Capítulo 24.

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Estuve jugando con mi pequeño nuevo amigo todo el día, la verdad. La ropa había dejado de tener interés para mí, pues aquel hámster, al que decidí llamar Rocky, era la cosa más mona del mundo. Era gris, con una rayita negra en la espalda. He de decir, que le hice sufrir un poco. Le hice de correr por todo el piso, le puse a dar vueltas en la rueda (y cuando se cansaba y se iba a salir, le metía de nuevo), e incluso una vez le perdí, pero en seguida apareció detrás de un mueble. Me gustaba ponérmele en el cuello y notar cómo sus bigotitos me hacían cosquillas. "Debería de haberme comprado un hámster antes", pensé. Era muy agradable tener compañía que no me amenazase con matarme.

Me paré a pensar, y la verdad, creo que no era justo ni para mí ni para nadie tener que pensar tanto en la muerte, tener que preocuparme tanto por mi vida y por las personas de las que me rodeaba. En cierto modo, Nate era lo más seguro que había tenido últimamente, pero no podía decir, ni de lejos, que estuviera tranquila con él. Solo podía hacer una cosa: dejar que las cosas siguieran su curso, y ver lo que pasaba.

Cuando me cansé de jugar con Rocky, lo metí de nuevo en su jaula. Si hubiese podido hablar, seguro que hubiera soltado un suspiro de alivio y me habría denunciado a la comunidad de hámsteres. Seguro.

Fui al despacho, donde encontré a Nate sentado con un libro sobre las rodillas, pero, en cuanto entré, levantó la cabeza y me dirigió una sonrisa.

—¿Qué puedo hacer por ti? — preguntó.

—Pues... buscaba algo para leer. O alguien para hablar. O algo.

Me miró con curiosidad.

—Ya es bastante tarde, ¿no crees?

—¿Sí? — miré el reloj que colgaba de la pared. Era la una y media de la noche —. Oh, cierto. Es un poco difícil saber si es de día o de noche en un piso que no tiene ventanas.

—Por eso inventaron los relojes — me contestó sarcásticamente.

Bufé, y le di la espalda, dispuesta a volver a mi cuarto.

—¿Tú no duermes? — le pregunté en la puerta.

—No. Bueno, sí. Pero ahora no.

—Pues entonces yo tampoco — la verdad, no tenía ganas de irme a dormir, y prefería estar el máximo tiempo despierta, ya que la última vez que había cerrado los ojos había aparecido en aquel piso, sola, y encerrada.

Sin decirme nada, volvió a centrar su atención en la lectura, aunque, con una mano, me entregó un libro. No era un libro que hubiese visto antes, o al menos, que recordase haber visto. Era un ejemplar de bolsillo, de tapa blanda, aunque en letras color dorado se veía claramente el título: Kuroshtiel. Me sonaba de algo aquel extraño nombre, pero en aquel momento no podía recordar de qué.

Me senté en el suelo, a su lado. Normalmente no habría hecho eso, pero las frías baldosas estaban cubiertas por una suave moqueta de color rojo que parecía decir "siéntate aquí". Abrí el libro. Tenía el nombre de Nate en la primera página.

—¿Nunca te han dicho que no se pinta en los libros? — le dije señalándoselo.

Le dirigió una vaga mirada.

—No fui yo quien lo puso — contestó mientras se encogía de hombros.

Como no estaba muy comunicativo, empecé la lectura.

He aquí una versión adaptada del Kuroshtiel, también conocido como "el libro de las sombras". En este ejemplar le hablaremos de lo que conlleva ser una sombra, sus costumbres, sus formas de ser y de tratar, la jerarquía social de este mundo, y las formas de escapar de él. En estas páginas encontrará una práctica guía de cómo comprender e integrarse en el mundo de la oscuridad y de la muerte.

Sombras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora