Caminamos por el sendero de gravilla que conducía a la puerta del "hospital", o lo que quiera que fuese aquel tétrico lugar. A medida que íbamos avanzando parecía que nuestros pies se iban adentrando más en el suelo. Quizás fuese por mí deseo de que nos tragase la tierra. Pero no pasó nada, serían imaginaciones mías (ojalá). Levanté la cabeza hacia la deteriorada fachada del edificio. Un cartel colgaba tristemente encima de la vieja puerta oxidada. «Hospital psiquiátrico Santa Teresa. Se ruega silencio.» Miré alarmada hacia Daniel. ¿Nos traía a un manicomio? ¡Vaya amigo que tenía! Él se limitó a mandarme callar llevándose el dedo índice a los labios. Cuando estuvimos en frente de la puerta, paramos. ¿Y ahora qué? ¿Llamábamos cortésmente a la puerta o entrábamos como quien no quiere la cosa? Pues no, nada de eso. Una mujer menuda, de pelo cano corto, vestida con una bata del blanco más impoluto que había visto nunca, salió a recibirnos.
—¿Venéis de visita? — preguntó alegremente. Parecía que no había muchas visitas por allí.
—Sí — dijo Daniel antes de que ninguna de las dos pudiesemos pensar una respuesta —. Venimos a visitar a nuestro tío Angus Price. Habitación 45 — finalizó con una sonrisa.
—Muy bien, os acompaño — respondió la mujer de la bata blanca.
Alice y yo nos quedamos con la boca abierta. No sabíamos que Daniel mintiese tan bien (aunque sabíamos que no se le daba nada mal engañar, pero tampoco así). Sin embargo, no dijimos nada. Sonreí complacida ante la inteligencia de mi amigo, aunque siguiera sin tener mucha idea de qué hacíamos en un hospital psquiátrico en ruinas buscando a una sombra que podría quedarse con nuestras vidas. Pero eso entonces no importaba. Seguimos a la mujer por un pasillo impolutamente blanco que contrastaba con el exterior del edificio. Quién iba a pensar que un lugar tan descuidado por fuera pudiese presentar semejante limpieza por dentro. Paramos cuando llegamos a la habitación que Daniel había nombrado hace un minuto, número 45. La enfermera nos abrió la puerta y pude ver una pequeña etiqueta encima de su pecho con el nombre "Maggie".
—Gracias por acompañarnos, Maggie — le dije con una sonrisa que ella devolvió. Se giró y volvió por el pasillo por el que nos había conducido.
Daniel empujó la puerta para entrar. La habitación era simple, una cama, una estantería vacía salvo por dos libros de cubiertas desgastadas y una pequeña mesa de escritorio con dos sillas en frente de una puerta que daba a una pequeña (muy, muy pequeña) terrraza. Aunque la habitación aparentemente estaba vacía, se distinguía una figuar a contraluz en la terraza. Al oírnos entrar corrió las cortinas a un lado y apareció un hombre de aspecto cuarentón, con una barba corta y unas canas incipientes en su morena cabellera. Se sorprendió al vernos, pero luego su mirada cayó sobre Daniel y su expresión cambió.
—Hace tiempo que no venías — dijo el hombre con los ojos iluminados.
—Sí, lo siento, he estado... un poco liado, Angus — carraspeó Daniel. Así que no mintió, conocía a un hombre en aquel hospital psiquiátrico —. Alice, Kate, os presento a Angus, él también es... bueno, ya sabéis, una sombra.
—Encantado, señoritas — dijo Angus mientras nos besaba las manos. Alice soltó una carcajada.
—¡Eh, que no estamos en la edad media!
Angus hizo una mueca mostrando su sonrisa parcialmente desdentada. Parecía que no era el tipo de hombre que te encuentras en un hospital psiquiátrico, sino más bien el que te vende el pan a la vuelta de la esquina.
—Bueno, no nos andaremos con rodeos, Angus — dijo Daniel impacientemente —. Venimos a preguntarte por alguien es especial.
Angus no dijo nada. Se limitó a sentarse en una de las sillas del escritorio.
—¿Quién? — preguntó.
—Ezra Duchannes — la expresión de Angus cambió radicalmente.
Parecía que sólo con oír el nombre del tío que me perseguía desde hace unos días el mundo se le hubiese caído a sus pies. Se levantó alarmado de la silla y comenzó a dar vueltas por la habitación murmurando entre dientes (ahora sí que parecía que había razones para que estuviese allí).
—No puedo ayudaros.
Daniel frunció el cejo.
—Sí. Sí puedes. Ezra no puede hacerte daño, ya no — dijo mientras cogía a Angus del brazo.
Él se volvió. Parecía tener lágrimas en los ojos. ¿Las sombras pueden llorar? ¿Pero qué tienen que perder? Daniel y Angus se miraban fijamente, como si estuviesen manteniendo una conversación que ninguna de las dos pudiésemos oír. Alice y yo nos miramos desconcertadas, queriendo saber las dos qué se suponía que estaban haciendo. Y así, Angus se desplomó otra vez en la silla.
—Está bien. Os ayudaré — dijo derrotado —. Pero ya sabes cuál es mi precio — Daniel sonrió.
—Ya lo traía preparado antes de venir — comentó mientras se sacaba un paquete de cigarillos del bolsillo trasero. Se escapó un gritito de la boca de Alice.
—¡¿Desde cuándo fumas?! ¡Sabes que odio el tabaco!
—No es para mí, idiota — dijo con una sonrisa mientras que le entregaba el tabaco a Angus. Éste parecía estar ansioso por fumar, como si aquel paquete fuese un vaso de agua en mitad del desierto.
Sacó un cigarillo del paquete y lo encendió. Se puso a fumar hasta consumirla, mientras que nosotros tres nos quedamos de pie sin saber muy bien qué hacer o decir. Cuando terminó, nos miró uno por uno.
—No quiero saber para qué queréis saber qué está haciendo o dónde está ese malnacido — dijo enfadado — pero si le vais a hacer daño, os estaré más que agradecido.
—Descuida — respondió Daniel.
Entonces se levantó para volverse a sentar, pero esta vez lo hizo en la cama. Cerró los ojos con fuerza, con el ceño fruncido y una mueca de esfuerzo. Parecía que estuviese meditando. Yo esperaba que entonces ocurriera algo parecido a lo que pasó en mi casa, y los objetos comenzaran a volar por los aires, pero no. Lo único que pasó es que Angus abrió de repente los ojos y se dejó caer en la cama. Respiraba entrecortadamente, como si fuese a morir en cualquier momento (aunque no pudiese hacerlo).
—Ho... Hotel Black-blackbird. Hotel blackbird — dijo mientras intentaba recuperar el aliento. Y dicho esto cogió otro cigarillo y se puso a consumirlo como si tuviera como propósito acabar con el paquete en cinco minutos.
—Gracias — dijo Daniel mientras se le iluminaba el rostro.
Nos abrió la puerta y salimos de nuevo al pasillo, mientras que dejábamos al pobre hombre allí en la triste habitación consumiendo un pitillo tras otro. Es curioso como aunque estemos muertos seguimos teniendo vicios. Alice estaba asustada, no se enteraba de nada (bueno, y yo tampoco). Volvimos a la entrada y antes de salir le dijimos adiós a Maggie. Una vez en la puerta, pregunté algo que me había atormentado cuando Angus comenzó a comportarse de manera extraña.
—¿Por qué no quería decirte dónde estaba Ezra?
—La verdad es que es normal que no quisiera decírnoslo — respondió — puesto que Ezra fue quien le mató.
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Sombras.
Teen FictionCuando el mundo de Kate se desmorona en pedazos, las sombras entran en él. Entonces descubre que la muerte no es tan sencilla como ella creía, y que las sombras, unos seres inmortales, quieren algo que ella tiene a toda costa. Algo que es irreemplaz...