Aquel hombre nos sonrió. Le estudié con la mirada. Tenía el pelo canoso, pero se notaba que era fuerte, y que sus músculos estaban trabajados bajo la camisa blanca que llevaba arremangada por los codos. Su expresión era afable, pero había algo en él que me inquietaba. Entonces recordé de qué le conocía. Era ese hombre, aquel que había parado a Ezra cuando me llevaba entre la multitud de la fiesta de las sombras. Era ese hombre. Sus palabras resonaron en mi mente, claras: "Creo haber encontrado a la chica, se llama...". Ese hombre había estado buscando a alguien para Ezra. No, a alguien no, concretamente me había estado buscando a mí. Mi primer instinto fue correr, pero Nate pareció advertir me expresión alterada, pues me agarró del brazo y me acercó la boca al oído.
—Tranquila — susurró.
Aquella palabra tuvo un efecto relajante en mí. Bueno, más que relajante. Su voz fue como una droga. Noté como las sensaciones se me nublaban, como el cerebro se me embotaba. Lo único en lo que podía pensar es que todo, absolutamente todo lo que dijera o hiciese Nate estaría bien. Oh, dios, quería volver a escucharle. A él, a su voz. No quería, necesitaba volver a oírle.
—Cállate, y no hagas preguntas — dijo antes de separarse de mí.
Estaba triste, porque ya no le tenía cerca, ya no podía sentir su aliento sobre mi cuello. Pero no podía decir nada, porque él me lo había pedido. Y si él me lo pedía, estaba bien. Claro.
—Pasad, pasad.
Entre en un estado de inconsciencia en el que solo veía imágenes borrosas y me dejaba llevar por la casa. Sin embargo, duró poco. Entramos en una bonita salita con una mesita baja sobre la que estaba dispuesto un juego de té, con tres tazas ya llenas. Nada más sentarme, abrí mucho los ojos.
—¿Qué?
—Tranquila — dijo aquel hombre, sentándose enfrente de mí —. No te voy a hacer daño. Pero le pedí a tu amigo que me ayudara. Supuse que querrías escapar — y se encogió de hombros, como si aquello fuera la caso más normal del mundo.
Llegué al razonamiento de que la gente que te quiere hacer daño no te invita a té, así que cogí una taza y le lancé a Nata una mirada de odio (que él contestó con una sonrisa).
—¿Cómo has hecho eso? — pregunté mientras me llevaba la porcelana a la boca.
—Es mi poder. Mi magia. Como quieras llamarlo. ¿No lo leíste en el libro de las sombras?
Negué con la cabeza.
—Vaya, pues este es un buen momento para explicártelo — dijo él mirando a su "compañero".
En realidad, no me había fijado mucho en aquel tipo. Ni siquiera sabía cómo se llamaba.
—¿Y tú eres...?
—Chuck — me respondió.
—Tú estabas ayudando a Ezra — le acusé —. No me creo que no quieras nada de mí.
Mi respuesta le hizo reír.
—Oh, oh, al contrario. Le estaba alejando de ti.
—¿Eh?
Chuck se levantó.
—Voy a por unas galletitas — anunció —. Me encantan las galletitas...
Cuando salió por la puerta de la habitación, miré interrogante a Nate.
—¿Por qué me has traído aquí?
—Tú dijiste que querías respuestas. Y él, más que nadie, puede dártelas.
Bufé. Estaba cansada de las sombras. Parecía que todas tenían un complot para no hablar nunca, para nunca decir claramente que es lo que piensan y lo que quieren. Supongo que es parte de estar muerto, has de conservar ese halo de misterio. Aunque para mí era bastante difícil de soportarlo. Demasiadas preguntas y muy pocas (por decir algo) respuestas.

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Sombras.
Ficção AdolescenteCuando el mundo de Kate se desmorona en pedazos, las sombras entran en él. Entonces descubre que la muerte no es tan sencilla como ella creía, y que las sombras, unos seres inmortales, quieren algo que ella tiene a toda costa. Algo que es irreemplaz...