noche para ir a cenar? Te juro que no llamaremos más la atención (porque no le diremos nada a Daniel). -A."

Y por supuesto, ahí estaba Alice otra vez disculpándose por lo que había montado con Daniel. Vaya novedad. Al fin y al cabo, era mi amiga y tenía que perdonarla. Porque me quería y yo la quería. O al menos me intentaba convencer a mí misma de ello.

Escuché el sonido de la llave al girar en la cerradura.

—¿Hola?

—Hooola — grité mientras me levantaba del sofá para saludarle.

—¿Cómo está mi niña?

—Te he dicho mil veces que no me llames "mi niña".

—Precisamente por eso te llamo así.

Aunque me sorprendió que llegase tan pronto a casa, no dije nada. Me limité a sonreír y seguirle hasta la cocina.

—Mmm... Veamos, ¿qué prefieres hoy, comida china o tailandesa?

—Creo que me decantaré por comida china.

—Buena elección. Ves llamando mientras me pongo un poco presentable.

Me dirigí a coger otra vez mi móvil. Entonces oí que el de mi padre sonaba desde su maletín. Lo cogí y lo abrí. Era un número desconocido para mí.

—¿Hola? — dije, esperando una contestación al otro lado de la línea.

—¿Eres Martin? — dijo una voz alarmada —. Escucha, tengo algo que decirte, tu esposa ha sufrido un accidente, la acabamos de ingresar en el hospital y...

Y entonces dejé de escuchar.

Sombras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora