Capítulo 12.

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Es curioso como hay algunos abrazos que sirven más que miles de palabras de consuelo. En mi caso, éste fue uno de ellos. Después de darme cuenta de que Alice no estaba allí, fue como si el mundo se me viniese abajo. No podía dejar de culparme, ya que al fin y al cabo, si había acabado donde había acabado era por mi culpa. Ella no tenía nada que ver con ésto, y sin embargo, era quién más caro lo había pagado. Me separé de Daniel y me tapé la cara para que no me viera llorar. Odio que me vean llorar. El se sentó a mi lado en el suelo y comenzó a hablar. 

—Kate, no lo te pongas así. Siendo positivos, seguramente Ezra la utilice como cebo. Quiero decir, él sabe que es un rehén demasiado valioso como para dejarla escapar.

Escuché sus palabras. Algo dentro de mí me decía que eran ciertas, pero estaba demasiado asustada como para hacerle caso. Lo único que quería hacer en ese momento era llorar, llorar y llorar. Daniel se levantó y me tendió una mano. Le miré. Si él estaba dispuesto a seguir adelante, yo no iba a ser menos, así que el cogí de la mano y me levanté. Una vez que estaba enfrente suya, me dio otro abrazo, pero esta vez fue diferente. El otro era un abrazo de consuelo, este era más de "vamos a conseguirlo". No sé si me explico. Me levanté y andamos por el corredor hasta el ascensor por el que habíamos subido hace menos de una hora. Una vez dentro, me giré para ver el destrozo que habíamos causado — o más bien el que no habíamos causado. Es decir, no había nada. Nada de lo que habíamos hecho. Nada de quemaduras en las paredes, nada de puertas rotas, nada. Todo estaba exactamente igual que antes de que llegásemos. Un escalofrío me recorrió la espalda. Supuse que tendría que empezar a acostumbrarme a esas cosas. El ascensor llegó abajo y salimos por la puerta.

El coche se encontraba donde le habíamos dejado. Abrimos las puertas y me senté, pero en seguida me levanté: notaba el asiento caliente. Y claro que lo estaba, había una especie de marca que parecía grabada a fuego, como de una serpiente alrededor de un diamante.

—¿Qué significa ésto? — pregunté alarmada a Daniel.

—Es su marca — masculló.

—¿Perdona? ¿Su marca? — dije desconcertada.

—Sí — suspiró —. Su marca. Su símbolo de identidad. Es como la "Z" del zorro. Sólo que esta tiene un significado y algo bastante poderoso.

—¿A qué te refieres? 

—Me refiero a que mientras el coche tenga esta marca es más seguro que no nos subamos en él — y diciendo esto cerró la puerta y echó la llave.

—¿Por qué? ¿No basta con cambiar la tapicería? — dije sarcásticamente, tratando de ocultar el miedo.

Daniel se limitó a echarme una mirada que decía que no estaba para bromas. Comenzó a andar y yo fui detrás suya. No sabía adónde íbamos, pero cualquier cosa me parecía mejor ahora mismo que quedarme cerca de "el coche maldito". No andamos mucho. Daniel se paró delante de un pub de mala muerte que parecía sacado de una peli de marineros. Abrió la puerta y con un gesto de la mano me invitó a entrar.

Curiosamente, esperaba que me sorprendiera por dentro, en plan, de que fuera un elegante sitio lleno de lámparas de araña y muebles acabados en dorado. Pero no, tenía exactamente el aspecto que esperaría cualquiera de ese sitio: mesas con sillones que algún día habrían sido rojos, mala iluminación y una panda de gordos borrachos que descansaban en unos taburetes que eran infinitamente más pequeños que el tamaño de su trasero.

—¿Qué hacemos aquí? — pregunté.

Daniel me mandó callar y se sentó en la barra. Hice lo mismo y me senté a su lado. Esperamos a que el camarero, un hombre lleno de tatuajes y con un bigote mal recortado, nos atendiera. Pedí un café descafeinado y Daniel whisky. El camarero asintió y se fue.

—¿Whisky? ¡Tienes dieciséis años!

—En realidad, si te paras a pensarlo, tengo mucho más de dieciséis — dijo sonriente.

Y no le faltaba razón. Me fijé en nuestros compañeros. El de mi derecha era el prototipo mencionado anteriormente, sin embargo; el que estaba a cinco taburetes de Daniel contrastaba bastante. Era un chico de unos 25 años, vestido con un traje perfectamente planchado. ¿Quién va así vestido a un pub como aquel? Nos observó desde el otro lado de la barra, y cuando nuestras miradas se cruzaron bajé la cabeza avergonzada. El sonrió y se levantó. Se sentó al lado de Daniel.

—Hoy hace un día precioso, ¿no, Gabriel? — dijo. Daniel levantó la cabeza de su vaso y miró al chico. Se dieron la mano.

—Pues sí, Víctor, sí que lo hace. Te presento a mi amiga Kate. Está teniendo una serie de problemas con nuestro viejo amigo Ezra — explicó.

—Uh, mal asunto — dijo mientras me cogía la mano para besármela. Me ruboricé. Parecía del siglo XIV con esos modales —. Y supongo que no habréis venido a mi asqueroso pub por diversión, ¿me equivoco? — volviendo a Daniel.

—No, no te equivocas. Tenemos un problema. Fuimos a hacerle una visita a Angus, pero nos dio una dirección equivocada. El hotel Blackbird, ¿lo conoces? — Víctor asintió.

—Sí, lo conozco. Y no estaba equivocado. Ezra reside a veces de vez en cuando allí. Supongo que cuando os dijo la dirección estaba en ese momento allí — se encogió de hombros. 

—¿Y por casualidad, tú no sabrás donde se encuentra realmente, verdad? — dijo Daniel con un tono un tanto irritado.

Víctor sonrió con una sonrisa que le iluminó toda la cara. 

—Claro que lo sé.

Daniel suspiró.

—¿Qué quieres?

Víctor me señaló y dijo: —Un beso. Un beso suyo.

Me quedé con la boca abierta. Habían secuestrado a mi mejor amiga. Lo que menos me apetecía en ese momento era besar a aquel tipo que acaba de conocer. Daniel me miró con un brillo de tristeza en los ojos.

—Si no quieres, da igual, le encontraremos por nuestros medios.

Pensé. Era un beso, total, no iba a ser el primero. Además, así encontraría a mi amiga. No es que me hiciera especial ilusión, pero bueno. Por Alice.

—Lo haré.

Víctor se levantó de su asiento, aún con su sonrisa en la cara. Se acercó a mí, me cogió de una mano y me hizo levantarme. Acercó mi cuerpo al suyo y agachó la cabeza hasta que nuestros labios se acercaron. La verdad, no estuvo nada mal. Me gustó incluso. No fue un beso muy largo, pero me gustó. Noté como con suavidad iba moviendo la boca mientras me agarraba de la cintura. Era cálido, sencillo y a la vez extraordinariamente romántica. De repente, el paró en seco y se separó de mí. Recuperó su sonrisa en la cara y dijo:

—¿Vamos? Yo os llevo.

Y diciendo esto salió por la puerta del pub, dejándonos a Daniel y a mí plantados mientras que nos apresurábamos a seguirle. 

Sombras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora