Alice estaba sentada con las piernas cruzadas en la cama de aspecto barroco que se encontraba en el centro de la habitación, nada más abrir la puerta. Un dosel exquisitamente bordado decoraba la cama. En realidad, en la habitación no había apenas nada más. Un sofá del mismo aspecto de la cama, con el mismo motivo bordado que el dosel de la cama, y una pequeña mesita sobre la que descansaban un par de libros antiguos junto a una tetera y una taza de té caliente, o al menos eso parecía por el humillo que salía de él. En apariencia, Alice estaba bien. Ningún rasguño, ningún moratón... nada. Me alegré por ella, pero no sé, esperaba que estuviera atada esperando a ser sacrificada. De acuerdo, he visto muchas películas.
—¡Alice! — dije mientras corría a abrazarla. Ella me devolvió el abrazo, pero noté que temblaba un poco. — ¿Estás bien?
—Sí — dijo no muy convencida. —Solo sé que estoy — bostezó — muy cansada. Y diciendo ésto, se acurrucó en el hombro de Daniel, que estaba sentado en la cama junto a ella; y cerró los ojos.
—¡No es momento para siestas! — dijo Daniel mientras se apartaba, lo que hizo que Alice se cayera soltando un quejido.
—¿Qué ha pasado? Quiero decir... ¿qué haces aquí? ¿Por qué no sales sin más? — pregunté mientras ayudábamos a levantarla. — Creo que la han drogado — dije dirigiéndome a Daniel.
Alice rió.
—¿Acaso crees que no he intentado salir sin más? Claro, Alice es tonta y no ha intentado girar el pomo de la puerta. Claro. — Mientras que ella se hacía la víctima, yo me dirigí a abrir la puerta, pero noté que el pomo me ardía en la mano y lo solté alarmada. En cambio, Daniel hizo lo mismo y abrió la puerta sin dificultad, como si no notase lo que había sentido yo hace unos segundos antes.
—Solo para sombras — dijo sonriente como toda respuesta. Le contesté con una mirada de odio.
Salimos mientras Alice se agarraba a nuestros hombros como si le pasara algo en las piernas. Pero no, ella decía que lo único que le pasaba era que estaba cansada. Recé para que fuera verdad y mi amiga no hubiera sufrido ningún daño. Así que volvimos a dar paso a la habitación llena de sofás, estanterías y mesas, pero había algo diferente: la pareja de niños pequeños que hace nada lloraban desconsoladamente no estaba allí. Bueno, no estaba donde los habíamos dejado, porque en cuanto dimos un paso, se abalanzaron sobre nosotros. La niña era un poco más bajita que el hermano, muy delgada, con unas marcadas ojeras y blanca como el papel, con un pelo negro que contrastaba en comparación de su piel. El hermano era exactamente igual pero con el pelo corto, y ambos llevaban una especie de uniforme escolar. Nos pillaron por sorpresa y soltamos a Alice, así que esta, sorprendida, tropezó, pero antes de caer se apoyó en la pared. La niña me cogió de los brazos y me los puso contra la espalda, de manera que con un ligero movimiento me hizo retorcerme de dolor y caí al suelo. La caída la pilló un poco por sorpresa, por lo que pude levantarme y ponerme en guardia. Mientras tanto, Daniel se veía acorralado por el muchacho, que no habría logrado reducirle, por lo que supuse que no quería hacerle daño al chaval. Pero (y lo siento mucho) yo no me iba a andar con miramientos con la chica. Ella me lanzó un puñetazo, lo esquivé y le cogí el puño en el aire. En un acto reflejo, me lanzó la otra mano e hice lo mismo que con la otra. Ahora era yo quien la tenía cogida, así que me moví hacia delante obligándola a retroceder y la puse contra la pared. Giré la cabeza un momento para ver a Daniel, que ayudado de Alice habían cogido al chico y le estaban trayendo hacía mí y la chica. Cuando estuvimos los cinco juntos, pregunté:
—¿QUIÉNES SOIS? ¿ES QUE ESTÁIS LOCOS? — estaba gritando sin apenas darme cuenta. Ellos, por toda respuesta, me miraron con odio.
—Creo que la mejor pregunta es "¿cuánto cobráis?" — dijo Daniel. —Trabajáis para Ezra, ¿verdad?
Entonces me fijé en que tenían en el cuello la misma marca que Ezra había dejado en mi coche: una serpiente alrededor de un diamante. Me recorrió un escalofrío, la marca parecía quemada en su piel. Tenía que haber dolido. Mucho. Entonces el chico habló:
—Ja, ja, ja. Qué gracioso. Cobrar dice. Si cobrásemos por ésto no nos habríamos dejado atrapar tan fácilmente.
Los tres le miramos atónitos.
—Entonces, ¿trabajáis para Ezra, no? — y dando a mostrar los niños que en realidad eran, nos sacaron la lengua.
—Escuchadme, os vamos a soltar, pero tenéis que prometer que no vais a hacernos daño.
Seguían sin responder. Daniel suspiró.
—No os vamos a saltar si no nos prometéis que os vais a calmar, ¿vale? Ahora vamos a soltaros... — dijo mientras iba aflojando las manos — ...despacio...
En cuanto los dos estuvieron libres, el chico, dio una patada en... bueno, ya sabéis, ese sitio que le duele tanto a los chicos. Digámoslo de forma culta: en la entrepierna. Daniel se llevó las manos en forma de protección pero ya era demasiado tarde, así que cayó al suelo de puro dolor. Los dos hermanos corrieron al pasillo por el que habíamos entrado nosotros cuando les vimos por primera vez. Era inútil perseguirlos, así que me agaché a ver cómo estaba Daniel.
—Han encontrado tu punto débil, ¿eh? — dije. El cambió su mueca de dolor por una sonrisa.
En otro lugar de la ciudad, unas horas despu
Era un callejón oscuro, el típico que sale en las películas que acaba en una pared de ladrillos sucios con un montón de papeleras llenas de desperdicios y las ratas correteando por todas partes, haciendo montones de ruidos que con la oscuridad de la noche hasta parecían siniestros. En la pared había dos chicos de unos seis años blancos como la leche con el pelo muy negro, que parecían asustados, muy asustados. Se abrazaban el uno al otro y lloraban desconsoladamente. Entonces, una sombra inundó el callejón (y nunca mejor dicho). Ezra se encontraba allí, con una daga en la mano. A simple vista parecía una daga normal, ni siquiera tenía una empuñadura bonita. Pero de ella emanaba un halo luminoso, de un ligero color blanco. Aunque no parecía nada especial, nada más verla daba miedo. Parecía que tuviese vida propia. Ezra avanzó por el callejón en dirección a la pareja de niños del fondo. La poca luz que había hacía aún más siniestro el callejón. Los pasos de Ezra sonaban contra el suelo, y los niños lloraban más y más.
—Ed, Ed, Ed. ¿Cómo has podido hacerlo? — dijo Ezra. —¿Cómo has podido fallar a tu hermana? — dijo con un tono triste que no transmitía ningún tipo de tristeza, sino más bien, sarcasmo.
El chico que al parecer se llamaba Ed, se enjuagó las lágrimas y armándose de un valor que no tenía, dijo:
—Dé-déjala. ¿Qué má-as te da? Yo so-y mejor, có-geme a mí. Sabes que — se sorbió los mocos — es lo-lo mismo-mo.
Ezra sonrió perversamente.
—Ah, pero entonces no sería divertido — y diciendo esto, cogió a la niña de al lado de su hermano, y ésta gritó. Tenía miedo, mucho miedo, y notaba la daga de Ezra debajo de su cuello. Pero no le miraba a él, miraba a su hermano.
—¡NO! — gritó Ed — ¡¿Cógeme a mí?! ¡MALDITO E INSACIABLE CERDO, QUÉ MAS TE DARÁ, JODER! — eran unas palabras muy fuertes para alguien de su edad. Bueno, teniendo en cuenta que murieron hace treinta años, quizás no tanto.
La chica dejó de gritar por un momento y llorando, dijo:
—Ed, como tú has dicho, da igual. Te quiero. Y no te preocupes — dijo intentando alargar la mano que no estaba retenida por Ezra — te quiero.
Ed la miró con cariño entre las lágrimas.
—Te quiero.
Y mientras que ellos intercambiaban sus últimas palabras, Ezra clavó la daga en garganta de la niña. Ed se llevó las manos a la garganta, como si la puñalada la hubiese recibido él. Sin embargo, ninguno de los dos sangró. Ezra dejó caer a la chica, que, con las pocas fuerzas que la quedaban se acercó a su hermano. Y entonces, se desvanecieron. Así sin más. Como si nunca hubiesen existido. Sin rastro de sangre ni nada que indicase que habían sido fríamente asesinados. Nada.
Sin embargo, Ezra no estaba feliz. No había sido una muerte violenta. Incluso se había puesto sentimental al final. No había sido como él quería. Irritado por el vuelco de sentimientos de los hermanos, frunció el ceño y caminó para salir del callejón mientras se camuflaba con las sombras de la ciudad.
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Sombras.
Teen FictionCuando el mundo de Kate se desmorona en pedazos, las sombras entran en él. Entonces descubre que la muerte no es tan sencilla como ella creía, y que las sombras, unos seres inmortales, quieren algo que ella tiene a toda costa. Algo que es irreemplaz...